Han corrido ríos de tinta a la hora de calificar a Marina bien como zarzuela o como ópera. Históricamente ha transitado por los dos campos, ya que primero fue zarzuela y el propio Emilio Arrieta la transformó en ópera y fue llevada al Teatro Real con el imprescindible aval de Tamberlick. Pero no se trata de repetir aquí algo que es de sobra conocido y sí llegar a la conclusión de que esta obra tiene esa doble faceta y en ambas puede muy bien ser seguida, tanto como zarzuela como en su vertiente operística. Cuando su autor decide transformarla en ópera el libreto se hace menos claro, ya que Ramos Carrión debe adaptar al nuevo género lo que en su vertiente zarzuelera había creado literariamente Francisco Camprodón. A pesar de los esfuerzos y de la buena voluntad el libreto se resiente considerablemente y la ingenua historia de amor más o menos contrariado, se convierte en un texto con poca consistencia y falto de la garra suficiente para que pueda ser creíble.
En cambio la música ganó considerablemente, porque se preocupó más Arrieta en perfeccionar la armonía, porque buscó interesantes efectos y porque profundizó más en las posibilidades que su inspiración y su indudable oficio, le ofrecía. Sería quizá interesante escuchar y ver dos versiones seguidas de nuestra Marina, tanto la operística como la zarzuela que da origen a la que podemos considerar definitiva.
No cabe duda de que esta obra ha entrado de lleno en el corazón de las gentes. Se ha hecho popular a pesar de que es una obra muy elaborada musicalmente. Sin embargo la enorme riqueza melódica que posee ha llegado con facilidad a las gentes y está presente en el acervo popular. ¿Quién no ha tarareado alguna vez la entrada de Jorge, quien no ha hecho sus pinitos cantando el brindis. Hay números de una belleza tal que llegan con facilidad a la memoria colectiva y el pueblo adopta estos momentos y los considera como suyos. Por eso, a pesar de que Marina es una obra densa y de indudable calidad, es al mismo tiempo muy popular, tal como ocurre con otra gran obra de nuestrro género lírico, Doña Francisquita.
Pero no olvidemos que Marina es una obra que ha sido concebida muy seriamente, que tiene hondura y profundidad, que combina una rica melodía con un planteamiento armónico de indudable categoría. Es patrimonio popular pero sin embargo es una obra que tiene mucho de italianismo, dicho esto con un criterio muy positivo. Tenemos que tener presente que la formación de Emilio Arrieta fue sobre todo italiana, fruto de sus tiempos de estudiante en el conservatorio de Milán. Allí aprendió a escribir al modo italiano, allí pudo espolear su fantasía, su capacidad creadora y todo eso pudo trasplantarlo adecuadamente a las creaciones que llevó a cabo en tierras españolas. No obstante también hay referencias a lo español desde el punto de vista musical. Qué decir del famoso tango habanera, tan hermoso, o de las seguidillas que lo preceden. Pero en su contexto general es una obra que tiene horizontes más amplios, más internacionales, sin tener que centrarse en los aspectos puramente españoles, a pesar de la ubicación geográfica de la obra, puramente levantina, pero en el desarrollo del libreto, mucho más universalizada en la parte musical.
Se han hecho tantas versiones, se ha representado tantas veces, se han producido importantes grabaciones discográficas. En el recuerdo la histórica de Mercedes Capsir, Hipólito Lázaro y Marcos Redondo. O la muy posterior de Jaime Aragall, Victoria Canale, Antonio Blancas, Víctor de Narke y Frühbeck en el podio. O las versiones en vivo de Alfredo Kraus, o las de otro gran tenor malogrado como fue Eduardo Bermúdez. Se ha representado una y otra vez y no siempre con acierto. Es por tanto una de las obras de referencia cuando tenemos que hablar del género lírico nacional.
Por todo ello teníamos mucho interés en comprobar cómo había planteado el Teatro de la Zarzuela esta producción que cerraba la temporada lírica, y cómo se había llevado a cabo, tanto la producción propiamente dicha como el desarrollo musical de tan importante obra. La dirección escénica ha estado a cargo dew Ignacio García que vuelve a poner en escena algo que ya realizó hace algùn tiempo. El resultado francamente positivo. Me ha gustado el planteamiento, me ha gustado la escenografía de Juan Sanz y Miguel Angel Corso, muy razonable con unos criterios francamente espléndidos y apartándose de antiguas versiones acarameladas, un tanto cursis, con la inevitable trencita de la protagonista, con el estereotipado vestuario de los marineros. Aquí todo ha fluído con una mayor espontaneidad. Si acaso señalar que la trama parecía desarrollarse más en Asturias o Cantabria que en el luminoso levante español. Pero esto no pasa de ser una mera apreciación personal. Me ha gustado el decorado, sobrio, pero suficientemente explícito. Las escenas portuarias el tercer acto muy conseguidas, perfectamente logradas. Figurantes y cantantes se han movido con soltura por el escenario haciendo creíble la situación. Fuensanta Morales ha realizado, qué duda cabe, una magnífica versión. Todo, iluminación, movimiento escénico, decorados, todo ha contribuído a que la versión presente de Marina haya sido muy estimable.
Y vamos con la parte musical. Para empezar un formidable Ramón Tebar al frente de la orquesta. Se ha apartado conscientemente de versiones viciadas y ha querido ofrecer la obra en toda su plenitud, con la máxima fidelidad a lo escrito por Arrieta. Ha utilizado los tempi adecuados que en algún momento han podido desconcertar a los que han escuchado otras versiones. Bajo la competente dirección de Tebar la orquesta ha sonado a la perfección, con una excelente afinación, con seguridad, cuidando mucho que hubiera el lógico equilibrio de los planos sonoros, cuidando a los cantantes, pero sin subordinaciones absurdas. Un trabajo en equipo, muy bien llevado a cabo, y contando con un coro que cada vez me gusta más, donde se advierte la gran labor que viene realizando su director, Antonio Fauró. Con un criterio disciplinado, con hermosas voces, muy bien utilizadas, las distintas aportaciones que el coro hace a la obra han estado muy bien servidas, muy bien logradas. Coro seguro, robusto, con buena afinación, contribuyendo decisivamente al buen desarrollo de la acción.
Y los solistas… No cabe duda de que MARINA es una obra de tenor, para tenor. Y por ello era especialmente importante acertar en la elección. El joven Alejandro del Cerro no solamente ha salido airoso de la prueba, sino que ha triunfado en toda regla. Desde el comienzo, desde el Costas las de Levante ya hemos podido apreciar una hermosa voz, de bonito y grato timbre, de facilidad en los registros agudos. Quizá el volumen de su voz de lírico cercano al lírico ligero, pudo al principio suscitar alguna duda, pensando que se requería un tenor de más cuerpo vocal. Pero el desarrollo de la obra se ha encargado de mostrar que el joven Del Cerro es un valor en alza. El tercer acto ha sido espléndido. Ha cantado con mucho gusto, con notable eficacia el famoso brindis, sin caer en exageraciones. Y a partir de ahí ha sido un recital de buen hacer y de exquisito gusto. Sinceramente muy bien, triunfador legítimo de una noche bastante completa.
Junto a él una jovencísima Olena Sloia de bonita voz media, de agudo fácil y musical. Sus dos arias del primer acto han sido suficientes para valorar una actuación que se ha mantenido a muy alto nivel a lo largo de toda la representación para culminar en el acto final, con el precioso dúo Marina yo parto muy lejos de aquí y con la explosión de felicidad de la protagonista que viene condensada en la difícil y final Iris de amor y de bonanza donde las dificultades técnicas han sido salvadas con brillantez y lo ha hecho de forma muy profesional, muy sobria, demostrando la belleza de una voz y su certero sentido artístico.
El barítono Damián del Castillo ha bordado su papel. Tiene una voz muy bonita y segura. Unos registros medios de muchos kilates, los más altos son poderosos y no pierde la musicalidad, y luego tiene buenas dotes de actor, sin caer en la exageración de tantos otros Roques como hemos escuchado a lo largo de nuestra vida. Espléndido en las seguidillas y en el tanto habanera. En cuanto al bajo Ivo Stanchev podemos decir que tiene una buena voz, pero se ha extralimitado en algún que otro momento, sobreactuando. El resto del reparto, bien.
En definitiva. El querido Teatro de la Zarzuela ha despedido la temporada con un merecido éxito. Una buena obra, una espléndida versión, unos buenos cantantes y una eficaz y muy brillante dirección musical.
José Antonio Lacárcel