Tras 139 años de ausencia Otello de Rossini ha regresado con gran éxito al Liceu con un gran reparto de primeras figuras rossinianas. Éxito absoluto en la segunda función del sábado 6 de febrero con un teatro prácticamente lleno de un público entregado.
El renacimiento de las óperas de Rossini a nivel mundial hace años que comenzó pero en nuestro país llega poco a poco y casi siempre con los mismos títulos: Barbero, Italiana, Turco y Cenerentola.
El Gran Teatre del Liceu ha sido un gran defensor de ampliar este repertorio en su etapa más reciente con obras como La Gazetta, Semiramide, Il Viaggio a Reims, y en esta temporada con este Otello en versión de concierto para el que se ha contado con muy buen reparto vocal.
Con libreto no muy afortunado de Francesco Maria Berio di Salsa a partir de la obra de William Shakespeare se construye esta ópera en tres actos estrenada en el Teatro del Fondo de Nápoles hace exactamente dos siglos.
Tanto el Otello verdiano como este de Rossini se encuadran dentro de la conmemoración que el Liceu quiere hacer del cuarto centenario de la muerte del genio de Stratford-upon-Avon y que se prolongará a lo largo de la siguiente temporada con otros títulos inspirados en este dramaturgo.
Hay diferencias claras entre ambas óperas, así como Verdi sitúa la obra en Chipre con la pareja Otelo-Desdemona ya casados, Rossini los sitúa en Venecia en etapa de prometidos. Mientras que el objeto de traición para Verdi es “il fazzoletto”, el pañuelo, en Rossini son las declaraciones amorosas en una carta que se equivocan de destinatario. Verdi subraya la traición y nihilismo de Yago con escaso protagonismo de Roderigo, mientras que Rossini divide el odio hacia el moro a partes iguales entre el padre de Desdemona, Yago y un Roderigo mucho más desarrollado y con un protagonismo a la altura de la pareja principal.
Partiendo de estas diferencias hay que valorar la oportunidad que ha ofrecido el Liceu de ver en días alternos ambas obras tan diferentes a partir de una única fuente literaria.
La batuta concertante ha corrido a cargo del director americano Christopher Franklin cuya lectura rossiniana provocó algunos traspiés ya desde la obertura por sus inusitados cambios de tiempo sin preparación correcta y unas velocidades que más que ayudar a entender el discurso musical lo enturbiaban con imprecisiones de la orquesta.
Sin embargo a pesar de estos tempi excesivos su labor de concertación fue correcta sin conseguir tampoco grandes momentos de expresión a través de la orquesta. Esperemos que en otro repertorio brille más que en el rossiniano, pero es una lástima que no se haya invitado a algún otro director más especialista para una obra tan extensa y no de repertorio. Tal vez otra de las causas de esta versión un tanto anodina de la batuta se deba a los escasos ensayos que se programaron para este título.
Menos mal que el nivel vocal fue absolutamente sobresaliente a pesar de las dos cancelaciones de última hora. La tan esperada Julia Lezhneva fue sustituida en la Desdemona por una estupenda Jessica Pratt que venía de cantar La Sonambula de Bilbao, y la catalana Lidia Vinyes sustituyó brillantemente a Josè Maria LoMonaco en el papel de Emilia.
El coro del Liceu sin tener un protagonismo excesivo en este título rossiniano destacó en la primera intervención las voces masculinas, y en los posteriores finales de acto el coro al completo por un sonido redondo y una emisión nítida y empastada.
Gregory Kunde, el único tenor que hoy día puede alternarse en los dos roles de Verdi y Rossini ofreció un Otello a la altura de las mejores noches del Liceu en una parte llena de dificultades. Rossini pensó este papel para un cantante tipo baritenor, es decir, con facilidad para los agudos y las agilidades pero a la vez con un gran centro y un poderoso grave que pueda emitir las notas por debajo del pentagrama sin dificultad y con un color más oscuro.
Todo esto lo salvó Kunde a pesar de que sus agilidades a veces no resultaron tan limpias como cabría esperar, pero por el contrario sus agudos resultaron verdaderos diamantes, y su registro medio lleno de squilo que nos hace pensar en que ya pocas veces más se enfrentará a este rol.
Jessica Pratt fue una Desdemona de bello timbre con generosos y bien proyectados agudos aunque tal vez el registro medio y grave quedaron escasos de presencia, pero lo compensó con una gran línea de canto y un exquisito fraseo. Elegante no solo en el canto sino en cada uno de los modelos y aderezos de joyas que lució en cada uno de los tres actos.
La gran sorpresa de la noche fue el Rodrigo de Dmitry Korchak que debutaba en el Liceu tras su paso por el Viñas hace más de una década. Hoy día es uno de los tenores rossinianos y mozartianos más apreciados y en el que se junta una voz potente, una facilidad para las agilidades envidiable y un gusto en el canto que le colocan en la primera liga de los tenores ligeros del momento. Y lo demostró en cada una de sus intervenciones de la noche bien en los dúos con Yago, Desdemona u Otello, pero donde se consagró fue en su larga aria del comienzo del segundo acto otorgando a cada una de las partes el acento e intensidad necesaria acabando con unas variaciones y agilidades de una dificultad extrema sin perder por ello la elegancia del canto.
Otra de las sorpresas de la noche fue el tenor de Shangai Yijie Shi de un color más oscuro que contrastaba perfectamente con el color más claro de Korchak y el más oscuro de Kunde ofreciendo una variedad tímbrica entre los tres muy adecuada para cada personaje.
Como ya hemos comentado más arriba el Yago rossiniano no es tan malvado como el verdiano, si bien las insinuaciones en el dúo con Otello fueron muy bien aprovechadas e insinuadas por Shi para delimitar su personaje.
El padre de Desdemona fue interpretado por el bajo italiano Mirco Palazzi, única excepción en una ópera que es absolutamente de tenores. Con escasas intervenciones solistas Palazzi supo aprovechar su pequeña aria del primer acto para dejar constancia de sus buenas facultades si bien el ataque de algunas notas como el fa agudo resultó un poco violento pero supo acertar en sus intervenciones de conjunto con equilibrio y presencia.
La Emilia de Lydia Vinyes fue una aportación muy digna demostrando su profesionalidad al aprenderse su particella de memoria en poco tiempo y con un resultado más que notable, si bien tal vez hubiera sido mejor una voz con más cuerpo por contrate tímbrico en los dúos con Desdemona.
Correctos los otros tres tenores partiquinos de Josep Lluis Moreno, Josep Fadó y la muy breve intervención de Beñar Egiarte que tal vez hubiera requerido una voz con más cuerpo en el centro que la suya.
Sería injusto acabar esta reseña sin señalar los otros grandes solistas de la velada que fueron los magníficos instrumentistas de flauta Zhang Qiao, del arpa Tiziana Tagliani con su magnífica y sentida introducción al aria del sauce de Desdemona, y sobretodo el clarinete solista Juanjo Mercadal cuya parte en varios números de la ópera fue de verdadero virtuosismo, como también del trompa Arturo Nogués que tuvo mayores problemas en su comprometida parte.
Los aplausos prolongados al final de las tres hora y cuarto que duró este magnífico espectáculo fueron la recompensa y la señal inequívoca que cuando en un teatro de ópera se cuidan las voces por encima de una propuesta escénica el éxito está asegurado.
En esta contienda entre Otello verdiano representado y Otello rossiniano en concierto venció sin duda la recuperación de un título olvidado por un buen cast de voces adecuadas y con una interpretación memorable.
Ojalá que se tome nota para revisar propuestas más allá de si el éxito está en poner sold out en la puerta del teatro.
Nicolás Piquero
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