Un plato fuerte, substancioso, ha ofrecido la Ópera de Fráncfort en el Domingo de Resurrección. El director australiano David Freeman ha creado una versión escénica del Messiah, el más famoso oratorio de Händel que no deja indiferente a nadie. Se estrenó en 2012 en la Ópera Real de Copenhague y ha llegado a la ciudad del Meno con muchas expectativas. El público recibió la propuesta con gran entusiasmo.
Sobre el escenario un grupo de personas quieren encontrar la paz entre las ruinas de una ciudad bombardeada (escenografía de David Roger), envilecida por el fanatismo de unos pocos. Según las notas y entrevistas, Freeman se inspiró en la guerra de Bosnia, sin embargo hoy tenemos desgraciadamente unas imágenes más recientes a donde van a parar nuestros pensamientos: la guerra de Siria y la situación de los refugiados. Quizá por ello el impacto visual sea más certero. El oratorio, como género, ofrece límites a la posibilidad de una historia lineal y por mucho que esté trabajada la secuencia escénica, no podemos dejar pasar por alto momentos de interrupción, de roturas, en la acción continua. En general el movimiento del coro, de los solistas y los actores (María, Jesús y Judas) fueron claros, sin que faltase el momento bizarro, como cuando la soprano cantó “Rejoice greatly” y el coro se comporta como un rebaño de ovejas. El efectivo el vesturario (Louie Whitemore) y la apropiada la iluminación (Wolfgang Göbbel) conjugaron bien con la coreografía (Julian Moss) y una videografía por momentos ramplona (Lanterna Vision). En general, la propuesta, además del impacto visual tiene profundidad psicológica y deja al espectador con más preguntas que respuestas. El Salvador trae esperanza, pero muy poca. Lo importante es que cumple con el cometido principal de un espectáculo de estas características: hacer pensar al público.
La Ópera de Frankfurt ostenta, compartida con la Ópera de Mannheim, el premio de Ópera de Año 2015 en Alemania concedida por una publicación germana. No es extraño dado que los conjuntos estables de la casa, la orquesta y el coro, están en estupenda forma. Aquí se emplearon con una delicadeza, fuerza e intención brillantísima. En el foso Markus Poschner delineó con verdadero sonido barroco una lectura musical estupenda, muy bien articulada con unos solistas de magnífico nivel, empezando por la magnífica voz y prestancia escénica de la mezzosoprano Katharina Magiera y finalizando por la del tenor Martin Mitterrutzner, otra voz a tener en la mira. Sin desmerecer un ápice las dos sopranos, la ligera Elizabeth Reiter y la lírica Juanita Lascarro, el bajo Vuyani Mlinde y el niño-soprano Gero Bollmann encargado de interpretar el aria “I know that my Redeemer liveth”.
Federico Figueroa