Olivier Messiaen: el ‘Messi’ de la música sacra

Olivier Messiaen Por Majo Pérez

Hoy les quiero contar una anécdota que les va a hacer sonreír. Un amigo mío estuvo hace poco en la boda de un primo suyo, profesor de piano, que se casaba con una chica abogada en el pueblo de la familia de esta. La ceremonia se celebró en la iglesia parroquial, que cuenta con un órgano histórico en bastante buen estado de conservación. Conocedor el novio de este dato, le pidió a un invitado de confianza, pianista y organista profesional, que amenizara la ceremonia con algunas músicas para órgano. Y finalmente, una soprano amiga se ofreció a cantar algunas piezas. La novia y la familia de esta confiaron en él toda la parte musical, sin hacer preguntas, y ahí viene lo gracioso.

Olivier Messiaen

Resulta que el novio es un gran admirador de Olivier Messiaen, de manera que para la comunión acordó con su amigo que sonara Le banquet céleste. Afortunadamente para su matrimonio, esta obra no es la más vanguardista del compositor francés. Dura unos siete minutos, ya que se debe interpretar con tempo “muy lento, extático”, y encierra dos temas, el primero “lejano y misterioso”, con notas muy sostenidas, y el segundo, tocado con el pedal “staccato breve, como gotas de agua”, según las indicaciones del compositor. Aun así, cuando ya todo el mundo estaba en su sitio y el cura estaba purificando los cálices, el padre de la novia y padrino de la ceremonia no hacía más que mirar hacia atrás para comprobar la expresión en la cara de la gente, y llegado a un punto ya no pudo contenerse y le soltó al novio por lo bajinis que si no había otra música que no pareciera de funeral.

El novio se quedó pálido. Por un lado, amaba profundamente a Messiaen, como músico y como persona. Hasta se había iniciado en la ornitología como prueba de admiración hacia él. Por otro lado, lo último que quería en el mundo era dar disgustos a nadie, y menos el día de su boda a su suegro. Pero ya era tarde para eso; la novia tenía la cara desencajada. Menos mal que durante el banquete, el de después de la misa, el alcohol hizo su efecto y todos terminaron bromeando sobre lo sucedido. Eso sí, el cuñado dejó claro que para las bodas de plata la música la iba a elegir él. Aquí les pongo la pieza en cuestión para que la escuchen y saquen conclusiones por ustedes mismos:

No conozco personalmente al novio, pero me gustaría que sepa que cuenta con todo mi apoyo. No es que la primera vez que escuché una pieza de Messiaen  ̶ en concreto fue la de Catalogue d’oiseaux ̶ , cayera rendido a los pies de su poesía. La verdad es que era demasiado joven y no la entendí. Pero afortunadamente, mi oído desde entonces se ha ido educando y quiero pensar que a medida que crecía mi entendimiento en materia musical se expandía mi consciencia, como si una cosa conllevara la otra. Y es que la evocadora música de Messiaen no puede entenderse sino en clave de amor profundo, de reflexiva admiración hacia todas las criaturas. 

Messiaen no cultivaba la música por la música; hacía ecologismo musical mezclado con teología. Al fin y al cabo, como él reconocía, cuando los humanos llegamos a la Tierra “los pájaros ya lo habían inventado todo: el cromatismo, el diatonismo, los cuartos de tono, los sextos de tono, incluso la improvisación colectiva”. Sea como fuere, en la época en la que el trap y el reggaetón cristianos triunfan fuera y dentro de los templos evangelistas y en el ámbito católico ganan popularidad grupos como Flos Mariae, cuyas canciones cuentan con millones de visualizaciones en Youtube, programar a Olivier Messiaen en una misa de boda me parece encomiable. Una prueba, casi, de heroicidad. 

Que ciento cuatro millones y medio de personas hayan visto el vídeo anterior y que más de un millón le haya dado like a una canción titulada “Redimi2 – Trapstorno” no es casualidad. Las iglesias evangélicas saben muy bien que la mayoría de fieles que desertan tienen entre 15 y veintipocos años, y que lo hacen básicamente porque quieren ir a la discoteca, beber alcohol y tener relaciones afectivo-sexuales como hacen las demás personas de su edad. Por lo tanto, están utilizando los ritmos urbanos para intentar retenerlos o seducirlos. Y no conviene criticar sin más esta estrategia, pues en Latinoamérica las iglesias evangélicas están salvando a muchos chavales de la violencia de las bandas y de la deliencuencia. Algo parecido ocurrió entre los gitanos en nuestro país. La Iglesia evangélica Filadelfia quitó de la heroína a muchos jóvenes, salvo que en este caso, ello se hizo a ritmo de Alabanzas. Quien quiera profundizar en este tema, puede leer este artículo del Museu Virtual Gitano.

Con esto no estoy haciendo apología de ninguna religión. Simplemente no quiero que se me malinterprete si propongo que nos planteemos qué tipo de Dios adora cada creyente en función de la música devocional que escucha. No es nada nuevo. A lo largo de miles de años, cada pueblo ha representado iconográficamente a sus dioses en función de su ideología y sus creencias. No es casual que durante los primeros siglos del cristianismo, cuando imperaba la sociedad patriarcal de herencia romana, Dios Padre fuera un señor madurito con barba, a imagen y semejanza de Zeus. Así que, vista la popularidad del trap cristiano y el poco predicamento con el que cuenta Messiaen, no es de extrañar que Dios termine llevando tatuajes y piercings. Los etnomusicólogos tienen aquí un campo de investigación…

De todos modos, en el terreno de lo sacro, o en un sentido más amplio, de lo espiritual, hay muchos más compositores aparte de Messiaen (1908-1992). Desde principios del siglo XX hasta la actualidad, y por citar solo algunos nombres muy populares, tenemos a Vaughan Williams (1872-1958) con sus dos preciosas composiciones Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis (1910) y La ascensión de la alondra (1914); “Al ver tu vuelo, sigo creyendo que el cielo me habla”, dice el poema en el que está basada esta última. Francis Poulenc (1899 – 1963), del que escuchamos su precioso motete O magnum mysterium hace unas semanas, afirmaba: “mi obra es la yuxtaposición de lo profano con lo sagrado». El Agnus dei (1938) de Samuel Barber (1910 – 1981),  arreglo propio de su Adagio para Cuerdas (1936), es sin duda una de las piezas clásicas más populares del siglo XX, utilizada hasta la saciedad en cine y televisión. En el ámbito hispano, el argentino Ariel Ramírez (1921 – 2010) siempre será recordado por su emocionante Misa Criolla (1964). El polaco  Henryk Górecki (1933-2010) llegó a lo más alto de las listas de éxitos con su Sinfonía nº 3, De las lamentaciones (1976), de la que vendió más de un millón de copias. 

El estonio Arvo Pärt (1935 -), precursor del minimalismo sacro, ha recibido las más altas distinciones y los premios más importantes a nivel mundial. Destacan tanto sus obras corales [Fratres (1977), Miserere (1989), Litany (1994)…] como instrumentales [Tabula rasa (1977), Lamentate (2002)…].  John Tavener (1944 -2013) se dio a conocer entre el gran público cuando el número “May Flights of Angels Sing Thee to Thy Rest” de su trabajo coral “Song for Athene” sonó en 1997 durante el funeral de Lady Di. El también inglés John Rutter (1945 -) es conocido sobre todo por su música coral ―fundó los Cambrigde Singers en 1981―, pero en su catálogo también figuran un Gloria (1974), Requiem (1985), un Magnificat (1990), un Te Deum (1990) y una Misa de los niños (2003), entre otros extensos trabajos. Y por último, no podemos dejar de mencionar a una estrella de la música coral contemporánea, que no es otro que el estadounidense Eric Whitaker (1970 -), promotor de los coros virtuales.

Obviamente, esta lista no es exhaustiva y mañana me lamentaré de no haber mencionado a tal o cual autor o autora. Pero me estoy alargando y, de todos modos, para mí, nadie ha expresado mejor que Messiaen la radicalidad del amor, fundamento de cualquier forma de espiritualidad que se precie. A pesar de su apariencia convencional y bonachona, el de Avignon ha sido uno de los compositores más apasionados de la historia de la música, y su obra y su persona merecen una mayor difusión y conocimiento del público. Si les apetece conocerlo un poco mejor, les aconsejo ver la película documental La liturgia de cristal (2002), del realizador Olivier Mille, una coproducción de ARTE France y el Conservatorio Nacional Superior de Música y Danza de París  compuesta a partir de fragmentos de vídeo en los que aparece el compositor hablando de su música y de sus pasiones. Es fácilmente accesible en la red.