La Seattle Symphny Orchestra (SSO) y su Chorale, dirigidos por Stephen Layton, ofrecieron el pasado viernes una festiva y positiva versión del Mesías de Händel. Además de la indiscutible interpretación del coro, el concierto contó con un interesante elenco de jóvenes cantantes: la soprano Eleanor Dennis, la mezzo Helen Charlston, el tenor Gwilym Bowen y el barítono Robert Davies
El oratorio El Mesías, convertido desde hace siglos en una obra maestra inmortal, es en Seattle un concierto que no falla cada Navidad. El auditorio se llena, y no escasean los asistentes para los que el Mesías es su única cita con la música clásica en directo y que repiten así esta tradición, recibida de sus padres durante generaciones. Es por ello que el concierto del pasado viernes tuvo un aura de acontecimiento festivo, más allá de lo meramente musical, con el Aleluya como punto culminante, con todo el público escuchando y “cantando” en pie, como es tradición desde tiempos de Jorge II.
Pese a tratarse de una obra de marcado carácter religioso, las representaciones del Mesías de Händel en Estados Unidos tienen a asociarse en los últimos tiempos a una especie de tradición festiva y multicultural que ocurre cada Navidad. No es extraño, si tenemos en cuenta que la SSO no es la única compañía en EEUU que está tratando de ensanchar el espectro sociocultural de su público y atraer a espectadores más allá del aficionado blanco de clase media-alta.
En esta ocasión la SSO se presentaba con la Seattle Symphony Chorale y un interesante cuarteto de jóvenes solistas: la soprano Eleanor Dennis, la mezzo Helen Charlston, el tenor Gwilym Bowen y el barítono Robert Davies. Todos ellos fueron guiados desde el podio por el académico director británico Stephen Layton.
Los maestros de la SSO apenas necesitaron unos compases para resarcirse de un comienzo dubitativo y descompensado de la Sinfonía que abre el oratorio. Su interpretación fue más expansiva que introvertida, con un tempo ágil elegido por Layton, consistente pese a algún despiste puntual y de acuerdo a la presentación general del concierto. Esa sensación de unidad y sentido completo permitió el brillo de los solistas y del coro, que demostró un fantástico dominio de la partitura y sonó estilizado, grácil, en estilo y cantó con imaginativa expresividad, como en el cálido And the glory of the Lord shall be revealed o el incontestable y triunfal For unto us a child is born. Las cantantes de la cuerda de soprano regalaron un maravilloso Behold the Lamb of God, cuyos amables destellos metálicos y su precisión rítmica no sería justo obviar aquí. Hubo aún más detalles de la calidad de la Seattle Symphony Chorale, como la exquisitez de las notas a media voz al final de la página All we, like sheep, have gone astray o la emoción contenida de la frase For as in Adam all die, cantada a capella en el coro Since by man came death.
El joven tenor inglés Gwilym Bowen, muy cómodo durante toda la velada, nos hizo disfrutar con una voz oscura y mate, de centro amplio y estuchado, que no languidece en el registro agudo, creando una sensación de genuina vocalidad barroca. Pero acaso lo más apreciable de su arte sea su capacidad para enriquecer la coloratura con expresivos acentos, mientras mantiene una más que aseada dicción. En la célebre aria Ev´ry valley, Bowen cantó con un legato sugerente y mostró la homogeneidad de su timbre a lo largo de todo el registro. En su debe, cierto engolamiento, que no se manifestó sin embargo en la segunda parte, cuando cantó el arioso Behold, and see con una delicadeza y elegancia notables, y sorprendentes en un cantante de su edad.
Eleanor Dennis tiene en su joven voz el trapío y los lujos de una soprano lírica plena. La cantante escocesa, que se formó en la Escuela Internacional de Ópera de la Royal College of Music, se ha prodigado sobre todo por las salas de concierto, aunque su Micaela de Carmen y su Condesa en Las Bodas de Fígaro con la English National Opera fueron muy comentadas en Londres. Dennis fue la solista más sólida de la noche en Seattle. Su voz, con gran carga de armónicos y denso timbre, brilla sin esfuerzo en la franja aguda, que se proyecta como un torrente, con decisión y personalidad. Su interpretación, un tanto efectista en los recitativos, supo convencer por la calidad del sonido, la gracia en la entonación de las agilidades, un vibrato justo y una técnica que permite disfrutar de su arte sin sobresaltos.
La joven mezzo Helen Charlston (24) tiene una voz difícil. Un timbre hosco y una emisión con sonidos de cuello se combinan con una incipiente intuición musical y una técnica apreciable. El resultado es una voz que no convence a todos, pero cuya singular belleza podría satisfacer los requerimientos dramáticos de algunos papeles secundarios de ópera. Charlston no tuvo su mejor noche en Seattle: apreciamos cierta inelasticidad en las agilidades, que sonaban como anquilosadas, desde luego poco frescas, como sería de esperar en una mezzo joven. Un ejemplo de todo ello se pudo ver en el aria He was despised, que la mezzo cantó con patetismo y lacerado pesar, si bien lo pasó mal en los trinos y dejó notas de contestable belleza. Sin duda, el de Charlston es un instrumento aún en desarrollo.
Pese a su seriedad en el escenario, el barítono Robert Davies no convenció a los que gustan de barítonos barrocos de voces más rotundas y cavernosas. La flexibilidad de su línea de canto y el empaque y la musicalidad de su coloratura compensan, así mismo, una emisión algo plana y poco arriesgada. En el aria The trumpet shall sound, Davies se atrevió con un canto menos declamatorio y más expansivo, lo que le costó cierta pérdida de control y la sobreapertura de algunas notas. Pequeños fallos que, no obstante, no ensombrecieron una actuación de cierto relieve.
Consuela saber que dentro de un año la SSO revisitará el Mesías para celebrar, si no el advenimiento del Señor, al menos sí la arrebatadora inspiración handeliana.
Carlos Javier López