Original e inteligente producción de Robert Carsen para Die Tote Stadt en Berlín

Die Tote Stadt en Berlín
Die Tote Stadt en Berlín. Foto: I. Freese

En los últimos años en los viajes operísticos a Berlín es casi obligado visitar al menos un día la Komische Oper, ya que los espectáculos que ofrece despiertan un gran interés. No cabe duda de que el autor de este despertar del interés es la presencia al frente de la institución de Barrie Kosky, uno de los mejores directores de escena de nuestros días. Así ha ocurrido también en esta ocasión, ya que se ofrecía una nueva producción de Die Tote Stadt, que llevaba la firma de Robert Carsen, lo que no dejaba de ser sorprendente, ya que su nombre suele ir ligado al de los grandes coliseos operísticos del mundo. La verdad es que el resultado de la representación ha sido bueno, con una producción original y muy interesante en su desenlace, una buena versión musical y un reparto vocal adecuado. No hay que olvidar que aquí no se viene a escuchar a grandes divos del canto.

Es curioso lo que viene ocurriendo con esta opera de Korngold, que ha ido ganando en popularidad en los últimos años. Así como antes de la década de los 90, Die Tote Stadt era una auténtica rareza, en los últimos años no diré que se ha convertido en una ópera de las de gran repertorio, pero tampoco es tan extraño verla anunciada en grandes teatros de ópera. La verdad es que se trata de una ópera muy interesante y fácil de escuchar por el gran público.

El gran punto de interés de estas representaciones radicaba, pues, en la nueva producción de Robert Carsen, quien ha ofrecido un trabajo atractivo y casi diría que clásico durante buena parte de la ópera, dejando su firma y aportación personal en el final de la ópera. Siempre digo que el director de escena tiene que estar al servicio de la ópera y no al revés y siempre ha sido así con Robert Carsen. Incluso en esta ocasión el desenlace que nos ofrece es rompedor, pero no podemos decir que se aleje o vaya en contra de lo que establece el libreto.

Es bien sabido que Paul, el protagonista viudo de la ópera, está obsesionado por la muerte de su joven esposa y ha convertido su casa en un santuario de recuerdos. Su encuentro con Marietta, a la que considera la reencarnación de su esposa difunta, le hace vivir una pesadilla en los dos últimos actos, que acaban con el asesinato de Marietta en sus manos. Únicamente, en los 10 minutos finales Paul se despierta de su sueño y comprueba que todo ha sido una pesadilla, decidiendo abandonar la ciudad de Brujas y sus recuerdos.

En la visión de Robert Carsen sorprende que al despertar de su sueño esté todavía el cadáver de la joven Marietta en la habitación, aunque él no repara en ello, y de hecho sus breves diálogos posteriores con su criada y con su amigo Frank no se ven en escena, como si únicamente los escuchara él mismo, y lo mismo ocurre con la visita final de Marietta a recoger sus pertenencias. Simplemente, en la visión de Carsen, Paul ha perdido la razón y no recuerda nada de lo sucedido ni repara en la asesinada Marietta, terminando la ópera con la entrada en escena de su amigo Frank y su criada Brigitta que se llevan a Paul no ya de Brujas sino claramente a un psiquiátrico, puesto que el protagonista ha perdido totalmente la razón. Todo este cambio lo hace Carsen sin alterar para nada el libreto y con una gran inteligencia, ya que todo parece por demás posible y hasta lógico.

En todo el resto de la ópera la producción de Robert Carsen es siempre atractiva a la vista y perfectamente adecuada para narrar la trama. La escenografía de Michael Levine nos ofrece una gran habitación, donde se desarrollan los actos I y III, que es el dormitorio de Paul, donde murió su esposa y guarda sus recuerdos. Las paredes se abren en el acto II para figurar el exterior y toda la actuación de la trouppe de Marietta. El vestuario de Petra Reinhardt es siempre moderno y atractivo y cuenta la producción con una buena iluminación por parte del propio Robert Carsen y de Peter Van Praet. A todo ello hay que añadir una destacada coreografía por parte Rebecca Howell.

La dirección musical corrió a cargo del letón Ainars Rubikis, que es el actual director musical de la Komische Oper. Su lectura ha estado llena de vida y energía. Era la primera vez que le veía dirigir y la impresión ha sido muy positiva. Ha llevado la obra con buen pulso y ha ayudado a los cantantes en todo momento. Buena la prestación de la Orquesta de la Komische Oper Berlín. Lo hicieron bien así mismo el Coro y el Coro de Niños de la Komische Oper.

Die Tote Stadt en Berlín. Foto: I. Freese

En esta producción el personaje de Paul está prácticamente en escena desde el principio hasta el final de la ópera. Fue interpretado por el tenor checo Ales Briscein, que tuvo una convincente actuación como intérprete. Vocalmente, la voz resulta algo ligera, sobre todo en comparación con otros importantes tenores que han interpretado el personaje en los últimos años. Por otro lado, su paleta de colores es un poco escasa.

Lo mejor vocalmente de la representación corrió a cargo de la soprano americana Sara Jakubiak, que hizo una Marietta plenamente convincente tanto como actriz como en su faceta de cantante. Vivió el personaje con una gran intensidad y se desenvolvió perfectamente hasta en las escenas coreográficas del segundo acto.

La parte de Frank, el amigo de Paul, que hizo también de Pierrot en el segundo acto, fue interpretada por el barítono Günter Papendell, muy habitual en los repartos de la Komische Oper. Su voz no ofrece gran belleza, pero se desenvuelve bien. Su interpretación de la canción de Pierrot no fue demasiado brillante.

Buena la impresión dejada por la mezzo-soprano Maria Fiselier en el personaje de Brigitta, la criada de Paul, que mostró una voz de calidad y buena desenvoltura.

Los personajes secundarios fueron bien servidos. Eran Georgina Melville (Juliette), Marta Mika (Lucienne), Adrian Strooper (Victorin) e Ivan Tursic (Conde Albert).

El teatro estaba prácticamente lleno y el público se mostró muy cálido con los artistas en los saludos finales, especialmente con Sara Jakubiak.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 36 minutos. incluyendo un intermedio al final del segundo acto. Duración musical de 2 horas y 5 minutos. Seis minutos de aplausos.

El precio de la localidad más cara era de 78 euros, costando 18 euros la más barata.

José M. Irurzun