Cristina Marinero
La segunda y última semana de Madrid en Danza ha ofrecido las creaciones de Olga Pericet, Marco Flores, Iratxe Ansa con Igor Bacovich y Rocío Molina. El baile solitario de estos ya afianzados nombres de la actualidad de nuestra danza -Ansa y Bacovich bailan a dúo: son pareja y eso ha beneficiado ante las normas frente a las restricciones por el virus-, han completado las seis funciones de esta urgente 35º edición del festival, con el que han subido por primera vez el telón los Teatros del Canal después de los tres meses de cierre por la epidemia de covid-19.
También se han celebrado dos charlas para hablar de la actualidad de este arte y la crisis derivada de la pandemia. La primera, con especialistas en danza, en la que tuve el placer de participar, junto a Roger Salas, Julio Bravo y Olga Baena, moderados por Antonio Parra, y, la segunda, integrada por bailarines y coreógrafos, con la directora del festival, Aída Gómez, como moderadora, con Antonio Canales, Rubén Olmo, Manuel Segovia, Chevi Muraday y Sergio Bernal.
El colofón al 35º Madrid en Danza lo puso el domingo 28 de junio esa fuerza de la naturaleza llamada Rocío Molina y su Caída del cielo. Artista asociada al parisino Théâtre National de la Danse de Chaillot, que lo ha coproducido junto a la bailarina, con la colaboración del INAEM, la Premio Nacional de Danza 2010 obtuvo por esta creación los premios Max 2017 a mejor intérprete de danza y a mejor coreografía.
Ahora, casi cuatro años después de su estreno en París, ha «acondicionado» la coreografía al momento que vivimos, incluyendo en el montaje la ya cotidiana mascarilla y bailando con ella -con momentos muy Michael Jackson-, además de paquete de patatas fritas adosado en la pelvis. Molina hace en Caída del cielo un tránsito vital y temperamental desde lo apolíneo a lo dionisíaco. Con bata de cola blanca, comienza con una escena presidida por la contención de movimiento, con una atmósfera muy butoh, y por la belleza que aspira a la pureza a través de lo níveo. Con el acompañamiento de los músicos, ya en sereno flamenco, ya en agitado rock, dirigidos por el guitarrista Eduardo Trassierra, y la codirección artística de Carlos Marquerie, además de Elena Córdoba como colaboradora en el trabajo de suelo, su viaje tiene ese punto de «desmelene» donde puede desplegar todo su baile, más allá del flamenco, con la percusión de pies –más cercana a los modos masculinos- y el pellizco jondo como principales ejes. Levantó a los espectadores de sus butacas en la ovación final que le dedicaron –entre ellos, Pedro Almodóvar- más numerosos esta vez por ampliarse el porcentaje de butacas a la venta, ante la relajación de las medidas preventivas por la pandemia.
Olga Pericet está en un momento de madurez artística importante y su baile ha adquirido mayor profundidad. Con Un cuerpo infinito, que vimos el domingo 21 de junio, la Premio Nacional de Danza 2018 hace un homenaje a la sensibilidad artística de Carmen Amaya y su eco que no cesa, rodeada de un plantel de cantantes y músicos que van del flamenco a lojazzy para ofrecer el perfume de su época en Nueva York y Hollywood. Como en esta creación lo que intenta es plasmar a la genio más allá del tiempo, ha recogido para su investigación testimonios de gente que la conocía, que le han hablado de su fragilidad, tristeza o anhelos; también de aquellos que no la conocieron porque le interesaba saber cómo la percibían. Por ello, pone en escena un universo en el que el centro es Carmen Amaya y su estela interminable, a través de su baile trufado de esencias, ahora más jonda, ahora más estilizada, siempre impecable. El impulso para este montaje se lo dio el festival de flamenco Mont-de-Marsan (Francia), en 2018, y allí lo estrenó en julio del año pasado. Como vemos, el país galo sigue respaldando a los bailarines españoles como desde hace más de dos siglos.
Con la colaboración en la dirección escénica de Carlota Ferrer, Pericet constata con su punto de vista terrenal que la gran bailaora no es leyenda, aunque se cuenten muchas sobre ella. La fortuna de tener su baile inmortalizado en celuloide es testimonio permanente para confirmar que su talento era único. En danza desde los seis años, autodidacta que se impregnó del arte de sus mayores, y siempre acompañada de su familia de artistas, Carmen Amaya es referente para cada nueva generación de bailaores. Si bien Un cuerpo infinito sería más redondo si se acortara -y no tuviera dos finales, uno cuando Pericet representa la muerte de la artista; otro, cuando vuelve a aparecer bailando, ya como referencia inmortal-, es un montaje coreográfico que permanece en la memoria. Y esta cualidad no la poseen muchos.
Origen es el título del solo, acompañado por el clave de Ignacio Prego y la percusión de David Mayoral, ofrecido por Marco Flores, el miércoles 24. El bailarín se recrea en los sones del XVII y XVIII para fabular con lenguaje ecléctico, presidido por el vocabulario de la danza española, entre las Sonatas para clave de Scarlatti, el famoso Fandango, del Padre Soler, pavana y chacona, de Cabezón, y de Martín y Coll, y folía por bulerías.
Flores traza un delicioso recorrido que ofrece una atmósfera de «lo español» desveladora para muchos: los ritmos y melodías del que es llamado baile flamenco desde finales del XIX, ya estaban entre nosotros mucho antes. Si esta expresión individual de movimiento solo se encuentra en España es porque surge a partir de los bailes que ya teníamos entre nosotros antes de su florecimiento. Y el bailarín y coreógrafo así lo recuerda con este montaje que nunca denominaríamos como inspirado en lo “pre-flamenco”, sino de baile español. Su calidad de movimiento ofrece la ductilidad propia de la época, con impronta contemporánea y libertad de dibujo espacial y corporal. Por Origen, Marco Flores está nominado a los Premios Max 2020 como mejor intérprete masculino de danza.
Denominados Metamorphosis Dance, Iratxe Ansa e Igor Bacovich ofrecieron, el viernes 26 de junio, su lenguaje de movimiento ecléctico, con protagonismo del torso, ondulaciones y espirales de brazos -que nos recuerdan al imaginario Gaga de Ohad Naharin-, además de amplias extensiones de piernas que se perciben como anhelo de intentar abarcar más espacio aún. Su dúo Al desnudo cuenta con la participación del artista visual Danilo Moroni, cuyo diseño cambiante de las fuentes de luz nos va descubriendo un escenario cada vez distinto, agrandándolo, achicándolo y dimensionándolo hasta componer un bello paisaje de focos y fluorescentes que engrandece el trabajo de los bailarines. Ansa y Bacovich, en dinámico movimiento que no cesa, despliegan su talento a través de lo que parece una conversación de movimiento que no cesa, a veces incluso da la impresión de ser espontánea, y ahí reside su peculiaridad, llena de frescura y ese punto de ballet moderno con lazos en los maestros coreográficos europeos de las últimas décadas.