Aeterna Musica presenta Oratorios de viento, un programa con estreno de Cantos de Quirce del compositor David del Puerto y coreografía de Jesús Pastor. Este estreno estará precedido por una selección de madrigales de Claudio Monteverdi realizada por el Esemble Vocal Fonteviva bajo la dirección de Francisco Ruiz.
El sábado 20 de mayo tuvimos la ocasión de asistir a otro concierto organizado por la asociación Aeterna Musica en la Iglesia de las Mercedarias Góngoras de Madrid, y una vez más pudimos constatar la encomiable labor de dicha asociación y la altísima calidad de sus propuestas.
El programa constaba de dos partes, la primera de las cuales estaba íntegramente dedicada a un conjunto de madrigales de Claudio Monteverdi y la segunda, a un estreno del compositor David del Puerto con textos del poeta Francisco M. Quirce. Esta alianza, lejos de resultar chocante o ajena, resultó especialmente acertada y armónica. Se podría decir que había dos hilos conductores. El primero, de índole humanística, nos guiaba a través de las concomitancias temáticas entre ambos bloques, que giraban en torno a la expresión de los sentimientos humanos en relación íntima con la naturaleza. El segundo, de orden compositivo, la evocación de los madrigales con acompañamiento instrumental de los últimos libros de Monteverdi que del Puerto nos dejó adivinar mediante sus sabias combinaciones.
El Ensemble Vocal Fonteviva, bajo la dirección de Francisco Ruiz, eligió cuidada e intencionadamente el repertorio. Comenzaron con tres madrigales del Secondo libro di madrigali en los que tradujeron impecablemente la frescura y vitalidad del joven que entonces era el cremonés. Destacar la extremada atención a la dicción y a la prosodia musical. Siguió el endemoniado «Deh bella e cara» del Quinto libro, cuya acumulación de retardos lo convierte en una verdadera prueba de afinación que superaron con la maestría de los grandes. Cerraron su intervención con el bellísimo «Zefiro torna», del Sesto libro, que preparó intelectual y anímicamente al público para el estreno de la velada.
La obra Cantos de Quirce cuenta con muchos atractivos que es justo enumerar. Parte de un conjunto de haikus de Francisco M. Quirce, teñidos de un panteísmo entre profano y místico que nos ofrecen unas potentísimas imágenes e irresistibles contrastes que nos arrastran por los más escondidos recovecos del alma humana: de lo más humorístico a lo más melancólico, de la candidez al epicureísmo, de la serenidad a la zozobra… Y todo ello a través de una naturaleza parlante y triunfante que se constituye en medio y en fin. Unos poemas que sin duda, resultan altamente inspiradores a la hora de unirlos a la música.
David del Puerto, compositor conocido y reconocido nacional e internacionalmente, dio muestras de su enorme sabiduría creativa en esta obra tan única. Para adecuar perfectamente la expresión musical a la poética escogió una formación que iba combinándose de maneras diferentes. Al citado Ensemble Vocal Fonteviva se unieron la mezzosoprano Gudrún Ólafsdóttir, la oboísta Mercedes Guzmán, el guitarrista Francisco Javier Jáuregui y el violonchelista Ángel Luis Quintana. La escritura de Del Puerto es exquisita tanto en la utilización de medios vocales e instrumentales como en su conjunción. Ese equilibrio perfecto y aparentemente tan natural que emana de su partitura es fruto de un conocimiento profundísimo de los recursos utilizados. Su lenguaje, sin duda ecléctico y con influencias diversas e incluso de mundos musicales diferentes, es absolutamente personal, y en el caso de Cantos de Quirce, perfectamente adecuado al espíritu de los textos.
La interpretación estuvo a la altura de la propia obra. Grandes músicos todos ellos, tradujeron con brillantez y mimo la intenciones de los autores. Partitura difícil pero muy bien escrita, propició que todos y cada uno de los intérpretes sacaran lo mejor de sí mismos con real entrega.
Hemos dejado para el final la intervención de un elemento más que hace de estos Cantos de Quirce una propuesta enormemente atractiva. Se trata del aspecto coreográfico de la obra, que estuvo a cargo del magnífico bailarín Jesús Pastor, figura ineludible de la danza internacional. Con su visión de esta fantasía naturalista tradujo excepcionalmente toda esa gama de sentimientos y estados de ánimo que evocan los textos de Quirce y de del Puerto. Convertido en un a modo de fauno, nos sugirió una ascensión de la tierra a los cielos, viaje durante el que nos transmitió todos los estados del cuerpo y el espíritu. Su dominio y utilización del espacio en la bellísima iglesia unido a su impresionantemente expresiva gestualidad corporal fueron vehículos privilegiados de cada aspecto de la condición humana: placidez, desconcierto, fuerza, extenuación, ilusión, dolor, amor… pura vibración que nos hizo reflexionar, disfrutar y entrar en comunión con el arte, y por tanto, con la humanidad.
Mención especial a las Hermanas Mercedarias de Góngora, que prestaron una vez más la iglesia de su convento, una de las más bellas de la capital, para esta celebración de lo espiritual profano, de lo eterno humano pero, que al fin, es lo que más nos acerca a Dios.
Ana García Urcola