Marianela Núñez y Vadim Muntagirov, extraordinarios, ofrecieron un magistral paso a dos de Sugar Plum Fairy y el Príncipe, magníficamente acompañados de Anna Rose O’Sullivan y Marcelino Sambé, como Clara y Hans-Peter/Cascanueces, y un Gary Avis en el papel de Drosselmeyer perfecto en su detallismo dramático. Esta función de estreno se ha retransmitido en cines de todo el mundo, como parte del programa Live Cinema de Royal Opera House.
Lo desvela Sir Peter Wright en la entrevista que le hace Mark Monahan para el estreno de esta nueva temporada de su Cascanueces por el Royal Ballet. La clave de la dramaturgia de su versión es que Drosselmeyer tiene una historia que respalda sus actos. No es solamente un ser misterioso o un ilusionista. Detrás de sus acciones hay un porqué. Y Clara, la niña que recibe de regalo su muñeco cascanueces, es, por ello, protagonista accidental, pero esencial.
Drosselmeyer necesita recuperar a su sobrino, Hans-Peter, convertido en un feo muñeco cascanueces por la reina de los ratones porque él inventó una trampa que acabó con multitud de ellos. Para liberarse, Hans-Peter debe mostrarse valiente y acabar con el rey de los ratones, al mismo tiempo que una jovencita debe amarle, a pesar de su apariencia un tanto desagradable. En la fiesta de Navidad de la familia Stahlbaum, Drosselmeyer se da cuenta que su hija Clara cumple los requisitos y comienza así para ella la aventura que le llevará desde el salón de su casa, hasta el país de los dulces, junto a un Hans-Peter ya despojado del encantamiento.
Cuenta también Sir Peter Wright –acaba de cumplir 92 años el 25 de noviembre-, que él no se adentra en cuestiones freudianas, como sí han hecho otros –y pensamos en Nureyev- con este ballet estrenado en el Mariinsky en 1892 y basado en el cuento de E. T. A. Hoffmann, para el que Tchaikovsky también se inspiró en Charles Dickens y su cuento A Christmas Tree. Con guion de Marius Petipa, empezó él también su coreografía pero enfermó y fue su ayudante, Lev Ivanov, quien completó el ballet. Wright sitúa la acción en la época en que Hoffmann lo publicó, el llamado periodo Biedermeier, a principios del siglo XIX, cuando las clases medias volvieron a tener el hogar como centro de su vida, con un segundo acto que no sólo funciona como contrapunto de fantasía frente al primero, sino que incluso es producto de aquel cultivo en arte, literatura o música, además de danza, que se experimentó tras el Congreso de Viena en la mitad norte de Europa.
Los especialistas en El cascanueces piensan que el paso a dos de Sugar Plum Fairy y el Príncipe -Wright rescata aquí el original- tiene mucho del gran director del ballet de San Petersburgo y que, incluso con su enfermedad, se palpa su mano en la coreografía. Dos años antes, Petipa había estrenado el primer ballet que le unió a Piotr I. Tchaikovsky, La bella durmiente, y su sello es patente en el paso a dos más famoso de El cascanueces, con su clasicismo impoluto, refrendado por la caracterización a lo siglo XVIII de sus protagonistas.
Marianela Núñez y Vadim Muntagirov ofrecieron en la noche de estreno de esta temporada, el pasado 3 de diciembre -emitido en cines de todo el mundo, con más de 12.000 espectadores en España, donde es Versión Digital quien distribuye la señal de Royal Opera House-, una interpretación impresionante. La pulcritud de sus movimientos, el detallismo en su ejecución y la majestuosidad de su puesta en escena fue aclamada por el público que abarrotaba la Royal Opera House. Observar con detenimiento su ejecución es asistir a un máster en danza clásica. Su unión como pareja artística continúa elevando el arte del ballet. Barry Wordsworth, al frente de la Orquesta, contribuyó a que la noche fuera de cinco estrellas, interpretando a Tchaikovsky entregados.
Con la participación de los españoles Itziar Mendizábal, elegante, como siempre, y David Yudes -muy afinado como ayudante de Drosselmeyer y, en el II acto, en la Danza rusa-, descubrimos a la joven Anna Rose O’Sullivan, en el papel de Clara, como un brillante ya puliéndose. En esta versión del coreógrafo británico, el personaje está activo durante todo el ballet, interviniendo, junto a su pareja Hans-Peter o sola, en varios momentos coreográficos del segundo acto.
La joven bailarina es un prodigio en interpretación, además de mostrar una técnica férrea que, seguro, le va a llevar a estratos elevados dentro de la compañía. Marcelino Sambé, que estuvo en España hace dos temporadas para presentar las emisiones de Live Cinema del Royal Ballet, sigue ascendiendo como bailarín, con grandes dotes para el salto, pero también con una ductilidad especial para la interpretación. Juntos, se muestran como una pareja deliciosa, liderados en su viaje vital por un Gary Avis que, como Drosselmeyer, parece insuperable en la humanización de este personaje que adquiere todo el sentido en esta versión de Mr. Wright y es la mejor de las últimas décadas.
Cristina Marinero