Morlot dice adiós a la Seattle Symphony con una olvidable Quinta de Bruckner

Morlot y la SSO. Foto: Brandon Patoc
Morlot y la SSO. Foto: Brandon Patoc

La Seattle Symphony Orchestra interpretó el pasado jueves la Sinfonía Núm. 5 de Anton Bruckner, un día antes de que se hiciera oficial que tras la temporada próxima Ludovic Morlot dejará de ser el director artístico de la institución norteamericana, que ya trabaja en su sustitución.

Desde 2011, y combinando entre 2012 y 2014 su trabajo en Seattle con la ópera de La Monnaie de Bruselas, el director de orquesta francés Ludovic Morlot ha marcado la pauta de la SSO, consiguiendo no pocos éxitos, sobre todo en el disco, con el sello propio Seattle Symphony Media. Dentro de esta cuidada y aplaudida producción discográfica destacan las interpretaciones en directo de obras del compositor francés Henri Dutilleux, refrendadas por la crítica y galardonadas en múltiples ocasiones, que son ya una referencia. La institución le ha respaldado en una programación innovadora que mezcla obras poco comunes, conciertos de otras músicas y una  buena cantidad de estrenos absolutos de compositores como Agata Zubel, John Adams o Gabriel Prokofiev. Todo ello le ha permitido colocar a la SSO entre las orquestas más dinámicas, activas e innovadoras de Estados Unidos, y luchar contra la idea de que las orquestas más interesantes están en la costa este.

No obstante, como han ido pudiendo comprobar nuestros lectores más fieles a lo largo de los últimos dos años, su entendimiento con los músicos de la SSO ha brillado en especial en el repertorio contemporáneo, mientras que en las obras más clásicas Morlot se mostraba más irregular, incluso apático en ocasiones. Sea como fuere, no cabe duda de que Morlot ha mejorado el rendimiento de esta orquesta, que hoy tiene el músculo necesario para emprender nuevas proezas bajo otras batutas.

Tras las extraordinarias actuaciones de marzo, que ya narramos en Opera World, la Sinfonía Núm. 5 de Bruckner decepcionó a gran parte del público. La Quinta de Anton Bruckner  tiene el interés de ser un ejemplo arquetípico de la producción sinfónica del compositor, si bien sus melodías, más bien frías y secas requieren una ejecución exacta para alcanzar el relieve que otras sinfonías consiguen con sólo un puñado de notas.

Son precisamente la precisión y el equilibrio algunas de las características de la SSO, si bien el pasado jueves bajo las órdenes de Ludovic Morlot no se concretaron como acostumbran. El primer movimiento se presentó con una exposición clara. Nada que objetar a la idea, si no fuera porque dicha claridad fue dando lugar a una falta de intención expresiva y a una asepsia de la que la orquesta sólo se libró con violentos ataques en los vientos, que sonaron divagantes y especulativos. Los concertantes, tocados en fortísimo, aparecieron ampulosos y envarados en contraste con el mesurado comienzo del movimiento.

Al adagio le faltó una mayor proyección sensorial. La orquesta tiró de oficio en un elogiable esfuerzo grupal. La calidad de los profesores de la SSO es bien conocida, pero se manifestó tan sólo en oleadas.  Así, se alcanzaron elegantes volutas en las cuerdas, así como brillantes ascensos al agudo de los trombones. Al final del movimiento, el público disfrutaba de una escucha más cómoda, aunque Morlot ya se había dejado demasiados pelos en la gatera.

El tercer movimiento parecía alumbrar un punto de inflexión en la interpretación, donde el color cambiante de la orquesta y el tino de las variaciones dinámicas intentaron en buena lid distraer de lo acontecido hasta el momento. Apareció entonces la SSO que sorprende y emociona, aunque sólo en breves y deliciosos chispazos de gracia.

El Finale tuvo un comienzo emocionante, con empaque y pujanza expresiva. Morlot supo combinar la acidez del sarcasmo en el viento madera con una amplia placidez en las cuerdas, para crear uno de esos momentos agridulces marca de la casa. Se nota enseguida cuando la atención de Morlot se recrea en una idea de la partitura, pues no tiene problemas para moldear a la SSO a su antojo, ensamblando con criterio artístico una orquestación compleja. Durante estos pasajes en adagio del finale escuchamos algunos de los mejores momentos de la SSO. Progresivamente, el artista francés y sus músicos parecieron agotar la fuente de las ideas, y al final de la obra terminaron ofreciendo una vacua colección de efectos reiterativos y poco naturales.

Al final del concierto cundió la sensación de que Bruckner no es el mejor compositor para la SSO, pues los músicos no parecieron nunca cómodos en el estilo, yendo de lo mejor a lo peor en una interpretación que, al lado de los triunfos del mes pasado, se antoja poco más que irrelevante.

Carlos Javier López