Inolvidable Sondra Radvanoksky en la primera Medea de Cherubini en Nueva York – «Medea» Met Nueva York
Por Carlos Javier López Sánchez
La Metropolitan Opera de Nueva York abre la temporada con el estreno de Medea de Luigi Cherubini, con direccion de escena de David McVicar y dirección musical de Carlo Rizzi, con un elenco en el que destaca Sondra Radvanovsky, acompañada por Janai Brugger como Glauce, Michele Pertusi como Creonte y Rafael Dávila y Olivia Vote como Jasón y Neris, sustituyendo a los programados Mattew Polenzani y Ekaterina Gubanova respectivamente. «Medea» Met Nueva York
La elección de Medea para estrenar esta temporada en el Met no es una casualidad. A lo novedoso del título se le añade la relevancia de la prima donna, Sondra Radvanovsky, una de las últimas divas dignas de ese título. Esta Medea es una declaración de intenciones, pues los gerifaltes del Met están viendo cómo la atención del mundo lírico se concentra en Europa, mientras que el Met, a pesar de la estupenda temporada pasada, sigue sin convencer al público internacional para regresar al Lincoln Center tras el COVID. Y en esa misión se juega el futuro la compañía, pues la maquinaria del Met cada vez es más costosa y solo con la afición local es imposible llenar cada noche.
El Met presume también de nueva producción escénica– estaría bueno que para la primera Medea de su historia se emplearan decorados reciclados de otra ópera. El regista escogido para el encargo es el escocés David McVicar, que presenta con esta su dúo décima puesta en escena en el Met. El resultado es efectivo y respetuoso con la música, como es costumbre en McVicar, y cuenta con la intuición e inteligencia habituales en él. La escena se vertebra entorno a dos elementos principales. «Medea» Met Nueva York
Por un lado, dos enormes compuertas doradas con la versatilidad suficiente para hacer las veces de muralla de Corinto, de puerta del templo o fachada al palacio de Creonte. Las puertas se abren y se cierran para crear flujos escénicos que respiran con el discurrir de la música. Las puertas se abren y se cierran para comprimir y multiplicar el espacio y crear ambientes ya asfixiantes, ya de epatante magnificencia áulica. Las puertas se abren y se cierran, en fin, como un pulmón que respira el aire del drama y deja al espectador, por momentos, sin respiración.
Por otro lado, un espejo inclinado ocupa todo el fondo del escenario y ofrece de manera dramática un plano cenital de la escenografía. Este recurso acentúa el romanticismo de la propuesta, ya de por sí oscura y decadente; y parece obedecer a razones más estéticas que semánticas, si bien esta visión desde arriba parece un guiño al espectador para que ocupe el cínico, aunque cómodo, lugar supraterrenal destinado a los mandamases del Olimpo. «Medea» Met Nueva York
Todos estos aciertos contrastan con la impactante, aunque poco matizada imagen escénica del personaje de Medea. La ópera es un viaje espeluznante a través de la psique extraviada de la protagonista. Y tal viaje necesitaba mejores albardas. Medea entra en escena de luto riguroso, una figura desquiciada y espectral, cubierta con un velo que no tarda en perder para revelar su identidad. Medea es una mujer peligrosa con poderes mágicos que todos temen. Empoderada, que diríamos hoy. Pero no es necesariamente ninguna psicópata. No es necesariamente una víctima inocente del amor, si una malvada agente del Hades. O al menos no lo es desde el inicio. A su llegada a Corinto, al comienzo de un viaje que no está necesariamente escrito, Medea es un misterio sin resolver, una promesa de drama inacabado. Sin embargo, en la producción de McVicar, a Medea se le niega ese interés, ese misterio insondable; y la psicología de la protagonista se ofrece congelada y enlatada en un esquema predefinido de amor no correspondido y rabia vengativa. Lo verdaderamente valioso hubiera sido abrir las puertas de par en par al ser íntimo, cambiante y evolutivo de Medea; y dejar que la música y el canto reflejaran como en un espejo el alma atormentada de la protagonista. Así, en lugar de permitir que el personaje camine libre junto al público guiándolo a través de su arrebatadora cosmogonía de lo femenino, la producción se conforma con masticar el personaje y reducirlo a poco más que un tópico.
Sin embargo, esa barrera visual no es más que un pequeño contratiempo para la Sondra Radvanovsky. El drama de Cherubini es un tour de force para la soprano protagonista, de ahí que sean pocas las que se atreven con el papel. En la cúspide de su carrera, Radvanovsky cumple con creces en el encargo. Es tanta la profundidad dramática y la expresividad vocal de la soprano, que por momentos concita todo el interés de la ópera y consigue soslayar los méritos del resto de los artistas. El escenario es suyo, sí, pese a lo dicho (las puertas parecen obedecer al fluir sincopado de sus pensamientos). Pero también lo son la orquesta y la batuta de Rizzi, y hasta el coro del Met la sigue solícito en sus evoluciones. La cantante demuestra un conocimiento profundo de la partitura y una generosidad propia de las grandes de siempre. Ni con mis gafas más exquisitas de crítico de ópera me fue posible encontrar fallos en su interpretación. Y las pocas tachas en la colocación de alguna nota, la emisión algo entubada o algún apoyo incierto, todo parece responder a una motivación dramática perfectamente planificada. Describir cada momento con precisión sería un ejercicio tan grato para el crítico como tedioso para el lector. Baste decir que escuchar y ver a Radvanovsky en Medea es una experiencia que podría justificar el abono a toda la temporada en el Met. Justo lo que buscaban los empresarios de la compañía. «Medea» Met Nueva York
Janai Brugger interpretó a la malograda Glauce con mejor intención que acierto. Los agudos apretados arriba y la incierta colocación de las notas graves no le permitieron centrarse en desarrollar una Glauce más convincente. El timbre no es el más bello y a la voz le falta ese centro desarrollado y cargado de armónicos que sería deseable en el papel. El tenor puertorriqueño Rafael Dávila hizo gala de las grandes dimensiones de voz en una interpretación discreta del héroe Jasón. El suyo es un instrumento squillante, que sin embargo rechina por un vibrato sobre acelerado y una impostación excesiva en la máscara. No estuvo mal en la parte actoral teniendo en cuenta que actuaba en sustitución del tenor titular Matthew Polenzani. El Met prolonga así una sequía tenoril que tiene visos de no acabar pronto por la complacencia del público neoyorkino con los cantantes de esta cuerda.
Olivia Vote fue una Neris exquisita y prudente, de timbre carnoso y deliciosa musicalidad. Su calidez en la línea de canto y su apostura escénica le valieron algunos de las ovaciones más amables del público de Nueva York. Michele Pertusi brindó un Creonte de gran nivel, como acostumbra el cantante italiano.
La orquesta del Met no es la mejor del país. En sus filas encontramos a músicos experimentados con otros más jóvenes que aun deben acomodar sus instrumentos para conseguir un sonido más limpio y personalidad propia. Es un conjunto tan dúctil como impersonal, que sabe adaptarse a consagrados directores de orquesta atraídos más por el renombre de la institución que por la calidad de sus profesores. En todo caso, el resultado suele ser aceptable, aunque pocas veces sorprendente. En este caso, Rizzi movió la orquesta con inteligencia para envolver a Radvanovsky y sacarle brillo a los ensembles. Con el conocimiento del italiano y las prestaciones de la orquesta, era difícil fallar.
El Met saca toda su artillería para este estreno de temporada, aunque la estrella absoluta de la primera Medea del Met tiene nombre y apellido. Es la soprano de Illinois Sondra Radvanovsky.
Metropolitan Opera de Nueva York, a 13 de octubre de 2022. Medea, ópera en tres actos con música de Luigi Cherubini y libreto en francés de François-Benoît Hoffmann, traducido al italiano por Carlo Zangarini, basado en la tragedia homónima de Eurípides y en la Médée de Pierre Corneille.
Dirección Musical: Carlo Rizzi. Orquesta y coro de la Metropolitan Opera (director del coro: Donald Palumbo). Producción y escenografía: David McVicar, Vestuario: Doey Lüthi, Iluminación: Paule Constable, Proyecciones: S. Katy Tucker, Dirección de movimiento: Jo Meredith.
Reparto: Janai Brugger, Michele Pertusi, Rafael Dávila, Sondra Radvanovsky, Olivia Vote, Brittany Renee y Sarah Larnsen.