Muere el amor por los celos, la intriga, las mentiras y un pañuelo. Todo muere. Otello en Bellas Artes

Otello en Bellas Artes
Otello en Bellas Artes

La tormenta rompe el mástil de la nave que conduce al Alado León de Venecia de regreso de vencer el orgullo musulmán y dejarlo sepultado en el mar. A punto de perecer y naufragar logró vencer los escollos. Los rayos del huracán pudieron ser derrotados. No asi el mal de los celos. La primera escena de la penúltima obra de Giuseppe Verdi, OTELLO, estrenada en el Teatro alla Scala de Milán, el 5 de febrero de 1887, es una de las más espectaculares de la historia del compositor. La fuerza sobrehumana de los elementos de la naturaleza atruena en la orquesta y el coro canta con todo su terror la tragedia que contemplan. Algunos de sus enemigos quisieran que el Moro terminara ahí sus días. Pero Otelo se salva y aparece triunfante y aclamado: “¡Alegraos! ¡El orgullo musulmán está sepultado en el mar! ¡Nuestra y del cielo es la gloria!

La repetición de la puesta en escena presentada hace dos años, por la cancelación de otros títulos anunciados, “Los cuentos de Hoffman” de Ofenbach y “Parsifal” de Wagner, sacaron de la bodega esta producción con un elenco diferente, donde el Moro vuelve a serlo y deja en el olvido al anterior de los caireles rubios y rostro sin embadurnar. Algunas mejoras vimos en este refrito que estuvo bien condimentado y no disgustó al respetable que llenó el teatro. Se presenta en las concebidas cuatro funciones, que se han vuelto ley y costumbre, pues un recinto tan glorioso e histórico donde hemos visto y oído grandes producciones y voces, ahora adolece de recursos y parece no querer salir del hoyo en que se encuentra. Pocas funciones, algunas con cierto decoro, se presentan solo para cumplir el mínimo requerido.

Otello en Bellas Artes
Otello en Bellas Artes

Con un elenco de mayoría extranjera, en los papeles protagónicos, y en los partiquinos cantantes mexicanos de reconocido valor jóvenes y principiantes cumplidores. La Orquesta y el Coro del Teatro de Bellas Artes , dirigidos por el maestro nacido en los Estados Unidos pero con formación en Moscú, Gavriel Heine, quien hizo sonar bien a la desencanchada agrupación que carece todavía de titular pues no renovaron el contrato de su titular por 6 años, el defenestrado Srva Dinic. Buen trabajo realizó con maderas y metales quienes nos han acostumbrado a las más variadas pifias y desafinaciones pero que ahora sobrevivieron. El coro lo dirigió el italiano Stefano Ragusini. La escena fue la misma que habíamos comentado en su estreno con algunas ligeras variantes. Luis Miguel Lombana fue quien la dirigió. Nada nuevo agregó. Lorenzo Decaro, tenor de origen italiano dio vida y presencia a Otelo. Su entrada después de la tormenta fue lo mejor que cantó. Con un Fiato extraordinario sostuvo sus frases a toda voz con brillo y poder, fuerza y enjundia. Luego cumplió con profesionalismo su cometido. Su fiel esposa Desdémona, acusada falsamente de adulterio, pecado horrendo, tuvo en la soprano cubana Elizabeth Caballero una interprete adecuada a su sufrido personaje. Giuseppe Altomare, también de origen italiano, brindó un Yago creíble y malvado. Emilia, la mujer del pérfido y envidioso engañador, lo saco con solvencia la mezzosoprano Grace Echauri, cumplidora de un personaje bastante menor para sus grandes facultades. Bien los tenores partiquinos mexicanos Andrés Carrillo, que ya destaca en esos terrenos, y Orlando Pineda, de voz premiada. Ambos sobresalen con pundonor en sus Cassio y Roderigo. Igual cumplen bien Alejandro Vázquez, Luis Rodarte, y Mariano Fernández en sus roles breves de Ludovico, Montano y el Heraldo. Laura Rode, a quien aquí señalamos y rendimos un sincero homenaje por su larga y extraordinaria carrera en la escena, hizo la iluminación con la exquisitez y profesionalismo al que nos tiene acostumbrados.

Cubrieron pues las huestes de Bellas Artes el hueco que había con estas funciones sacadas de la manga dejándonos con el pendiente de los títulos anunciados y abortados. ¡Sea por Dios!

Manuel Yrízar