Mefistofele es una obra compleja, sin duda. Una especie de ensayo de laboratorio donde Arrigo Boito (1842-1918) intentó, con gran aplomo de vanguardia en su contexto cultural y musical, concebir una obra de arte total, tal como defendiera Wagner con su Gesamtkunstwerk y desarrollara con su magna obra musical, pero en este caso en suelo italiano. Quizá por ello el estreno de la obra en 1869 fue un auténtico fracaso; su larga duración y su dramaturgia excesivamente estática produjeron el rechazo del público de la Scala de Milán, acostumbrado por esas fechas y lares a escuchar la música verdiana y francesa en su máximo esplendor musical y teatral, como bien sabemos. Una revisión de la partitura, que consistió principalmente en acortar la obra y cambiar la tesitura de algunos roles, se estrenó en Bolonia en 1875, esta vez con bastante éxito, por cierto.
Boito era un artista íntegro: poeta, novelista, ensayista, libretista, músico… Un baudeleriano en toda su constructo humano y estético… Un bohemio; un scapigliato «milanés» que junto con Emilio Praga, Carlo Dossi y Luigi Conconi asumió los postulados más radicales del romanticismo y los tradujo al italiano, allá por el 1860.
Wagneriano y verdiano, amante del Berlioz más simbolista y romántico, de Bach, Beethoven, Mendelssohn y Weber. Sin duda, Verdi se sintió siempre atraído por este personaje, a pesar de que sus opiniones sobre la música wagneriana no eran muy del agrado del afamado compositor, como tampoco lo eran sus inquietudes estéticas y su talante bohemio que mamó en su estancia parisina. Y fue tras el segundo estreno de su Mefistofele cuando ambos genios cuajaron una potente y fructífera colaboración, primero con una revisión de del Simon Boccanegra y después con Othello, estrenada en 1887 también en La Scala.
Mefistofele es una magna obra sin duda. No importa tanto su desarrollo dramático como su carga simbólica. El comienzo de la obra, el «Prólogo» y el «Epílogo» abrazan una dualidad humanística entre el orden místico y el deseo humano, encarnado por la esfera divina y celestial (Dios), y las profundidades negras del infierno (Mefistofele) y su objeto activo (Fausto). Y en esta gran «barca» se asientan los cuatro actos que incluso funcionan como cuatro potentes oratorios. Es difícil, en este sentido, no recordar la grandeza de Berlioz o de Meyerbeer, y es prácticamente imposible no estremecerse ante una dramaturgia entendida de forma atemporal y mística, donde la masa orquestal y el coro son elementos esenciales. No importa tanto que pasen hechos, sino que los hechos palpiten para estremecer la carga vital del hecho representado. Aquí es donde radica lo moderno de esta gran obra y su magnitud. Mefistofele es melodía, orquesta, coro… Oración, en definitiva: pura poesía no al servicio de una música, sino música que emana directamente del discurso poético de Boito. Una obra maestra.
Por tanto, no es extraño que una nueva producción de esta ópera pase inadvertida, y menos en la Bayerische Staatsoper, cuya una de sus líneas de acción es presentar producciones polémicas, mediáticas y en parte novedosas. Con Roland Schwab este objetivo se consigue, sin lugar a dudas, pero quizá pagando una alto precio, tanto económico como estético.
Esta producción es realmente espectacular. Se trata de un mundo oscuro y de tinieblas que ejerce de leitmotiv a lo largo de todo el desarrollo escénico. La escena está llena de personajes “malignos” y depravados que representan el mal, y se echa mano de múltiples recursos escenográficos para hacer de la pureza del libreto y su música un entramado manierista que distorsiona, a mi parecer, el pensamiento libre del espectador. En escena se leen textos que invitan a la reflexión “dirigida” al comienzo de cada acto; una estructura metálica troncocónica que añora estéticas de la Guerra de las Galaxias, rockeros al estilo Warhol y su factoría, filmación en vivo, fuego, una violación, un psiquiátrico y situaciones que pueden distorsionar la dramaturgia de la ópera si esta no se conoce previamente, al menos con una audición y una lectura del libreto. Schwab “rompe” con la estructura boitiana de prólogo – cuadro – cuadro – cuadro – epílogo e intenta recomponer un desarrollo dramatúrgico encadenado a través de imágenes que empobrecen la obra original, destruyendo así la unicidad de cada acto/cuadro y sus arriesgadas y duales metáforas. (La violación de Margarita y el viaje en moto a Grecia pueden ser dos buenos ejemplos.) En definitiva, esta producción rompe el concepto de oratorio laico que, a mi entender, intentó Boito armar y depurar con esta obra. El resultado parece, en este sentido, haber fracasado.
Desde el punto de vista musical, esta producción contó con grandes aciertos. Si bien el «Preludio» orquestal queda distorsionado con el sonido rasgado de un vinilo que acciona Mefistófeles desde la escena, y otras subordinaciones de dirección escénica, la batuta de Omer Meir Welber es más que correcta. La profundidad sonora del foso es espectacular, muy atractiva, y las masas corales actúan con una potencia arrolladora. Uno de los alicientes de la Bayerische Staatsoper es su soberbio coro, en mi opinión uno de los mejores en la acualidad. No obstante, difícil lucha la de un director musical el tener que lidiar con tanto elemento escénico, en ocasiones tremendamente ruidoso y molesto.
René Papé actúa con el alma. En su debut de este papel resultó más que convincente. Es sorprendente cómo asume con su voz y su gestualidad un Mefistófeles que sin duda quedará para el recuerdo. Su voz es bella, grande, aún si verdadera definición de bajo, y su línea de canto navega entre la maldad, el engaño y la voluptuosidad de lo que Boito quiso para su personaje, sin lugar a dudas. Cómo no recordar, en este sentido, los Mefistófeles de De Angelis, Pasero, Ghiaurov, Siepi o Ramey.
Tanto Pape como Joseph Calleja, en el papel de Fausto, fueron los verdaderos protagonistas de la noche. Calleja representa con su voz un Fausto juvenil, dorado, dual y emprendedor… Un Fausto inquietante, que sorprende por su seguridad no solo en la emisión de unos agudos estremecedores y un fraseo cargado de análisis y emotividad: pura poesía. También debutante de este rol, adquiere una amplitud extraordiranaria que hace recordar a un Pavarotti en sus aspectos más líricos y en su aplicación de unos excelentes y conseguidos filados en el agudo. Junto con René Pape, Calleja consiguió tranmitir sinceridad emoción y puro arte. Ellos fueron sin duda las estrellas de la noche.
Kristine Opolais resolvió una complicada Margarita bastante distorsioda, por cierto, en la concepción dramatúrgica de Schwab. También Opolais debutaba este maravilloso personaje y lo defendió con musicalidad y dominio vocal. Su voz es bella y homogénea; se enfrentó a este papel con audacia y entrega pero con algunos problemas de fiato y de afinación.
El personaje de Helena en el cuarto acto fue bien interpretado por Karine Babajanyan. La voz de esta soprano es una rica en armónicos y su interpretación brindó momentos bastante emotivos.
Múnich cerró su Mefistofele el día 15 de noviembre. Este día se realizó su retransmisión televisiva. Sin duda, se ha generado otro hito vocal con la interpretación de los grandes Pape y Calleja. Los dos grandes cantantes volaron, junto con Opolais y Babajanyan, sus bellas voces por encima de una producción muy espectacular pero tremendamente confusa en su planteamiento y desarrollo.
Referencias discográficas de Mefistofele de Boito
Lorenzo Molajoli (dir.), Nazzareno De Angelis, Antonio Melandri, Mafalda Favero. Coro e Orcestra del Teatro alla Scala di Milano. 1929-1995.
Tullio Serafin (dir.), Cesare Siepi, Mario del Monaco, Renata Tebaldi. Ochestra e Coro dell’Accademia di Santa Cecilia, Roma. Decca 1959-1993.
Lamberto Gardelli (dir.), Nicolai Ghiaurov, Carlo Bergonzi, Renata Tebaldi. Standing Room Only 1966.
Bruno Bartoletti (dir.), Samuel Ramey, Alfredo Cupido y Daniela Dessí. Florence May Festival Chorus & Orchestra. Opera d’Oro 1989.
Giuseppe Patané (dir.), Samuel Ramey, Plácido Domingo, Eva Marton. Hungaroton Opera Chorus. Hungarian State Orchestra. Sony 1990.
Ricardo Muti (dir.), Samuel Ramey, Vincenzo La Scola, Michèle Crider. Orchestra e Coro del Teatro Alla Scalla. RCA 1995.
Francisco Quirce