Me llamó, ya hace algún tiempo, poderosamente la atención, el nombre del conjunto instrumental que dirige la violinista Lina Tur Bonet: Musica AlcheMica. Es un nombre que obliga a pensar y no es extraño que lo haga. Sin duda procede del árabe al-khīmiyā que en su ideario filosófico y de conocimiento, se implica en disciplinas varias como la química, la medicina, la astrología, la semiótica, el espiritualismo y el arte. Es decir: el conocimiento en suma con un propósito universalizador y de llegar a las primeras bases causales de los hechos científicos. No le faltan razones de ocultismos cabalísticos y esoterismo, que parten de una sublimación del misticismo espiritual interior, para aplicar esa catarsis conductiva del camino a la eternidad, a las experimentaciones investigadoras. Tal vez el ejemplo más conocido de las acciones de los alquimistas fuera, como se significó desde la antigüedad, el encontrar la piedra filosofal que convertía el metal en oro.
Y el lector se dirá: ¿Y qué tiene que ver todo ese fárrago prologal que nos suelta el comentarista con la música?. Pues sí: la música es una matemática, que no en balde estaba entre las cardinales del conocimiento, desde la escuela pitagórica y que en el medievo sentó cátedra en el Quadrivium.
Y acabo: el ideario de Música AlcheMica está en buscar versiones de las obras del barroco, que nos ofrecieron en el concierto del Auditorio de Castellón, que tuvieran un axioma de configuración originaria en las sonoridades, pulsos y carácter interpretativo, siendo al tiempo resueltamente originales en las versiones. Ello implica una investigación de partituras, de la posición y acción de los arcos y de la individualidad y de la colectividad para cuajar un sonido propio e intencional.
Que no fuera el mejor conjunto barroco que hemos escuchado en nuestra ya cincuentenaria actividad de crítica musical, no quita para que sus versiones no fueran (a parte de su indudable calidad) especialmente significativas precisamente por los resultados de esa investigación de «postulado alquimista» que aportaron.
El grupo ofreció cuatro conciertos de Vivaldi, al margen de la obertura de la ópera «L’olimpiade», de los cuales tres eran absolutamente inéditos debidos a las labores de investigación de Olivier Fourés, íntimamente vinculado al colectivo que dirige la violinista ibicenca.
La obertura, que obviamente abrió el programa, se resolvió con intensidad partiendo del obsesivo ritmo de los cuatrillos en fusas que la inician. Ya en esta página se evidenció la conjunción del grupo, su espíritu de interpretación muy emocional, y sobre todo la riqueza plural de las sonoridades de sus componentes, conjuntadas en una amalgama de densa armonización.
La versión que el cellista del grupo ofreció del concierto en SolM RV 414, tuvo un momento de especial significación para quien esto escribe que fue el fraseo contrapuntístico del ritornello del largo, con emotivo relato de la sugestiva cantinela casi con intención de romanza.
Los tres conciertos para violín que se ofrecieron en versión inédita, gozaron de las características habituales del compositor de L’ospedale della pietá: virtuosismo, refinamiento, intensidades contrastadas y cuidado fraseo, sobre todo en los siempre melódicos y sentimentales tiempos lentos. A destacar la labor directorial de Lina Tur, en el planteamiento del diálogo de los instrumentistas y la exhibición de un virtuosismo que lejos de pretender la mera exhibición de técnica y facultades estaba más pensado en buscar la musicalidad y el efecto sorprendente de las complejas escalas solistas.
El último concierto «Il grosso Mosul» se ofreció en una lectura contrastada, casi agresiva en los tiempos extremos, buscando la intensificación de la disparidad. Lina Tur Bonet, ofreció una lección de dominio instrumental singularmente en las muy complejas cadencias con un sonido hermoso, no grande pero sí sensitivo, que arrancaron, con justicia, ovaciones del público.