No me cansaré de repetirlo ni de mostrar mi gratitud por ello. Lleva mucho tiempo la dirección del Teatro de la Zarzuela recuperando obras que están injustamente relegadas al olvido, demostrando que hay un importante fondo de creación lírica, sin que por ello se renuncie a reponer títulos que son bien conocidos del gran público y sin olvidar un aspecto que podemos considerar fundamental: la aparición de estrenos, algo que estaba totalmente olvidado y que, gracias a esta sabia política, estamos disfrutando actualmente. No tenemos que mirar muy hacia atrás; hace unas pocas fechas asistíamos al estreno español de Tres sombreros de copa y tenemos para próximas fechas el anunciado de Tomás Marco titulado Policías y ladrones obra que, esperamos, enriquezca el repertorio de nuestro género lírico nacional. Y el estreno español de una obra tan atractiva como es Cecilia Valdés que, sin duda, será un gran acontecimiento en la programación del teatro de la calle Jovellanos.
Ahora vuelve el gran Guridi al escenario de la Zarzuela. Y lo hace con todos los honores, como no podía ser menos. Si en el estreno de esta temporada tuvimos la suerte de disfrutar de una hermosa versión de El caserio, ahora volvemos de nuevo a encontrarnos con la realidad de la bellísima música vasca, inspirada en lo popular, y que se materializa de forma brillante con esta versión – de concierto- que nos ha ofrecido el Teatro de la Zarzuela. El Caserío inició la temporada y ahora seguimos con Mirentxu una de estas hermosas realidades que nos sumen en tristeza al comprobar cómo somos incapaces de valorar lo nuestro, cómo somos insensibles ante un hecho de contrastada calidad, como preferimos un estúpido mimetismo, una actitud servil hacia todo lo que nos venga de fuera y encogemos los hombros con la indiferencia que da la ignorancia, con el ridículo desprecio hacia lo mejor de nuestro repertorio. No es éste el momento de ahondar en la perversidad que muchas veces emplea el lenguaje cuando no responde a la realidad, cuando lo retorcemos y lo llevamos a un plano diferente al que le dio origen. Vuelvo a insistir, no es el momento pero como ejemplo valga la mala utilización que se hace al utilizar lo de género chico, no en su verdadero significado, sino en el torticero de adjudicarle un significado de inferior calidad. Pero parece comprobado que no tenemos arreglo.
Vale, pero vamos a centrarnos en la versión que hizo el Teatro de la Zarzuela de la obra Mirentxu, de Jesús Guridi, con libreto de Jesús María de Arozamena y Alfredo Echave, estando la adaptación a cargo de Ortiz de Gondra. Constituye ese intento de crear una ópera vasca, intento compartido por Usandizaga y que también cobra cierto vigor en otros puntos geográficos de España. Mendi Mendiyan es la formidable creación de Usandizaga y Mirentxu la de Guridi. Y aunque no fueron las únicas, estas dos obras bien justifican por sí solas el empeño de estos compositores. Ambas tienen calidad y belleza sobradas y no voy a entrar en el juego tan poco positivo de comparar ambas partituras. Solamente quiero insistir en que Mirentxu es una obra de una belleza musical, de una gran calidad, un verdadero regalo para el músico y para el aficionado, una obra importante que incomprensiblemente no ha tenido la repercusión que debiera en relación con su calidad. Se ha escrito sobre la endeblez del libreto. Por favor, si estamos hartos de leer libretos absurdos, de ínfima calidad literaria, y no solamente en el apartado de la zarzuela, sino en muchas e incluso muy importantes óperas. También hemos leído reproches sobre la no unidad de los números musicales. Con el máximo respeto a todas las teorías no podemos suscribirlas, porque la obra tiene un hilo conductor musical, que es lo puramente vasco pero no se entienda esto como que Guridi se limite a utilizar el rico folclore vasco. Todo lo contrario le sirve como punto de partida, como motivo de inspiración pero él elabora toda una propia creación musical que, repito , se inspira en la música popular vasca. El tierno y sencillo idilio frustrado de Mirentxu sirve de hilo conductor a una creación musical de altura, donde las referencias a las músicas populares enriquecen una partitura en la que están presentes aspectos fundamentales en la creación del músico vasco, con sus referencias a la forma de escribir francesa, su parentesco con el verismo, su utilización –a veces- un tanto wagneriana de la orquesta. Pero todo ello con la robusta personalidad musical del compositor. Las referencias antes aludidas le sirven pero no menoscaban la originalidad, ni erosionan la fuerte personalidad que late en cada uno de los momentos de Mirentxu.
Me ha parecido muy brillante y convincente la dirección musical de Óliver Díaz. Ha hecho sonar a la orquesta con una gran calidad, ha utilizado sabiamente los recursos tímbricos y ha conseguido crear ese ambiente que requiere la música de Guridi. En el aspecto positivo también tengo que destacar el cuidado con el que ha sabido conjugar los planos sonoros, el respeto y la colaboración perfecta con los solistas. Una labor encomiable, según mi criterio. Y lo mismo puedo decir del trabajo de Antonio Fauró al frente del coro del Teatro de la Zarzuela, en su buena línea habitual pero aquí con la gran importancia que el coro tiene en el desarrollo de toda la obra.
En el capítulo de los solistas tengo que destacar a una deliciosa Ainoha Arteta tan entregada a su papel, dando tanta credibilidad al personaje de Mirentxu. Arteta se ha involucrado con gran generosidad, se ha sentido identificada con el personaje y creo que se ha emocionado con el mismo. Muy bien de voz, con limpia musicalidad, con una excelente técnica a la hora de la emisión y de la respiración. Cantando con entusiasmo, con entrega, consiguiendo hacernos muy próxima a la desgraciada y encantadora protagonista. Buen nivel, muy buen nivel, ha tenido Marifé Nogales, que ha bordado un personaje que queda un poco relegado como es el de Presen.
Christopher Roberston tiene una buena voz y canta con gusto y con convicción. Ha hecho un Txanton impecable. Seguro en la emisión de una voz cálida, potente y muy bien timbrada. El tenor Mikeldi Atxalandabaso ha ido de menos a más. Su timbre de lírico ligero parecía un poco forzado en sus primeras intervenciones pero en el segundo acto ha cantado formidablemente bien la que podríamos llamar- un poco impropiamente- su gran romanza. Ahí ha estado a una gran altura, poniendo todo el lirismo, toda la belleza que requiere el momento, ofreciendo una voz de lírico ligero sin fisuras y buscando y consiguiendo la emotiva expresión de los sentimientos del personaje. Hay que destacar la acertada intervención del Coro de Voces Blancas Sinan Kay que con acierto dirige Lara Diloy y el aplomo y la seguridad que han demostrado sus dos componentes solistas, las jovencísimas Patricia Valverde y Azahara Bedmar. También han intervenido con acierto José Manuel Díaz y Mario Villoria. No podemos silenciar la buena actuación de Carlos Hipólito, excelente actor que ha llevado el hilo argumental con sobriedad y eficacia.
José Antonio Lacárcel