Miedo en la ópera

Miedo en la ópera Por Majo Pérez

Fotograma de la película Miedo y asco en Las Vegas, de Terry Gilliam (1988)

Tranquilos, no les voy a hablar de Halloween, pero ¿les gustan las historias de terror? El miedo es una respuesta primaria común a todos los seres humanos. Cuando percibimos una amenaza potencial, como alguien o algo desconocido corriendo hacia nosotros, nuestro organismo libera instintivamente adrenalina y cortisol, lo que pone en alerta todos nuestros sentidos. Sin embargo, el miedo es al mismo tiempo algo mucho más elaborado y difícil de definir.

La felicidad puede ser percibida como la antesala de un naufragio. Cuando esta es fruto de una incesante búsqueda externa que da sentido a nuestra vida, declararse feliz queda unido al miedo de dejar de serlo. Ahora que estamos inmersos en una happycracia que nos exige reafirmar constantemente nuestra condición no ya de personas felices, sino de buscadores de felicidad, el miedo se multiplica a la vez que necesitamos emociones más fuertes para ver si llega por fin la ansiada felicidad: una huida hacia delante en la que la adrenalina y el cortisol son el combustible. Miedo en la ópera

Felicidad y miedo no parecen ser emociones opuestas… Y como no podía ser de otra manera, la ópera no ha sido ajena a esta compleja relación entre lo que anhelamos, lo que sentimos y lo que tememos. Las historias de horror pueden ser contempladas como un espejo en el que vemos reflejadas las tensiones de nuestra sociedad.  Y el terror es, además, un género basado en la transgresión: en la exploración de límites, en el cuestionamiento de normas y valores, en lo que no podemos comprender.

Los cuentos de hadas y las leyendas nos proporcionan algunos ejemplos susceptibles de hacernos sentir algún que otro escalofrío en la butaca del teatro. El género se enraíza en la tradición oral de diferentes culturas europeas y encierra un valor moralizante. En esta categoría encontramos Hänsel und Gretel de Engelbert Humperdinck; El castillo de Barbazul de Béla Bartók (Ariane et Barbe-Bleu de Paul Dukas, donde encontramos a una Ariane empoderada, se sale de los límites de lo que nos ocupa) o El holandés errante, de Richard Wagner. La leyenda del hombre que le vende su alma al diablo, elevada a clásico de la literatura universal por Goethe, ha dado lugar a varias óperas. Faust de Charles Gounod y La damnation de Faust de Hector Berlioz, a medio camino de la sinfonía coral, son las dos más conocidas.

El cuento fantástico representa una evolución de estas historias de corte tradicional. La moraleja en este caso, si la hay, pasa a un segundo plano. No obstante, hechos y personajes insólitos siguen sirviendo de pretexto para poner a prueba las convicciones del espectador. Un ejemplo de ello lo constituye Les contes d’Hoffmann, de Jacques Offenbach, ópera que se centra en las desventuras amorosas del protagonista desde el gusto romántico por lo inquietante. A medio camino entre cuento de hadas y cuento fantástico, están los títulos Der Vampyr, de Heinrich Marschner, o la contemporánea Frankestein de Mark Grey, que fue estrenada en 2019 en La Monnaie con una producción de La Fura dels Baus. Miedo en la ópera

No hay muchas obras cuya esencia gire en torno a los postulados del género de terror. Otra vuelta de tuerca, de Benjamin Britten, que utiliza como escenario una vieja mansión encantada, es paradigmática. En ella, una joven institutriz se afana por educar a dos niños huérfanos sobre los cuales los fantasmas ejercen una influencia nefasta. Es también en una vieja casa en mitad del campo donde transcurre L’Enfant et les Sortilèges de Maurice Ravel. En esta fantasía lírica de dos actos, el protagonista, un niño colérico y cruel, aprende una lección de vida de parte de objetos que, movidos por una fuerza sobrenatural, se revuelven en contra de él.

Dicho esto, en algunos de los clásicos operísticos más representados se introducen elementos de misterio, a veces en forma de Deus ex machina. Es el caso de la estatua del comendador de Don Giovanni, que cobra vida; los visitantes del pasado de Macbeth o la voz de ultratumba que escuchamos en Don Carlo. En el ámbito hispano, Valentín de Zubiaurre se fijó en una leyenda medieval para componer Don Fernando el emplazado. Antes de ser ejecutados en Martos, los hermanos Carvajal emplazaron a Fernando IV a comparecer ante la justicia divina por su injusta sentencia. A causa de esta amenaza o no, lo cierto es que el monarca murió repentinamente a los pocos días, cuando solo contaba 26 años de edad. Otro título de un autor español es Le revenant de Melchor Gomis, una historia de fantasmas compuesta en París.

Si las fiestas de Halloween no son lo suyo, quizá puedan pasar esta noche buceando entre algunas de estas óperas que acabo de recordar. Y seguro que hay muchas más que no se me han ocurrido. Si no les convence ninguno de estos dos planes, qué quieren que les diga, pónganse a cantar aquello de ‘Je dis que rien ne m’épouvante’ (digo que nada me espanta), emulando a la intrépida Micaëla de Carmen. Les dejo con esta versión cantada magistralmente por Leona Mitchell. Por cierto, el hermano de esta diva, Hulon Mitchell Jr., conocido como Yahweh ben Yahweh, fue el fundador y líder de la secta Nation of Yahweh. Entre 1990 y 2001, cumplió once años de condena después de ser juzgado por su implicación en más de una docena de asesinatos, abuso sexual de niños y otros cargos. La ficción nunca supera a la realidad, ni da más miedo. Miedo en la ópera