Moby-Dick. Música de Jake Heggie; libreto de Gene Scheer. Washington
Kennedy Center
22 de febrero de 2014
El peligro de que una nueva composición operística creada en Estados Unidos, por el código cultural de este país, tenga más de musical que de ópera queda soslayado en Moby-Dick. La melodía coreada y pegadiza asoma en un momento culminante del primer acto, quizás en un guiño al otro género, pero es una excepción. Moby-Dick, con música de Jake Heggie y libreto de Gene Scheer, basado en el clásico de Herman Melville, tiene plenos valores operísticos. Estrenada en Dallas en 2010, y habiendo pasado por San Francisco, esta obra en dos actos llegó el sábado a Washington. En la costa este se estrenó con dirección musical de Evan Rogister y producción de Leonard Foglia.
El principio impactante de imágenes creadas por ordenador –una constelación de estrellas en variación, que deriva primero en carta náutica y luego en el dibujo de la estructura en rotación de un velero– situó rápidamente la acción en medio del océano y en plena travesía a la caza de Moby-Dick, la legendaria ballena blanca. Las tensiones dramáticas quedaron también muy rápidamente expuestas: la obsesión del capitán Ahab en vengar la derrota que tiempo atrás tuvo frente al gran cetáceo, en la que perdió una pierna; los esfuerzos de Starbuck, su hombre al frente de la tripulación del ballenero Pequod, para hacerle desistir de su obcecación y compadecerse de quienes está llegando a la perdición, y la búsqueda de sentido de la vida de Greenhorn, un joven que se ha sumado a la expedición porque no tiene raíces en tierra. El cuadro central se completa con Tip, el adolescente chico para todo en el barco, y el marinero indígena Queenqueg, que a su modo representan la ingenuidad de la naturaleza humana, despojada de todo lo superfluo cuando se enfrenta al albur de las fuerzas naturales.
Fue en el segundo acto cuando el drama, interpretado por un reparto de cantantes casi todos estadounidenses, destiló su mejor esencia. El tenor Christian Bowers (Ahab) fue convincente, tanto en su presencia física como en su interpretación vocal, en la encarnación de un capitán siniestro y a la vez atormentado. El tenor Stephen Costello (Greenhorn) cubrió bien su tránsito personal del nihilismo a la experiencia de valores firmes, como la amistad. Entre ambos, el barítono Matthew Worth (Starbuck) sirvió de cierto remanso de tonalidades frente las marcadas luchas interiores de esos otros dos hombres. Todas fueron voces masculinas, salvo la de la soprano Talise Trevigne, que interpretó al niño Pip.
Algunas soluciones escénicas fueron notorias, como la elevación de la parte posterior del escenario, por lo que subían y resbalaban la tripulación y sobre la que se proyectaron los contornos de las barcas para simular que los marineros iban en ellas para lanzar sus arpones. Moby-Dick nunca se vio aparecer: en el enfrentamiento final, Ahab quedó solo ante el inmenso ojo de un pez. La obra no abusó del canto coral, a pesar de tener a su disposición casi permanentemente a un grupo de marineros, y lo alternó bien con las arias individuales.
Queequeg: Eric Greene
Greenhorn: Stephen Costello
Flask: Alexander Lewis
Starbuck: Matthew Worth
Stubb: Christian Bowers
Pip: Talise Trevigne
Capitán Ahab: Carl Tanner
Conductor: Evan Rogister
Director: Leonard Foglia
Coreografía: Keturah Stickann
Escenografía: Robert Brill
Vestuario: Jane Greenwood
Iluminación: Gavan Swift
Emili J. Blasco