El Festival Castell de Peralada ofrecía este año el Otello de Verdi con un reparto de altos vuelos, lo que había levantado grandes expectativas entre los aficionados a la ópera. El resultado ha respondido a lo esperado en el aspecto vocal, aunque con matizaciones, y con fallos lamentables en algunos comprimarios, mientras que la parte escénica ha resultado eficaz y hasta adecuada, quedando por debajo el aspecto musical.
Se trataba de una nueva producción del director de escena catalán Paco Azorín, de quien podremos ver dentro de unos días su producción de Tosca en la Quincena Musical. Paco Azorín deja claro desde el primer momento que lo que él quiere representar no es Otello, sino Iago, a quien convierte – no sin buenos motivos – en el auténtico protagonista de la ópera. Ya antes de comenzar la representación, nos ofrece un telón, donde se puede leer en letras grandes: Iago, de William Shakespeare, estando en escena el mencionado personaje, que es quien incluso dará al maestro la orden de atacar los primeros compases de la ópera. A partir de ahí, Iago está prácticamente siempre en escena, actuando o simplemente espiando los movimientos de los otros personajes. A este malvado personaje le acompaña siempre un grupo de encarnaciones del mal, siempre vestidos de negro, que también sirven para mover los elementos de la escenografía. La producción es simple, pero resulta eficaz y no es de las que molestan, con una eficiente dirección de actores, mientras que se queda mucho más corta la dirección de masas, ya que el coro más parece participar en una versión de concierto.
La escenografía se debe al propio Paco Azorin y consiste en dos grandes bloques macizos, que toman distintas posiciones, ofreciendo en ocasiones una escalera central. Tiene la ventaja de su eficacia y de ofrecer la acción en dos niveles, lo que permite resolver bien algunas escenas, que se desarrollan en la parte superior de los muros, lo que queda mejor que lo que tantas veces se ofrece al fondo del escenario. El vestuario de Ana Garay resulta simple y adecuado en los principales protagonistas, mientras que resulta bastante pobretón en lo que se refiere a los coralistas. La iluminación de Albert Faura resulta adecuada. La producción ofrece algunas proyecciones tanto en la tempestad como en la escena final, que resultan un complemente adecuado y que son obra de Pedro Chamizo.
Al frente de la dirección musical estuvo siempre anunciado Marco Armiliato, quien canceló, siendo sustituido por Riccardo Frizza. La verdad es que desconozco la antelación con que se produjo la sustitución y, por tanto, no sé el tiempo con el que ha podido contar el maestro italiano para los ensayos de la ópera. Tengo que decir que un espacio abierto como el de Peralada tampoco es lo más adecuado para disfrutar de una prestación musical, a menos que sea extraordinaria, lo que no fue el caso. La dirección de Frizza me pareció bastante monótona y rutinaria, especialmente en los dos primeros actos de la ópera. El Verdi de los últimos años no me resultaba particularmente reconocible en la batuta de Riccardo Frizza y menos en el sonido que salía del foso por parte de la Orquesta Sinfónica del Liceu, que sigue siendo un conjunto mediocre para un teatro de primera línea. Más preocupante me resultó la prestación de Coro del Liceu. Vengo diciendo desde hace un año aproximadamente que esta masa coral está por debajo de su nivel de no ha mucho tiempo y las cosa no mejoran. Faltó fuerza tanto en la tempestad como en la escena de la llegada del embajador veneciano del tercer acto.
El reparto vocal ofrecía un trío de figuras que pueden ser deseadas por los mejores teatros de ópera del mundo, en particular en los roles de Otello y Iago. Con las matizaciones que se quieran, no cabe duda de que ha sido precisamente la parte vocal lo mejor de la representación.
El tenor americano Gregory Kunde volvía a encarnar el personaje de Otello, viniendo precisamente de interpretar el mismo, pero en la ópera de Rossini, en la Scala. Me pregunto si ha habido algún tenor en la historia que haya compatibilizados ambos Otellos. Hoy Kunde, en una edad ya avanzada (61) para un tenor se ha convertido en uno de los cantantes más demandados en un repertorio de tenor spinto e incluso dramático. Su presencia en España es continuada, lo que no deja de ser un lujo para el aficionado de nuestro país. Bueno será recordar que esta próxima temporada estará presente en tres citas en Bilbao, en dos en Valencia y en una en Barcelona, Madrid y Sevilla.
No es la voz de Kunde la que normalmente se relaciona con el personaje de Otello, ya que su timbre es más ligero que lo habitual, lo que no impide que el volumen sea suficiente y que la voz corra perfectamente. Su “Essultate” no tuvo el poderío y brillo que tradicionalmente se relaciona con esta página, pero cumplió con suficiencia. A partir de ahí Kunde nos brindó un notable Otello, cantando y actuando con intensidad, resultando muy convincente. Su mayor hándicap consiste en que sus notas graves quedan cortas, pero eso queda por sus muchas virtudes. Su mejor momento fue Dio mi potevi scagliar, resultando convincente en la escena final. El Otello de Kunde no se caracteriza por su poderío, sino por ser uno de los pocos tenores – más bien el único – que realmente canta la parte, sin buscar decibelios.
La presencia de Eva-Maria Westbroek en Desdémona me resultaba un tanto sorprendente. Es bien conocido que este personaje requiere una soprano lírica, mientras que la holandesa lleva ya años frecuentando un repertorio más pesado, habiendo llegado incluso a estar anunciada como Santuzza la temporada pasada. Su actuación me resultó convincente en escena y cantó prestando atención a los matices. Evidentemente, el punto más peligroso para ella en su actual estado vocal es el Ave Maria, y aquí efectivamente paso más que apuros, llegando a desafinar claramente en el agudo final, que intentó hacerlo en piano. Pese a ello, me sigue pareciendo una cantante muy interesante, aunque la prefiero en un repertorio más pesado.
Del Iago de Carlos Álvarez quiero decir antes de nada que cumplió perfectamente con la concepción escénica de la producción. Por otro lado, hay que felicitarse del hecho de que la recuperación del barítono malagueño es una auténtica realidad. La alegría es tanto para él como para el aficionado, ya que buena falta hacía que apareciera de nuevo una voz como la suya en las óperas de Verdi. Para mi gusto fue el mejor y más adecuado cantante del trío protagonista, aunque tengo que decir que le recuerdo interpretaciones más sibilinas y matizadas de Iago. Eché en falta en el sueño (era la notte, Cassio dormia) un canto más matizado y en un hilo de voz, como le recuerdo en una de sus primeras interpretaciones del personaje en Sevilla hace ya 13 años.
Cassio fue interpretado por Francisco Vas, que siempre es una garantía de profesionalidad y de bien hacer. La voz no es precisamente bellísima, pero yo reconozco que siempre disfruto con sus interpretaciones y ésta no ha sido una excepción.
En cuanto a los comprimarios, me gustaría empezar diciendo que todos sabemos que ellos nunca van a salvar una representación de ópera, pero sí pueden conseguir hacerla naufragar, si no se tiene sumo cuidado con ellos. Viene a cuento este comentario porque creo que este Otello y este Festival necesitan una Emilia de más calado vocal que el de Mireia Pintó, por no referirme con más detalle al Ludovico de Miguel Angel Zapater, sencillamente impresentable actualmente en un escenario. Cumplió Vicenç Esteve Madrid como Roderigo, produciendo buena impresión Damián del Castillo en su doble cometido de Montano y el Heraldo
El Auditorio de Peralada ofrecía una entrada de alrededor del 90 % de su aforo. El público se mostró cálido y no entusiasmado con el resultado de la representación. Las mayores ovaciones fueron para Gregory Kunde y Carlos Álvarez, Paco Azorín y sus colaboradores – perfectamente disfrazados de equipo creativo – fueron recibidos con aplausos.
La representación comenzó con 5 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 52 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 19 minutos. Siete minutos de aplausos.
El precio de la localidad más cara era de 190 euros, habiendo butacas de platea al precio de 150 euros. La localidad más barata costaba 60 euros.
Terminaré diciendo que no llovió, aunque la organización nos regalaba a la entrada unos impermeables de plástico. También diré que las cigüeñas han resultado mucho mejor educadas que otros años, ya que no aplaudieron sino al final de la ópera.
José M. Irurzun