El segundo de los Nabucco que se ven en les Arts en cuatro años, debió ser propuesta de Plácido Domingo que ahora en su tesitura de barítono tiene interés de encarnar al rey de Asiria, que es uno de los papeles de la tesitura más sugestivos, porque no se explica que habiendo tanto repertorio importante de Verdi por hacer, se repita una obra que ya dio muy buen sabor de boca cuando se estrenó en el coliseo valenciano en 2015.
Con todo, la producción fue aplaudible y en ella brillaron con luz propia Abigaille en su diabólico papel y el excepcional coro de Valencia que una vez más demostró su altísimo nivel, que en pocos teatros europeos se iguala.
La producción quiso hacer una recreación de cuanto supuso Nabucco en el afán independentista de los italianos del yugo austriaco, con una recreación en el primer término del escenario del teatro Alla Scala dónde se estrenó y unos decorados de época, de los pintados a mano, que si bien fueron adecuados no dieron el nivel de los que se pintaban a mano en el siglo XIX. La dirección de Tadeo Strassberger, fue correcta en cuanto a la ubicación de los personajes y el coro, y la producción sin duda funcionó con la exaltación del italianismo no solo en el «Va pensiero», (maravilloso el coro por matices, afinación, exquisitez, musicalidad….. y pongan los adjetivos que quieran que se quedarán cortos) sino en el final con banderas de Italia y el acróstico Viva Verdi (que escondía la consigna Víctor Manuel rey de Italia) mientras volvían a sonar las notas del libertario himno hebreo, que casi implicaba una participación del público que, a afortunadamente, no se produjo. Vamos, la película de Sissí de Romy Schneider.
La orquesta funcionó muy bien a las órdenes de Jordi Berrnácer que estuvo siempre al servicio personal de Plácido Domingo, pasándose de revoluciones en los momentos de intensidad y no siendo pródigo en los numerosos matices que demanda la partitura. A pesar de ello la sonoridad fue radiante, el tiempo preciso, pese a algunos inexplicables accellerandos y el resultado satisfactorio y tuvo el carácter casi de novelesca y teatral epopeya que prescribe el argumento.
Ya hemos hablado del coro, y más que deberíamos hablar, porque la labor del maestro Francisco Perales, por sensibilidad, exquisitez, contrastes intensidades y toda clases de sensitivos matices es impagable y ahora queda hablar de las voces. Sin duda, debe abrir la lista de referencias Anna Pirozzi que volvió a repetir a a Abigaille (2015), personaje que inspiraría la película de la bellísima Rhonda Fleming: «Semiramis esclava y reina». La voz es intensa, poderosa, sobre todo en el registro superior, decidida, valiente, pródiga en armónicos y potencia, aunque en ocasiones demasiado abierta y esos son valores fundamentales para el éxito en un papel fiero e impetuoso donde los haya. Desde el centro al sobreagudo su voz no pudo ser más óptima. Es verdad que como todo no se puede tener, se echa a faltar un mayor peso en la zona grave como tenían Dimitrova, Guleghina y singularmente Suliotis (a la que superaba en la calidad de su canto) pero concedió una gran verdad al insidioso personaje que el público reconoció, haciéndola dedicataria de las mayores ovaciones de la noche.
Plácido Domingo no es barítono, sigue emitiendo en su sempiterna posición de tenor, pero el amplio centro de mármol de Carrara que tiene, le permite abordar esa tesitura. Bien es cierto que el personaje del rey de Babilonia requiere un apoyo en el pecho y una emisión en el territorio grave que el madrileño no posee. También hay que decir que tiene casi 79 años y todo ello juega en su contra. Hay que hablar a su favor de su musicalidad, del canto sensitivo y emocional de gloriosa estirpe y eso fue que lo que dio nivel a su presencia sobre todo en dos momentos capitales en «Dio de Giuda» (cantado tumbado en el suelo decúbito prono con el pundonor de un novillero puntero) y «Ve perdona», dos referentes de sensibilidad y canto legato, que aun evidenciaron un cantante de la justa y merecida fama de que goza.
El bajo Riccardo Zanellato es era más un barítono y aunque cantó con propiedad y carácter se echó a faltar una materia prima de más amplitud sobre todo en el aria grave «Vieni o levita», y en el exaltado concertante que sigue al coro del Éufrates, valores que si tuvo Dongho Kim en el sacerdote asirio. Sensitiva y muy lirica Alisa Kosolova en la dulce Fenena y correcto Arturo Chacón en Ismael, que se entregó de veras, aunque su materia prima no es para echar cohetes.
Antonio Gascó