Otello. Verdi. Palma de Mallorca

otello1

XXVIII Temporada de Ópera del Teatro Principal de Palma de Mallorca

 

Traspasado el ecuador de la presente edición lírica del Teatro Principal de Palma de Mallorca con notable éxito, la afición esperaba este penúltimo título de la temporada con bastante expectación. Y digo expectación, porque Otello, obra que junto con Falstaff culmina la última etapa del maestro de Busetto, no se había vuelto a representar desde hace ya la friolera suma de 124 años. Fue precisamente en el año 1890, trece años después del estreno en el Teatro alla Scala de Milán en 1887, cuando una compañía italiana lo representó por primera y única vez en la isla.

otello2

Tras varios intentos fallidos en programarla, hace una o dos décadas más o menos, -se había barajado el nombre de Domingo y más tarde el de José Cura-, dicho proyecto no fraguó, no sabemos si por problemas de agenda, por el elevado caché de ambos divos, o bien por la dificultad de encontrar en sustitución de éstos, un tenor capaz de acometer un personaje de tanta enjundia como el Otello verdiano, uno de los roles más emblemáticos dentro del repertorio de los grandes tenores dramáticos o lírico-spintos, que como es bien sabido entraña grandes dificultades vocales e interpretativas y que está destinado irremediablemente a los tenores di forza más avezados. Otello  ha sido abordado por muy pocos tenores comparándolo con otros títulos del gran repertorio verdiano. Algunos tenores wagnerianos como Lauritz Melchior y Max Lorenz  se atrevieron, así como otros que procedían de la cuerda baritonal como fue el caso de Ramón Vinay y más recientemente Plácido Domingo. Hubo otros célebres cantantes verdianos que nunca cantaron el papel de Otello, como el mítico Caruso, el hercúleo Franco Corelli o Carlo Bergonzi, gran experto y maestro del canto verdiano, que con un instrumento menos poderoso tampoco pudo hacer de Otello su caballo de batalla. Ya en la época del estreno, el propio Verdi no estaba muy convencido de la total adecuación de su primer Otello, el legendario Francesco Tamagno, que si bien poseía una instrumento vigoroso, no estaba muy capacitado para los matices interpretativos exigidos por el compositor. Si hiciésemos un breve recorrido por la historia discográfica, casi ninguno de lo más excelsos intérpretes del moro veneciano saldría indemne de la afilada pluma de algunos de los más refutados y feroces críticos, como es el caso del chileno Ramon Vinay que ha pasado ha ser uno de los moros más expresivos y sufrientes de la historia, pero que no logró la excelencia por presentar ciertos problemas de emisión en los pasajes más agudos, y acusado de un canto gutural y opaco. Mario del Monaco, el Otello más aclamado  allá por la década de los 50 y 60 del pasado siglo, de poderosa voz, buen slancio, agudos vibrantes y de ardiente y temperamental actuación, en muchas ocasiones no obtuvo el pleno absoluto por el abuso de efectos de dudoso gusto interpretativo. Tomado el relevo por el canadiense John Vickers, quién ha pasado a la historia por ser uno de los Otellos mejor cantados e interpretados, buenos filados y variedad de acentos, en ocasiones anduvo algo apurado en los agudos y las medias voces. A partir de los 70 el cetro lo empuñaría Plácido Domingo, quien pasará a los anales operísticos por uno de los mejores Otellos del siglo XX, pero a quien se le ha acusado de escaso fiato, pobre legato y dificultad en el registro superior, tachándose incluso de histérica su interpretación, aunque sin duda todos ellos han dado la talla suficiente para cantar Otello. No es de extrañar, pues, que Otello se haya tenido que ir posponiendo en el Principal hasta poder encontrar, sino al candidato ideal, por lo menos a un intérprete con la suficiente identidad vocal, valentía y arrojo para salir indemne de tal empresa, que no es poco, y que es el caso del tenor que nos ocupa, el catalán Albert Montserrat, que si bien no posee un poderoso instrumento como un Del Mónaco o un Vickers, pongo por ejemplo, -las comparaciones son odiosas-, defendió al protagonista con una interpretación calurosa y temperamental,  emisión valiente para mantener la voz firme en los momentos más comprometidos de la partitura, y sin caer en el abuso de exclamaciones, exabruptos y gritos con los que se han prodigado  alguno de los “grandes” citados anteriormente, lo que es de agradecer.

otello3

La soprano Maite Alberola, fue un modelo de Desdémona, voz fluida, homogénea en todos los registros, dulce y bien timbrada. Quizá su momento más protagónico, en la Canción del Sauce del último acto no alcanzase las cotas más altas en cuanto a  reflejar en su canto el aura melancólica que envuelve a la protagonista,  así como el tormento de la cantinela obsesiva que la oprime y acusándose cierta monotonía expresiva en el Ave María. El gran triunfo de la noche fue para el Yago de Ángel Ódena. Soberbio e imponente desde el punto de vista vocal. Magnífica proyección de sonido, buen timbre, excelente fraseo e inteligencia dramática extraordinaria, supo sacar todos los matices y recovecos de tan siniestro personaje. Bien el resto de comprimarios y magnífico el coro en todos las intervenciones. Vibrante y contundente la dirección orquestal de Manuel Coves, extrayendo de la Orquesta Sinfónica un paleta de rico colorido en un electrizante primer acto y dotando de unidad y equilibrio al resto de la obra.

otello4

Original propuesta escénica de Alfonso Romero. Al inicio de la representación el público se vio envuelto en una efectista y dramática tempestad en la que rayos y nubarrones se proyectaban en el techo de la sala y sobre los palcos, fundiéndose el efecto sonoro de los relámpagos con el imponente acorde orquestal inicial que da paso al allegro agitato.  Mientras una avasalladora orquesta secundada por unos coros contundentes y vibrantes, cuyo efecto sonoro producía casi estupor, aparecía varada en escena el esqueleto de una nave de guerra de sencilla estructura, diseñada para la ocasión por Miguel Massip y realizado en el taller de Kate Portas, y que aparecerá a lo largo de toda la obra compitiendo en protagonismo, casi, con el propio general de la Armada Veneciana que la conduce, pues no deja de ser el espejo que refleja su propia imagen.  A medida que el que protagonista se va degradando la nave va adoptando diferentes posturas mostrando el deterioro y el hundimiento de su alter ego. En palabras del propio Romero en rueda de prensa: “Esa embarcación podría ser el mismo Otello. Quería que ésta fuera avanzando a medida que avanzaba el librero. Así, por un lado, Otello es una máquina perfecta como el barco, pero se va encallando y va quedando atrapado en la tela de araña del malvado Yago”.

otello6

 

Otello: Albert Montserrat  ·  Desdémona: Maite Alberola  ·  Yago: Ángel Ódena

Casio:  José Manuel Sánchez  ·  Ludovico: Josep Miquel Ribot 

Emilia : Yolanda Riera  ·  Roderigo : Joan Miquel Muñoz

Dirección escénica: Alfonso Romero

Orquesta Sinfónica de les Illes Balears

Coro del Teatro Principal

Dirección musical: Manuel Coves

 

Juan Carlos Reyes