Mozart en París dirigido por Gardiner: Mozart habla inglés

John Eliot Gardiner
John Eliot Gardiner

El concierto escuchado el lunes 25 en la Philharmonie de Paris sin duda quedará para el recuerdo de los aficionados y eruditos. Ante nosotros un programa largo, complicado y profundo con el único común denominador del compositor: W. A. Mozart.

Comenzó el concierto con la sinfonía número 40, el sol menor. Sinfonía en cuatro movimientos (a la manera “clásica”). Aquí encontramos la primera peculiaridad. Los músicos dirigidos por Gardiner portaban instrumentos de época. Esto no impidió que la afinación se mantuviera bastante estable durante cerca de la hora y media de música. En líneas generales, guardaron un gran sentido del balance y afinación, ayudado por un genial Gardiner que no dejó nada a la improvisación. 

El primer movimiento destacó por su bello fraseo y gran interpretación del estilo. ¡Estaba sonando Mozart! Sin manierismo, sin artificios. Gardiner sin embargo, guardaba su gesto estático sin grandes movimientos. Detrás de todo ello: las horas de ensayo, profesionalidad y sabiduría de instrumentistas y director.

El segundo movimiento comenzó con una gran muestra de manejo de voces y planos sonoros. Expresivo, lento y siempre en el estilo. Fantástico ensemble de vientos. 

Tercer y cuarto movimientos guardaron la viveza en la interpretación de la danza o scherzo y del movimiento conclusivo, respectivamente. Caben destacar el tiempo no muy animado y pesante del tercero (las cuerdas empezaban a desafinarse) y la viveza y electricidad del cuarto. De nuevo dos aspectos respetables en los vientos; grandísimo el primer fagot y la colocación de las trompas, no juntas, sino en los extremos de la orquesta.

Así llegábamos al plato fuerte, perdón por el atrevimiento, de la noche; la Gran Misa en Do menor. Esta “Gran” misa es la más basta de Mozart junto con el Requiem. Ambos guardan un factor común, están inacabadas. 

La misa guarda un importante “aire” barroco ya que fue en la casa del baron van Swieten, en Viena, cuando Mozart descubrió a los grandes del Barroco: Bach y Handel. ¡Se dice que Mozart no conocía a Bach! y que fue a raíz de estos encuentros cuando se impregnó del estilo de estos grandes barrocos. La misa está dotada de una gran solemnidad y metafísica formidables que recuerdan a personajes como el Comendador de Don Giovanni.

El Kyrie comenzó con las voces del coro un poco abiertas. Quizá todos los músicos sabían de la importancia de la gran obra que estaban soportando sobre sus manos (y cuerdas vocales) y el balance no estaba siendo tan bueno como al principio. Fue un espejismo. La entrada de Forsythe fue simplemente mágica. Lirismo, timbre, dulzura.. “La Forsythe” para que me entiendan. Gran final del coro.

Restaban el Gloria, Credo y Sanctus. 

El Gloria fue toda una prueba de resistencia y maestría. Se divide en hasta ocho partes. En el Laudamus Te (segundo solo de soprano a cargo de la segunda solista), Morrison no se quedó atrás y resolvió las coloraturas con gran profesionalidad. Demostró tener un fiato admirable. Y es que ésta, junto con Forsythe, volvieron a hacer gala de su técnica a continuación de que el coro se separara (a modo responsorial) en el Domine Deus. Muy destacadas las sopranos. Por encima de lo que se “hubiera requerido”.

El Credo y el Sanctus fueron una prueba más de la noche mágica que estábamos viviendo. Especial fue en el Credo el trino conjunto entre la flauta solista y la soprano con una casi enfermiza precisión.

El concierto terminó con “bravos” desde todos los sectores, abarrotados, de la Philarmonie a estos músicos ingleses que sin duda esperamos escucharles pronto. Y es que el lunes pudimos comprobar en París que Mozart, también habla inglés.

Eduardo Frías