Nueva grabación de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart que se suma al ya de por sí extenso catálogo del sello Deutsche Grammophon en relación al singspiel mozartiano que se presenta bajo la batuta del director franco-canadiense Yannick Nézet-Séguin y con el tenor mexicano Rolando Villazón como principal impulsor del proyecto dando vida a Papageno. La grabación parte de las versiones en concierto que tuvieron lugar en el Festpielhaus de Baden Baden en julio de 2018, pero ignoramos si la toma íntegra de esta grabación se realizó sin público paralelamente a las funciones. Subrayamos esto porque no existe ruido de ambiente ni una sola tos propia de los conciertos en directo y se han suprimido los aplausos al final de cada uno de los dos actos, con un resultado final que pasa perfectamente por una grabación en estudio. Con este registro son ya un total de seis los títulos operísticos mozartianos dirigidos por Nézet-Séguin en la Deutsche y contando con Villazón en todos ellos: la ineludible trilogía Da Ponte (Las bodas de Fígaro, Don Giovanni y Così fan tutte), además de El rapto en el serrallo y La clemenza di Tito.
Se opta por incluir los diálogos, aunque recortados ligeramente respecto a otras grabaciones. Al margen del Papageno de Villazón, que se aprecia el más expresivo del reparto en cuanto a las partes habladas, al resto de cantantes no se les ve especialmente inspirados a la hora de defender sus personajes cuando dejan de cantar y tienen que ponerse a hablar. En ese aspecto, se les aprecia en general bastante poco vinculados con el particular género del singspiel, quizá mucho más acostumbrados a cantar toda una ópera de principio a fin. Pero si el tenor mexicano se mete en la piel del sufridor pajarero cuando habla, no convence de la misma manera en su canto. Ya de por sí choca un tanto que el personaje, encomendado canónicamente a una tesitura de barítono, se lo apropie aquí Villazón, pese a su oscura coloración vocal. En esa línea, estamos asistiendo últimamente al acercamiento del tenor a papeles mozartianos con mayor o menor acierto, como atestigua esta serie de grabaciones. Lo cierto es que no desentona especialmente dando vida a Papageno, pero las comparaciones son odiosas respecto a otras grandes creaciones baritonales del pasado (las excelsas de Walter Berry o Hermann Prey, por citar las más evidentes). Villazón tiene muy buena intención cuando canta, pero no consigue aportar el toque cómico, extrovertido y desenfadado que a veces requiere este personaje fundamental en la trama, notándosele un tanto rígido y encorsetado en ocasiones, como si su canto no fluyera con la naturalidad que pide el rol. Podrá gustar más o menos su Papageno, pero la aportación de Villazón del simpático pajarero no será de las que pase a los anales del disco.
En conjunto, el elenco restante de la presente Die Zauberflöte está bastante equilibrado. El mayor atractivo a nuestro juicio se encuentra en el Tamino de Klaus Florian Vogt, un cantante mucho más versado en papeles wagnerianos en el contexto del Festival de Bayreuth pero que aquí se halla sublime en un personaje que las hermosas páginas de esta ópera, algunas de las mejores surgidas de la pluma de Mozart, le permiten lucir todo su esmaltado timbre de tenor muy lírico, con esa voz suya tan peculiar, evanescente y naif (recordemos su irresistible y “aniñado” Lohengrin bayreuthiano que a algunos decepcionó por juzgarse excesivo de almíbar en el timbre). En este caso, esa dosis de ingenuidad vocal y el punto de afectación que manifiesta el tenor alemán no desentonan con el propio carácter del príncipe Tamino, que va madurando según va enfrentándose a las pruebas iniciáticas. Un regalo para los oídos son todas sus intervenciones a lo largo y ancho del singspiel, pero destacamos principalmente cómo delinea deliciosamente su aria del retrato (“Dies Bildnis”) y cómo dota de expresión a toda la escena posterior en el acto primero, tanto en solitario como en su dúo con el orador. El Sarastro del bajo Franz-Josef Selig, otro frecuente visitante de Bayreuth, es simplemente correcto, el color es cálido y despliega una óptima línea de canto, pero no reviste al personaje de la solemnidad y grandeza esperadas. La soprano que se enfrente al papel de Pamina tiene no pocas competidoras en el pasado, y aquí nos encontramos con una realmente magnífica Christiane Karg, que sabe dotar de todo su encanto poético al personaje por medio de una voz grata y agradable que discurre con facilidad por el canto melismático y emite agudos exquisitamente regulados. Bien es cierto que la apresurada batuta de Nézet-Séguin no es óbice para que Karg saque provecho de su gran momento, el hermoso aria “Ach, ich fühl’s”. Y al lado de Florian-Vogt en la escena de las pruebas la comunión es perfecta.
La soprano Albina Shagimuratova es una Reina de la Noche que salva los escollos de sus dos arias de rigor pero cuyo canto no tiene el empaque ni posee el refinamiento canoro de otras cantantes que han dado vida al personaje. Como la de Villazón, su interpretación del taimado y tenebroso personaje no viene a ser antológica. El resto del reparto cumple notablemente: el Monostatos del tenor Paul Schweinester es frío y sibilino, Regula Mühlemann canta un eficaz dúo junto a Villazón, Tareq Nazmi es un buen orador y las tres damas de la Reina defienden sin más sus cometidos. Asimismo, los dos sacerdotes y dos hombres armados. Muy acertada la inclusión de voces blancas para los tres muchachos, como Sir Georg Solti en su famosa grabación de Decca con los Niños Cantores de Viena, recuperando la idea original de la obra, siendo aquí encantadoras y afinadamente disciplinadas las aportaciones de los miembros del Aurelius Sängerknaben Calw. El veterano Rias Kammerchor es un eficiente coro que luce todo su brillo y Yannick Nézet-Séguin comanda a la Chamber Orchestra of Europe en un concepto claramente camerístico desde la obertura inicial, un tanto cargada de trombones que tiende a mitigar, con un tempo acusadamente enérgico que no pierde nunca la flexibilidad y la ligereza en el fraseo ni el pujante ritmo de la música. Precisamente, el franco-canadiense parece potenciar más el carácter rítmico que detenerse en la contemplación de los instantes más líricos de la partitura, pero la respuesta orquestal es formidable y a nivel de textura instrumental es de sumo interés, con unos espléndidos solos de flauta a cargo de Clara Andrada de la Calle y los irresistibles sones de las campanillas de Jory Vinikour. Una Flauta mágica personal y diferente a añadir a la extensa colección del aficionado. Merece la pena.
Germán García Tomás