Messa da Requiem. Verdi. San Sebastián

Auditorio Kursaal de San Sebastián. 26 Agosto 2014.

Las últimas fechas de la 75ª Quincena Musical están ocupadas por la Orquesta Filarmónica de Rotterdam y su director, el canadiense Yannick Nézet-Séguin, cuya presencia es un indudable éxito para la organización, de la que todos lo aficionados hemos podido disfrutar.

Siempre he considerado que el Réquiem de Verdi es más que una pieza sacra, más bien una de sus óperas más brillantes. Para mí el Maestrino de Busseto compuso 29 óperas y ardo en deseos de que un teatro de ópera y un director de escena imaginativo lo suban a un escenario. Muchos son los Requiems que se han escrito a lo largo de la historia de la música, no todos religiosos, pero no creo que nadie ponga en tela de juicio que el de Verdi es el más operístico de todos ellos.

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Nézet-Séguin y la Filarmónica de Rotterdam

No encuentro una ópera que ofrezca una obertura más emocionante que el réquiem propiamente dicho de esta misa. Tampoco encuentro un ejemplo de una explosión de las fuerzas de la naturaleza semejante a la que Verdi nos ofrece su Dies Irae. Pocas arias en la ópera son comparables al Ingemisco, que es de esas páginas brillantes que hacen que su intérprete triunfe o fracase. ¿Qué se puede decir del maravilloso terceto del Lacrymosa? ¿Y del Sanctus, en el que adivino al coro en escena como en la del Triunfo de Aida? Finalmente, pocas arias hay en la ópera tan emocionantes y recogidas como el Libera me, Domine que canta la soprano. Algunos dirán que la Fuga final no es operística y no les falta razón, pero bueno será recordar que también Falstaff termina con una Fuga.

Sin duda ha sido un acierto la programación de este Requiem, que ha contado con una magnífica orquesta, una excepcional masa coral y un inmejorable director. Para completar lo que podía haber sido una noche inolvidable no ha faltado sino más acierto en la elección del cuarteto solista, que – sustituciones aparte – no ha tenido la calidad necesaria y, si me apuran, ni la adecuación debida.

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Yannick Nézet-Séguin

Yannick Nézet-Séguin es uno de los maestros de moda en los grandes coliseos operísticos y en las grandes salas de conciertos y uno lo encuentra plenamente justificado, cuando asiste a una de sus actuaciones. Poco puede extrañar que la Orquesta de Filadelfia, una de las más prestigiosas de Estados Unidos, le haya confiado recientemente su dirección. Su trabajo ha tenido todos los ingredientes necesarios para ofrecernos una interpretación magnífica. Dominio de la partitura, gesto preciso, emoción y grandeza. Bueno será mencionar que dirigió sin partitura. Cuando un gran profesional lo hace así, me recuerda a los oradores que no leen sus discursos ni tampoco improvisan, sino que dicen lo que han preparado concienzudamente y consiguen emocionar al auditorio. Lo que hace falta es un dominio total del guión o en este caso de la partitura, y Nézet-Séguin hizo una demostración de dominio excepcional. A sus órdenes estuvo la Orquesta Filarmónica de Rotterdam, de la que es director titular, que demostró ser una de las mejores orquestas europeas de la actualidad.

La guinda del pastel fue el Orfeón Donostiarra, para el que me faltan calificativos para valorar su actuación. Fuerza, emotividad, poderío y musicalidad a raudales. Estamos ante un Coro que lleva muchos años exhibiendo su calidad, especialmente en los últimos cinco, en los que ha habido un llamativo rejuvenecimiento de sus coralistas y hoy es una delicia escucharles. El Dies Irae y el Sanctus fueron una exhibición de poderío por parte de sus 141 componentes. Del mismo modo, el Requiem inicial y el Tuba mirum fueron un prodigio de musicalidad.

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Orfeón Donostiarra

Como digo más arriba, el cuarteto solista no estuvo a la altura de la excepcionalidad de lo que escuchamos en el Kursaal. Las voces verdianas brillaron por su ausencia.

Lo más interesante del cuarteto lo ofreció la soprano finlandesa Camilla Nyund, cuya voz tiene calidad y sabe cantar y expresar, aunque le falte amplitud para cantar Verdi. La mezzo soprano británica Karen Cargill dejó que desear, ya que su voz está siempre entubada, aunque es musical. Saimir Pirgu sustituyó al inicialmente anunciado Bryan Hymel y ofreció una voz bella en el centro, pero reducida y muy poco adecuada para cantar Verdi. Haría mejor en seguir centrado en Mozart. Finalmente, el bajo ruso Mikhail Petrenko me decepcionó. Le he encontrado en cuesta abajo, habiendo perdido su voz calidad de manera evidente. En otro repertorio podría funcionar, pero no en Verdi.

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Camilla Nylund

El Kursaal hacía ya tiempo que había agotado todas sus localidades. El público tributó una acogida triunfal a los artistas, especialmente a Nézet-Séguin y al Orfeón Donostiarra.

El concierto comenzó con 7 minutos de retraso y tuvo una duración musical de 1 hora y 25 minutos. Ocho minutos de ovaciones y bravos, que pudieron ser más, si el director no hubiera decidido despedirse.

El precio de la localidad más cara era de 72 euros, siendo de 37 euros el precio de la más barata.

José M. Irurzun