Montero-Heras: vehemencia a gogó

Montero-Heras

En el inicio del ciclo Beth2020, actuaron junto a la orquesta de València el maestro Pablo Heras Casado y la pianista Gabriela Montero, ofreciendo una audición que se caracterizó por un carácter muy innovador, unas dinámicas muy contrastadas y un planteamiento bastante lejano de los postulados clásicos para interpretar el concierto  numero uno para piano de Beethoven (que en realidad es el segundo escrito aunque el primero publicado) y la tercera sinfonía de Bruckner en su postrer revisión de 1889 (versión Nowak)

El planteamiento novedoso del concierto beethoveniano, muy lejano de la devoción mozartiana que ya se despega en el tercero, llevó en el inicio a un despiste de los arcos y a una exposición muy vehemente del primer motivo antes de la entrada del piano, que contrastó con el fraseo perlado de la pianista, con la que se entendió pronto respetando su criterio interpretativo, aunque sin abdicar de su consubstancial ímpetu, lo que motivo una lectura de flagrante diversidad. Muy interesante fue el regulador de la batuta que precede a la cadencia, virtuosa e intensa, creativa y fantaseada. El piano entró ensoñado en el segundo tiempo, tenor que repitió la orquesta, con primorosa elegancia. A destacar el diálogo, con determinación de romanza, de las trompas con la venezolana y luego con los arcos repitiendo el motivo. La velocidad y la intensidad del postrer tiempo, superó el postulado de rondó (por más que se señala scherzando, como suele ser habitual en las versiones con intérpretes jóvenes, aunque ya Gulda hace más de cuatro décadas gustaba de  «darle marcha») con una impetuosa energía, acentuando los tiempos débiles, que permitió a Montero exhibir su seguro virtuosismo y en particular en el segundo tema donde emerge, con mayor propiedad la rítmica estipulación de scherzo.

El público ovacionó con justicia a los intérpretes y en particular a la pianista que, como suele ser habitual en sus propinas, ofreció una obra en la que pidió la complicidad del respetable para llevar a cabo variaciones sobre la misma. Fue el joropo «Alma llanera» (que en verdad proviene de una zarzuela) que es una especie de segundo himno nacional popular venezolano, algo así como el «Que viva España» pero bastante menos hortera. Montero estuvo fantasiosa y creativa y terminó el largo bis acentuando el ritmo de sus improvisaciones con un entusiasta combinado de calipso y merengue, que aun encendió más el fervor de la audiencia. 

La tercera sinfonía de Bruckner nos permitió apreciar las cualidades del director con una obra de envergadura. Su gesto, sin duda no elegante, tiende más a marcar la intención rítmica y sonora que a precisar las entradas a los instrumentistas. Además, no es en exceso preciso, de hecho es casi imperceptible, pero o él se adelanta una décima de segundo en marcar el pulso o se retrasan los músicos en su entrada. En una ocasión al cerrar una frase, una parte de la orquesta se le quedó colgada, levemente, pero se le quedó. Tiende a exagerar las frases con desproporción que contrasta en exceso las frases más suaves con los vehementes tuttis, pasados de decibelios, aunque pronto se produjo la avenencia de Heras Casado con la agrupación valenciana. En el primer tiempo de la tercera hay herencias tímbricas y modulaciones wagnerianas y también una declarada admiración por las armonizaciones beethovenianas, pero fundamentalmente lo que hay es una exaltación sonora de la naturaleza del paisaje alpino austriaco, y ese ambiente pictórico con, no escasas dosis de poesía, la verdad es que lo echamos a faltar no poco.

El segundo tiempo tuvo intención, pero faltó sugestión en el idílico tema encomendado a los arcos. La lectura tuvo esmero pero pecó de monótona. El scherzo que tiene un propósito entre el lander y el vals, (las músicas del terruño del autor), tuvo momentos muy sugestivos como en la evocación bucólica de las maderas a la que sigue un valseado llevado a uno con significativa propiedad, que pronto se desvaneció volviendo a soliviantarse en la repetición del motivo por el tutti y también en el que precede al procesional de las trompas.  

Antonio Gascó