Teatro Municipal de Lima
Giuseppe Verdi compuso Otello, su penúltima ópera a instancias de otro compositor, Arrigo Boito, que puso a su servicio sus propias dotes de escritor y le ofreció no solo uno de los mejores libretos de ópera del repertorio vigente, sino incluso una de las mejores adaptaciones a la escena lírica de una obra de Shakespeare. Compuesta cuando su autor había cumplido ya los 73 años, es quizá la obra que mejor permite apreciar el genio de Verdi. En muchos sentidos, es el punto culminante de una larga carrera dedicada al género lírico. De un lado, con Otello Verdi alcanza la perfección en la correspondencia entre drama y música, una evolución que atraviesa toda su carrera de compositor, pero que se desarrolla dentro de los cauces de su propia tradición, la de la ópera italiana. En la absoluta originalidad y modernidad de esta obra, resuena el origen de la ópera en Monteverdi (a cuyo estilo recitativo Verdi recomendaba prestar tanta atención) o el modelo de polifonía renacentista de Palestrina, así como, por supuesto, la gran tradición melódica, esencial en la ópera italiana del siglo XIX. No es, por ello, casual que Otello haya sido una de las obras más favorecidas este año en todos los teatros y festivales de ópera para celebrar el bicentenario del nacimiento del compositor. Más aún cuando la celebración coincidía con otro bicentenario, el del natalicio de otro gran campeón del drama lírico, Richard Wagner. El visa vis entre estos dos genios de la ópera reclamaba la presencia de Otello para poder apreciar adecuadamente la estatura musical del compositor italiano. En Lima, donde la obra no se veía desde hace unos quince años, la Asociación Romanza asumió el difícil reto de montarla en el marco de su temporada anual.
La producción se apoya en una escenografía sencilla, pero efectiva, a la que se podría reclamar un mejor diseño de iluminación y una distribución de espacios más acorde con las necesidades del drama (las dimensiones y la ubicación del lecho de Desdémona en el último acto, por ejemplo, no ayudaban al movimiento de los personajes en el desenlace de la tragedia). El vestuario es vistoso, aunque no siempre unitario ni apropiado al momento dramático (por qué Emilia, por ejemplo, lleva un sensual traje de hombros descubiertos en el último acto en que debe asistir en el dormitorio a su señora?). Sin embargo, el éxito de la representación reposa sobre todo en la intensa compenetración dramática y musical de los cantantes que tienen a su cargo los papeles principales y en la entrega de la juvenil orquesta Sinfonía por el Perú bajo la segura batuta del director italiano Matteo Pagliari, quien ofrece una lectura que resalta a la vez la espectacularidad y los momentos de lirismo de la partitura, así como la galopante violencia del drama. El papel protagónico esté a cargo del tenor turco Efe Kislali, quien se luce particularmente en los momentos de mayor excitación dramática, cuando la partitura le exige exhibir el registro más agudo. Su timbre más bien oscuro y baritonal se reviste en tales momentos de mayor plenitud armónica. Particularmente efectivos resultaron su entrada en el primer acto, con el célebre ¡Esultate!, el dúo con Yago al final del segundo acto, o el aria conclusiva de la obra (“Niun mi tema”). Svetla Krasteva, por su parte, una cantante bien conocida en nuestro medio, fue una Desdémona tierna y lírica en el inicio, cuya voz adquirió un timbre más oscuro e intenso conforme el drama lo exigía. Estuvo realmente conmovedora en el concertante del tercer acto y, sobre todo, en la canción del sauce y el recitado del “Ave Maria” en el acto final.
No menos conocido en nuestra ciudad es el barítono español Luis Cansino, pero aun así su interpretación del maláfico personaje de Yago fue una auténtica sorpresa. Cansino exhibió una impresionante paleta sonora a lo largo de sus intervenciones, la cual puso al servicio de una completa apropiación del personaje. En el memorable “Credo” del segundo acto, logró sobrecoger con la potencia de su voz y la expresividad de sus recursos. El ideal verdiano de correspondencia entre palabra y música encontró en Cansino a un magnífico intérprete.
Si bien el eje dramático-musical de esta ópera gira en torno a los tres protagonistas, esta requiere también de intérpretes secundarios capaces de sostener los complejos concertantes. Destacó particularmente en esta labor la experimentada mezzosoprano Josefina Brivio en el papel de Emilia, quien además se lució en la breve pero intensa escena dramática en que debe revelar la muerte de Desdémona. Menos dúctil resultó, en cambio, la voz del tenor chileno Mauricio Miranda en el papel de Cassio. D´Angelo Díaz como Roderigo se afianzó particularmente en el tercer acto. Rudy Fernández-Cárdenas, por su parte, lució una voz hermosa y bien timbrada como Lodovico, aunque el papel exige una voz más oscura (propiamente un bajo y no un barítono).
El Coro Nacional, bajo la dirección de Javier Sánico, dio una vez más muestras de su alto profesionalismo y, sobre todo, en la última función lució no solo potencia y afinación, sino también matices y sutileza. Aunque merece, sin duda, su pro
Luis Cansino