Mena, en el Auditori de Castelló, pasa de revoluciones la novena de Schubert

El Auditori de Castelló recibió el regalo (que siempre se agradece) de la Orquesta del Palau de les Arts, regida por el temperamental y preciso Juanjo Mena, que estuvo fundamentalmente por mostrar eso: la fogosidad. Mena, en el Auditori de Castelló, pasa de revoluciones la novena de Schubert

La obertura de «Los esclavos felices» de Arriaga fue llevada con manifiesto contraste y ello desde el breve andantino a 6/8, con sugestivas maderas, al Piú moso y Presto finales, en donde hubo más temperamento que señorío y ello, pasando por el amplio Allegro assai, en el que se percibieron irregularidades entre las dos secciones de arcos agudos en el arpegiado del inicio. Mena, en el Auditori de Castelló, pasa de revoluciones la novena de Schubert

Raquel Lojendio y Juan Mena, en el Auditori de Castelló, pasa de revoluciones la novena de Schubert
Raquel Lojendio y Juanjo Mena, en el Auditori de Castelló, pasa de revoluciones la novena de Schubert

Juanjo Mena conoce bien al malogrado autor bilbaíno, del que ha grabado, con la BBC, un CD para el sello Chandos, en el que se recogen las obras de la primera parte del programa. Su competencia, se manifestó en la precisa determinación con la que siguió a la soprano Raquel Lojendio, en la amplia y compleja cantata «Herminie». La obra está compuestas para una coloratura, pero no para una lírica de certificado como es la cantante tinerfeña, incluso con graves muy bien asentados. Pero su brillante centro agudo y su buena técnica vocal le permitieron abordar el complejo papel con tres recitativos y otras tantas arias, sin escamotear melismas e incluso apianando un do5, con plena eficacia y dominio del fiato. Sensitiva y temperamental en «Longtemps, hélas» y aún más impetuosa en el aria da capo de bravura «Il n’est plus…». Tal vez fuera su mejor fragmento, el final del aria «Tancrède me devra le jour», que se inicia con las palabras «Déjà des acents…», por el fraseo intencional de la melodía más atractiva de la cantata.

Ahora la de arena. La sinfonía novena de Schubert, de la «divina lunghezza» (como la llamaba Toscanini, haciendo suya una identificación de Schumann) que ocupó la segunda parte del programa, tuvo más de intemperancia que de divinidad.

Si en el solo de trompa muy sereno, lejano de las vehemencias de un Mutti, pongamos por caso, nos las prometíamos muy felices, en el desarrollo del primer tema, ya echamos a faltar más contrastes entre los rotundos tutis y los pianos que se alternan cada dos-tres compases. Estuvo bien medido el crescendo del paso al allegro, pero a partir de la letra C de ensayo, comenzaron las vehementes exageraciones de la batuta, que se mantuvieron a lo largo de todo el relato sinfónico. Ese intervalo delicioso de maderas y arcos en piano, hasta el punto I de ensayo, fue casi atropellado, con lo cual dejó de tener carácter la diferenciación con las dos FF sucesivas, hecho que se repitió en los veinte compases siguientes. Esa complacencia jovial tan Schubert, brilló por su ausencia. La repetición de los tres compases del motivo inicial, a cargo de los trombones, de intención casi litúrgica, marcada siempre PP, no se tuvo en cuenta, con lo cual volvimos a perder el contraste del FF a partir del M de ensayo. Más de lo mismo, en el Più moto, de la coda, que crece en intensidad en los vientos y en los seisillos de la cuerda, hasta el «ben marcato» que permite la solemnidad grandiosa de las nueve barras finales, pero claro, como todo iba arrebatado… pues eso: A rebato palo.

Al andante con Moto le faltó gracia a raudales. No imagino al refinado Fischer Dieskau cantando, al ritmo tan apremiado y expedito que marcó la batuta, ese seductor lied a 2/4 que, sobre los cuatrillos de los arcos, expone el oboe. No apareció el lirismo, el acento sensitivo y el aire de rondó que tiene el movimiento. ¡Que los músicos cuadraron! Por supuesto, esa orquesta no desafina ni tocando cabeza abajo. Pero la versión no tuvo nada que ver con la lectura tan compatriota, que idolatro, del vienés Krips, o las de Furtwängler, Abbado, Kubelik, Szell, Bernstein…. Incluso si me apuran la de Munch.

El Scherzo llevado, con criterio, a uno, no tuvo el acento del Lander popular que pareció inspirar al autor. Eso sí, mentiríamos, si no reseñáramos la excelente sonoridad y el ajuste de los chicos de Les Arts. Ese diálogo seductor entre maderas y cuerdas en seisillos, se tocó de todas maneras, menos piano y con aire regalado, que es lo que escribió Schubert. ¡Y qué decir de ese segundo tema encadenado desde la letra D de la guía de ensayo! Mas paladeable fue el valseado trío en LaM, aunque en muchos momentos la batuta volvió a su dicción exaltada de tiempo y sonoridad; criterio incomprensible porque la pauta en muy escasas ocasiones pide una sola F. Mena, en el Auditori de Castelló, pasa de revoluciones la novena de Schubert

El Allegro conclusivo a dos, permite un arresto jovial, pero no con tanto encono como lo condujo Mena, al extremo que en la intervención del trío de trombones en el segundo tema, uno pareció percibir acentos del stravinskyano Petrushka(¿….?). Sin duda, sobró energía y faltó poesía y encanto. Daba la impresión que el maestro euskaldún buscaba el aplauso del respetable, por el método fácil: el del arrojo y la sonoridad desbordada.

Antonio Gascó