Cirilo Valverde escribió la primera novela costumbrista cubana –Cecilia Valdés o la Loma del Ángel– y varios compositores la convirtieron en zarzuela. A Ernesto Lecuona los herederos de Valderde le negaron la autorización y la obra, basada en un libreto de Guillermo Fernández-Shaw adaptado por Gustavo Sánchez Galarraga, se convirtió en María la O, cuyo estreno tuvo lugar en La Habana el 1 de marzo de 1930. Dos años más tarde se estrenó la Cecilia Valdés con música de Gonzalo Roig y libreto de Agustín Rodríguez y José Sánchez-Arcilla.
Este año se pudieron apreciar en Bogotá, las dos variaciones sobre el tema, Cecilia Valdés (con la dirección musical de Alejandro Roca y escénica del español Ignacio García en el Teatro Colón) y la que nos ocupa, María la O, montaje de la Fundación Arte Lírico firmado por Federico Figueroa y dirigida musicalmente por Luis Fernando Pérez. De esta manera, el público pudo sopesar las dos caras de esta cadenciosa moneda. Ambas contaron con excelentes protagonistas, grupos de baile, orquestas y diferentes propuestas escénicas.
Pero, hay que decirlo, de María la O —remate de la Temporada Internacional de Zarzuela 2017 en el Teatro Bellas Artes de Bogotá— fue verdaderamente una noche de gloria, tanto por la dirección escénica como por la musical y, sobre todo, para la soprano Gloria Casas en el papel principal. La cantante cubana brilló con un manejo vocal impecable así como con su actuación, una mezcla de sabor, temple y femineidad. El timbre cálido y bello del tenor Gustavo Hernández logró un Fernando de la Vega conmovedor, incluso en su muerte que me recordó a una pintura de Edouard Manet. La soprano Beatriz Mora y el barítono Camilo Mendoza no defraudaron al público con una niña Tula, la prometida de Fernando, tierna e inocente pero muy bien puesta y un José Inocente vigoroso y homogéneo, como pudimos constatar en la romanza “Mi corazón, herido sin piedad”. Más allá de individualidades, esta María la O fue un ejemplo de compenetración interdisciplinaria: el buen ritmo general de la obra se mantuvo gracias a una dirección escénica impecable que supo captar el tono del caribe, una dirección orquestal muy afortunada, un coro (preparado magistralmente por Beatriz Batista) que se integró perfectamente al cuerpo de baile (con coreografía de César Guerrero) en escenas memorables. Pocas veces se ha visto vibrar al público como en la escena del policromo “Cabildo de Reyes”, con bailarines plenos de fortaleza y alegría, o en “Las chancleteras”, otro momento estelar en la noche en el que la voz de la solista, la soprano Alix Martínez, por momentos se escuchó tirante. El público tarareaba a la salida, en el vestíbulo del teatro, las pegadizas melodías de esta, como bien dice la romanza, mulata infeliz. Estrella Barbero de Malagón, directora artística de la Fundación Arte Lírico, puede estar muy orgullosa de esta que también fue para ella una noche de gloria.
Juan de Gira