ORTVE y Ah Ruem Ahn: de impresiones y expresiones

ORTVE y Ah Ruem Ahn: de impresiones y expresiones
Ah Ruem Ahn

El que fuera titular durante una década de la Orquesta Sinfónica y Coro de RTVE, el maestro británico Adrian Leaper, fue el director invitado encargado de comandar este atractivo concierto de abono en el que el Teatro Monumental daba la bienvenida a la pianista coreana Ah Ruem Ahn (1984), ganadora del Segundo Premio y Medalla de Plata en el XVII Concurso de Piano de Santander, cuya principal promotora, Paloma O’Shea, se encontraba naturalmente entre el público.

Fue precisamente con una piedra de toque para todo pianista, el Concierto para piano número 2 de Chopin, la obra con la que esta joven promesa convenció ampliamente al auditorio, dando sobradas muestras de una absoluta penetración en el universo expresivo del compositor polaco. Apoyada en un acompañamiento orquestal respetuoso y equilibrado, pero en todo momento muy presente, Ah Ruem Ahn exhibió un sentido pleno de la musicalidad en una interpretación que se ha mostrado verdaderamente excelente y admirable a nivel técnico y de expresión.

En sus manos, la enrevesada línea melódica chopiniana no pierde ni un ápice de su inherente cantabilitá, consiguiendo un fraseo delicado, elegante y sumamente ágil, generoso en legatos y aderezándolo con su punto de rubatto, aunque evitando la excesiva afectación. Era una delicia ver en los gestos faciales de la coreana cómo desarrollaba complaciente el aire de mazurca del tercer tiempo, pareciendo como si jugara con las teclas, apreciar con qué contundencia colocaba los finales de frase antes de cada sonoro tutti orquestal, o cómo se recreaba en el ritardando de forma absolutamente poética en el apasionado Larguetto. Ha sido una gran satisfacción haber asistido a una encomiable interpretación de este concierto que si la pianista es capaz de conducir a mayores niveles de perfeccionismo, puede llegar a convertirse en ciertamente antológica.

Adrian Leaper
Adrian Leaper

El concierto comenzó con un nuevo ejemplo de la contemporaneidad musical española, por medio del estreno absoluto de Eleusis, una obra encargo de la AEOS y la Fundación Autor confiada al compositor compostelano Octavio Vázquez (1972), interesante partitura de ciertos recursos tonales que ofrece sobre todo una gran diversidad armónica y tímbrica a lo largo de su discurso narrativo. La obra, a medida que se va abriendo camino desde su inestable y estático comienzo, llegará a alcanzar varios sonoros clímax, y en una de sus dinámicas bajas, se encontrarán pasajes musicales de un gran poder sugestivo, como un diálogo de las dos arpas con el glockenspiel, o una fuga de factura clásica en las cuerdas.

A pesar de la diferencia temporal en casi un siglo, la obra del español (muy ovacionado al salir al escenario) se puede emparentar en cierto sentido anímicamente con la que dio magnífico colofón a este concierto, la suite de El mandarín maravilloso de Béla Bartók, en realidad una suerte de poema sinfónico de unos 20 minutos con los temas principales que el compositor húngaro elaborara a partir de la versión completa de su ballet que provocó tanto rechazo e incomprensión en 1919.

Y decimos que ambas obras se relacionan, salvando eso sí las distancias, por el hecho del lenguaje bartokiano que Vázquez imprime a las cuerdas en ciertos momentos así como el uso de determinado elemento folclórico que se deja entrever por medio del ritmo y el ostinato, y que remite a rítmicas y armonías de raíz sudamericana, mientras que en Bartók el componente rítmico de la música tradicional centroeuropea arrebata a la pieza en sus obsesivos minutos finales. En una trepidante recreación de vigorosa sonoridad, Leaper supo captar con creces el carácter agobiante y opresivo que define a la expresionista obra del húngaro desde sus violentos acordes iniciales, matizando a través de su siempre precisa y detallista batuta, dinámicas e intensidades crecientes en el factor rítmico. A la fiereza y vehemencia conseguida en todo el conjunto, es de destacar a nivel particular el especial énfasis con el que fueron subrayados los acordes del clarinete en la triple exposición de la sensual melodía de la muchacha que seduce a los tres transeúntes.

La acusada incisividad que destila esta historia de suburbios urbanos contrastó plenamente con el clima mágico, intimista y evanescente que emanaba la pieza precedente. Con la sabia elección de no utilizar batuta para conseguir extraer mejor los múltiples matices cromáticos (especialmente en el impecable discurso de las maderas, ante todo los memorables arabescos de la flauta) y regular con precisión el juego de dinámicas, el maestro inglés nos introdujo en las profundidades del maravilloso Preludio a la siesta de un fauno, íntima pintura musical con la que prácticamente Debussy dio la feliz bienvenida al mundo del impresionismo.

 

Germán García Tomás 

@GermanGTomas