Nunca una obra musical como El arte de la fuga de Johann Sebastian Bach ha generado tanta disparidad de criterios a la hora de acometer su interpretación. Síntesis absoluta de la fuga y el contrapunto, esta grandiosa y compleja partitura instrumental está aún recubierta de misterio y de multitud de significados ocultos, que muchos musicólogos e investigadores han tratado de esclarecer con diversos y contradictorios resultados.
En su registro de la obra para el sello Decca, Ottavio Dantone parte del concepto de que interpretar todo este majestuoso corpus bachiano en un solo instrumento de tecla como el clave o el órgano es materialmente imposible, debido a la complejidad técnica que muchas partes revisten. En su lugar, opta por la muy acertada solución interpretativa de combinar diversos instrumentos a lo largo de la obra, lo que aporta una enorme diversidad y crea un efecto estereofónico de gran riqueza sonora en la escucha completa del ambicioso ciclo. A la exhuberancia instrumental se une el refinamiento en esta propuesta, que más allá de las dificultades interpretativas, nos permite adentrarnos de lleno en la belleza de esta insondable música.
Dirigiendo desde el clave a sus siempre diligentes colaboradores de Accademia Bizantina, Dantone convierte la partitura en su conjunto en una frondosa entidad orgánica que va evolucionando y creciendo progresivamente a lo largo de sus más de 75 minutos de duración, abriéndose camino como globalidad por medio de sus partes unitarias, como también lo hace el contrapunto intrínseco de cada una de las 20 piezas, completamente autónomas, pero revestidas del mismo anhelo de lo inefable.
Y esto el clavecinista italiano lo sabe muy bien. No estamos ante una colección de piezas sueltas sin ninguna relación entre sí. Nos hallamos ante una obra instrumental compendio de todas las técnicas instrumentales de su tiempo, y Dantone recrea el carácter unificador que la obra posee, otorgándola unidad de expresión a través de su propio concepto sobre la partitura.
En esa alternancia constante de instrumentos solistas o grupos de ellos podemos apreciar el elevado y meticuloso control en la digitación de cada una de las voces (sus entradas, sus superposiciones…) en las partes a solo del propio Ottavio Dantone o en el órgano de Stefano Demicheli. Y por supuesto, la coordinación, de auténtico reloj suizo, de todos los instrumentistas de la Accademia, perfectamente imbricados en el entramado contrapuntístico de aquellas otras piezas reconducidas aquí a tutti, y que en esa fuga final a 3 Soggetti eligen respetar las normas autoimpuestas por el Kantor de Santo Tomás de Leipzig, dejando interrumpido el eventual discurrir del triple contrapunto, cuyo camino de no retorno hubiera llevado al compositor a rozar el terreno del eterno absoluto, acercándose a la mismísima armonía de las esferas. Como un alumno obediente, Ottavio Dantone lanza un guiño cómplice al maestro barroco.