Orfeo y Euridice. Gluck. Bruselas

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DEL MITO A LA REALIDAD
La fábula de Orfeo cuenta con un puesto de honor en la Historia de la Ópera. Podría pensarse que es en este personaje de la mitología en quien encontramos las raíces clásicas del género. Es, por tanto, un icono de la ópera, la voz añeja que entronca la tradición operística con el origen de la cultura occidental, la Grecia clásica, y que abrió camino para una manera distinta de componer, marcando distancia con la ópera seria que dominó el s. XVIII. Aún hoy, el uso icónico de estas fábulas sigue siendo necesario: Así como el mito fue antaño una barrera para el conocimiento, hoy es (como siempre) una potente herramienta de abstracción y creación artística.
Estos días se representa en la Ópera de La Monnaie una nueva producción de Orfeo y Eurídice, versión de Héctor Berlioz (1859), con música de Christoph Willibalb Gluck firmada por el director de escena italiano Romeo Castellucci. Estamos ante un ejemplo más de ópera en paralelo, es decir, aquella ópera cuya escenografía presenta una idea dramática que poco tiene que ver con el libreto original, compartiendo con esta, acaso tangencialmente, algunos puntos temáticos.
Así, sobre las tablas de La Monnaie, encontramos una escenografía mínima en la que el protagonista no es Orfeo, sino la proyección de un vídeo que narra una historia real de infierno y sufrimiento. Dejando a un lado toda sutileza, se coloca al espectador frente a la desgracia de Els (nombre ficticio), una joven belga que después de un accidente vascular queda en cama, totalmente inerme. La idea de Castellucci es hacernos reflexionar acerca de la consciencia y la soledad, a través de una Eurídice en coma (esto último se sabe sólo tras leer los sesudos comentarios del programa, que por cierto cuesta 10 euros). Este concepto podría valer a priori, pero pierde consistencia al renunciar a lo escénico, para caer en brazos del cine. La cinta que se proyecta, de calidad pasable, no guarda apenas relación dramática con la música, y en ocasiones la niega o la retuerce o la envilece. La obra de Berlioz y Gluck se difumina ante la brutalidad emocional de la historia de esta joven mujer, y la poesía de Orfeo aparece impotente y amordazada, siempre en un segundo plano.

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El papel protagonista fue servido con precisión y buen cuño vocal por la mezzo francesa Stéphanie D’Oustrac, que lo abordaba por vez primera. El resultado es brillante, con un fraseo limpio y expresivo, graves varoniles, más asertiva que musical. Fue la gran triunfadora del espectáculo. Le da la réplica como Eurídice su compatriota Sabine Devieilhe, que solventa el papel sin grandes lujos. Hervé Niquet, al mando de la Orquesta Sinfónica titular, comandó con un respeto escrupuloso con el texto, aunque su ímpetu pudo hurtar al espectador algunos matices de la partitura. Nada le podemos achacar al maestro francés, que tuvo que luchar para mantener la atención del público contra una producción opuesta a la música. El coro, preparado por Martino Faggiani, no pisa el escenario, y es ninguneado por la producción, que pretende alejar todo lo que huela a colectividad, para acentuar la idea de soledad existencial. Entre bambalinas, su trabajo tiene mérico.

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Para este proyecto, el teatro Real de La Monnaie se ha volcado en una aventura que ha hecho salir al equipo de producción fuera del edificio, y buscar material artístico en un hospital para enfermos neuronales. Los responsables de la producción contactaron con pacientes y familiares, y tras conseguir el consentimiento de algunos de ellos, el propio Castellucci tuvo que defender su proyecto ante el comité de ética médica del centro. Ante esto, caben diversas apreciaciones. Primero, que es loable el esfuerzo realizado por el teatro, que asume un riesgo cierto, si bien se sabe respaldado por una sociedad que valora y confía en la institución. Que la ópera trascienda los muros de los teatros y los auditorios, y se instale en lo más cotidiano, en una oleada casi invasiva, no es ninguna novedad en Bruselas; pero sí puede ser ejemplo para otros muchos templos líricos, tal vez en exceso prisioneros de sus propios oropeles. Segundo, que la movilización de esta cantidad de recursos, no ya económicos, sino afectivos y sociales, exige responsabilidad y cautela máximas, pues está en juego la banalización del sufrimiento humano, que puede convertirse, aplastado bajo el terciopelo de los telones, en un recurso más en manos de cualquier fatuo con apetitos de gloria. El teatro, como arte aquilatado con el transcurrir de milenios, y por tanto también la ópera en cuanto que género escénico, tienen suficientes herramientas expresivas para relatar lo concreto y lo inimaginable. Así pues, pese a que esta producción de La Monnaie es ciertamente respetuosa con el dolor humano, peca de agresiva con el espectador y de expansiva en sus límites, y cruza la frontera de la ficción de una manera irresponsable.

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La Monnaie cierra con este título una temporada notable, y lo hace dejando un regusto amargo. Posiblemente sea esta una de las compañías que mejor trabaja las temporadas, prueba de ello son las exitosas producciones que exporta a otros teatros. Sin embargo, sucumbe como todas al reinado cursi y pretencioso de los directores de escena.
El elitismo intelectual es mucho peor que el económico, por ser más excluyente, aunque cuente con mayor aceptación. Ciertamente, tener que leer profusamente entrevistas, repasar la trayectoria artística de los escenógrafos, documentarse acerca de la perspectiva meta-ética de Castellucci, reflexionar sobre las fronteras de la percepción moral y el relativismo, y la ética como disciplina solo accesible desde la ausencia del yo consciente, suponen un esfuerzo demasiado exigente para el espectador medio. Aquellos que llegan al final del viacrucis intelectual tras haber completado todas las estaciones de penitencia, se dan cuenta de que no merece la pena. De que una sola frase del lamento de Orfeo, desgarro entre el cielo y el infierno, eco futurista del verismo y delicia de la prosodia francesa puede ser tan ardorosamente brillante como intuitiva, tan inmediata como arrebatadoramente inspiradora. La genialidad se abre paso cuando calla la vanidad.
Se abre el telón, suena la música, y los directores de escena no escuchan.

Carlos Javier López
@CarlosJavierLS

La Monnaie Symphony Orchestra & Chorus
Hervé Niquet (Dirección musical)
Romeo Castellucci (Dirección escénica, iluminación y vestuario)
Silvia Costa (Colaboradora artística)
Christian Longchamp (Dramaturgia)
Piersandra Di Matteo, Vincent Pinckaers (Vídeo)
Martino Faggiani (Director del coro)
Benoît Giaux (Director del coro de Jóvenes de La Monnaie)
¡Stéphanie d’Oustrac (Orfeo)
Sabine Devieilhe, Els (Eurídice)
Michèle Bréant (Amor)
Choeur de jeunes de la Monnaie, La Choraline (Espíritus felices)