Montserrat Caballé es homenajeada en el Teatro Real de Madrid

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Montserrat Caballé

Por Carlos J. López Rayward

El Teatro Real de Madrid celebró ayer un concierto en que se rendía homenaje a la soprano española Montserrat Caballé, figura indispensable la lírica española, cuya relevancia artística a nivel internacional la hacen merecedora de todos los reconocimientos.

El programa incluyó páginas de Donizetti, Verdi, Charpentier, Richard Strauss, Puccini y Bellini, servidas por las sopranos Mariella Devia, Jessica Nuccio, Irina Churilova, Montserrat Martí (hija de la homenajeada), Ángeles Blancas y Ann Petersen. La soprano italiana Jessica Nuccio sustituyó en el último momento a María Agresta, y las arias de Giovanna d’Arco de Verdi y de Gemma di Vergy de Donnizeti que ésta iba a interpretar se sustituyeron por el aria del tercer acto de La Traviata. De esta manera, el homenaje no cumplió totalmente el objetivo de traer de nuevo alguno de aquellos títulos olvidados que la diva catalana rescató a lo largo de su carrera. Los directores Álvaro Albiach y José Miguel PérezSierra se turnaron sobre el podio para dirigir a la Orquesta Titular del Teatro Real.

El director de escena asturiano Emilio Sagi fue el encargado de dirigir el homenaje, centrado en las creaciones de Montserrat para Madrid. Mi director de escena preferido, como confesó Caballé, Sagi ha compartido muchas producciones con ella. Fue un acierto incluir su participación como maestro de ceremonias.

La velada comenzó con la proyección de varias fotos de la carrera de Montserrat Caballé, en la que pudimos verla caracterizada para aquellos roles que le dieron fama mundial y para esos otros que recuperó para el repertorio. De fondo, la interpretación de Sposa son disprezata, de la ópera Bajazet de Vivaldi, que interpretara en el Teatro Real en 1979. Nos reencontramos entonces con la artista, con su técnica incomparable que dejaba trinos para el recuerdo, con su fiato legendario y la morbidez misteriosa de su timbre. Este vídeo está disponible en Youtube. Tras la proyección, los tímidos aplausos fueron creciendo en intensidad hasta convertirse en una ovación cerrada en la que el público, casi todo él en pie, aclamó a la diva, que se levantó para recibir los aplausos desde su palco de platea visiblemente emocionada.

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El concierto lo abrió la soprano italiana Mariella Devia, una artista en el otoño de su carrera, pero que conserva intactos algunos de los sonidos que la han acompañado siempre, además de ese gusto exquisito en el canto legato y el belcanto. Cantó Al dolce guidami de Anna Bolena de Donizetti, en una versión nocturnal y lentísima (a petición de la artista, suponemos) dirigida por Pérez-Sierra, que llevó la orquesta a media voz para realzar el sonido de la Devia.

Le siguió la Nuccio, que cantó Sempre libera, el aria del primer acto de La Traviata, con una interpretación jovial pero falta de tensión musical y ligazón, en la que la soprano se acomodó feamente en algunos ataques comprometidos.

Irina Churilova cantó a continuación Pace, Pace, mio Dio de La forza del destino de Verdi. Una versión también muy lenta, en la que la voz pesada y oscura de la rusa brindó una interpretación lucida, pese a lo especulativo de sus agudos.

Montserrat Martí homenajeó a su madre con dos páginas famosas. En la primera, Depuis le jour, de Louise de Gustave Charpentier, tuvo una entrada en escena espectacular con un vestido de terciopelo negro, con hombros abullonados y cola flamenca. Comenzó nasal, pero pronto aseó el centro de la voz. Pese a las evidentes diferencias, algunos giros tímbricos recuerdan a los de su madre. Lo mejor de la interpretación fue la fuerza expresiva de las notas más agudas.

Ángeles Blancas ofreció la intervención final de Salomé de la ópera homónima de Richard Strauss. Con el pelo aún muy corto tras interpretar el papel en el Teatro Romano de Mérida, la soprano española hizo subir la temperatura del Real con una versión tempestuosa, más recitada que cantada, con varios deslices de afinación y agudos abiertos cercanos al grito. Su dramatismo, poderoso pero un tanto exacerbado, coqueteó en algunas frases con la caricatura. La orquesta, comandada ahora por Albiach, sonó espléndida, con un sonido riquísimo. El público aplaudió ahora con más ganas que en las intervenciones anteriores.

La intensidad continuó de la mano de Ann Petersen, que cantó la célebre aria Mild und leise wie er lächelt de Tristán e Isolda de Wagner. La corpulenta soprano danesa propuso una Isolde poderosa en lo vocal, de gran voltaje sonoro, que empastaba con el magma orquestal sin perder cuerpo. Álvaro Albiach estaba en vena, sacando de la orquesta inusitados colores wagnerianos.

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Tras el descanso vimos más fotos de Caballé, esta vez junto a sus compañeros y personajes más queridos, con la interpretación de Caballé de Elegía eterna de Granados, una oportuna elección dadas las circunstancias. Se proyectaron también los mensajes de cariño de los que no pudieron estar presentes, por diversos compromisos, sin duda más importantes que rendir homenaje a la Montserrat Caballé. Plácido Domingo felicitó el cumpleaños a la diva recordando la mítica gala en honor a Rudolf Bing en el Met en 1972, donde cantaron juntos el dúo de Manon Lescault dirigidos por Molinari-Pradelli, como recordando los tiempos en los que los homenajes se hacían como Dios manda. También José Carreras proclamó su amor por Caballé, mientras que Rennée Fleming envió un cariñoso vídeo grabado unos días antes con su teléfono móvil.

Montserrat Martí volvió después con O mio babbino caro de Puccini. Apianó con gusto en los agudos, aunque la desagradable heterogeneidad en el color deslució su intervención. Es curioso cómo la vocal ‘a’ puede tener tres colores diferentes en una misma frase. Regaló un filado de mérito, marca de la casa, en la palabra final ‘pietà’. Recibió aplausos de un público algo frío.

Escuchamos después a Churilova en Un bel di vedremo, un aria que tanto interpretó Caballé. Aquí el discurso musical corrió a cargo más bien de la orquesta. Nuccio le sigió con Addio del passato de La Traviata de Verdi. Tras leer la carta de Germont como si se tratara de la lista de la compra, hizo disfrutar al público con una apreciable cabaletta, en la que lució su voz juvenil, en sazón aunque aún por asentar.

Mariella Devia cerró las intervenciones vocales con el aria de la locura de Imogene, de la ópera Il Pirata de Bellini. El público braveó a la italiana como justo premio a una intervención que desprende el aroma de las grandes intérpretes bellinianas. El empaque y la elegancia del legato, sostenido sobre un sonido exuberante y homogéneo, la intención expresiva y el gusto de la media voz hizo de la interpretación lo mejor de la noche. Y ello pese al pausado tempo de la misma, que le daba un aire más de himno que de escena de locura.

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Tras la proyección de las escenas de la Norma que cantó la diva en el Real en 1971, cuando éste era sala de conciertos, subió al escenario para recibir el aplauso del público de Madrid. Pidió una silla para poder terminar su discurso, en el que se acordó especialmente de los músicos de la Orquesta del Teatro; de Joan Matabosch, artífice del homenaje, al que le brindó su agradecimiento “del alma, no del corazón”. También tuvo palabras para su hermano Carlos Caballé, su agente artístico durante sesenta años; y para José Antonio Campos, director en varias ocasiones del Teatro de La Zarzuela, que se encontraba entre el público, y que se ocupó de que los madrileños pudieran disfrutar del arte de Caballé, y que organizó en 1988 un homenaje a la artista cuya memoria empequeñece el que ayer se produjo en el Real. Estuvo entrañable y jocosa, como cuando recordó la benevolencia de Sagi con su corpulencia, o agradeció el acierto de la orquesta por “llevarme por donde yo quería, en realidad”. Prometió que cuando se recupere físicamente, ofrecerá un recital en Madrid, con las obras preferidas del público.

Un homenaje en el Teatro Real agridulce, por la poca relevancia de las intervenciones vocales, en la que la orquesta fue lo mejor musicalmente. Llegarán más reconocimientos para la grandísima diva, como dice Renée Fleming. Todos ellos merecidos; y la mayoría, probablemente, mejores.

Carlos Javier López   @CarlosJavierLS