Sin duda nos encontrábamos en una velada un tanto especial: la JONDE, una de las orquestas jóvenes con más renombre en el panorama actual a nivel europeo, con un programa cuanto menos potente: Las Variaciones sobre una Pavana de Luys De Milán, del compositor español José Peris Lacasa y la Séptima sinfonía en do mayor op. 60, “Leningrado” de Dimitri Shostakovich, dos obras de auténtico peso en lo que a repertorio sinfónico se refiere. Al frente de la orquesta se hallaba el solvente director George Phelivanian.
Las Variaciones resultaron ser una obra interesante, muy bien tratada y con instrumentaciones curiosas y variopintas que en algunos momentos recordaban a la música de Montsalvatge. Con una duración de una media hora aproximadamente, el tema principal, la Pavana número 5 para vihuela de Luys de Milán, era expuesto por las dos arpas, quienes tuvieron un papel importante en más momentos de la obra. A partir de ahí, las variaciones se iban sucediendo hasta que la música llegaba a ciertos momentos de caos, aunque controlado. Muy notable la sección de maderas en sus intervenciones corales y contrapuntísticas, tanto como los metales con sus momentos de fanfarria, un papel bastante decisivo. Sobre todo el gran foco de la obra se presentaba en la percusión: los siete músicos que conformaban la sección protagonizaban una de las variaciones acompañados solamente de los dos pianos, y con un gran instrumental que cubría toda la fila trasera del escenario. Al finalizar la obra, el público respondió con aprobación tanto a la obra como a la interpretación, llevando los aplausos más sonoros al compositor, quien estuvo presente y saludó al ser invitado por Phelivanian a que saliera del patio de butacas.
Tras el buen sabor de boca que nos dejó la primera parte continuaba el plato fuerte de la velada: la “Leningrado”, posiblemente una de las obras más bestias, permítanme la expresión, que haya compuesto jamás el genio ruso. Ya la plantilla de la orquesta en la primera parte era bastante numerosa, llegando a alcanzar si cabe los 80 músicos, pero para esta obra el escenario se les quedaba pequeño: 105 músicos en total, con una doble plantilla de viento metal, los siete percusionistas antes citados, maderas a tres a excepción de los clarinetes que eran cuatro, dos arpas, piano y una enorme plantilla por parte de la cuerda. Shostakovich compuso esta sinfonía en plena Segunda Guerra Mundial, mientras vivía en la ciudad de Leningrado cuando se encontraba sitiada por los nazis en los años 1941-1942, y también la estrenó allí. El impacto que causa en el público esta obra es tremendo, a pesar de que ya hayan pasado más de 70 años. Eso mismo se pudo comprobar el pasado martes en el auditorio. La orquesta de principio a fin estuvo entregadísima, y los pequeños “peros”, muchos de ellos inevitables, fueron irrelevantes en el resultado final. Desgraciadamente, le fallaron los nervios al intérprete de la caja en la famosa marcha militar, emulando al Bolero de Ravel: un ritmo constante desde lo más suave hasta lo más fuerte posible. En los primeros minutos el percusionista no consiguió acoplar bien el ritmo, hasta que a medida que la intensidad subía ya fue asegurándose y se mostró más solvente. Phelivanian cogió a veces tempi muy acelerados, sobre todo al final de la mencionada marcha, con un acelerando hasta el punto álgido del primer tiempo, pero no por ello faltos de auténtica fuerza sonora por parte de los músicos, quienes pusieron toda la carne en el asador. La sección de cuerdas, muy compacta en todo momento, supo tanto como sacar su sonido más “chillón” en los momentos de mayor tensión y a su vez llegar a puntos verdaderamente íntimos y de increíble suavidad, como fue por ejemplo el solo de la sección de violas en el tercer movimiento, magníficamente interpretados, llegando a ser este uno de los momentos mágicos del concierto. La sección de maderas estuvo impecable en todo momento con los diversos solos que tenían prácticamente cada uno de sus integrantes, en especial los solos de fagot, requinto, clarinete bajo, oboe y corno inglés, que tuvieron sus grandes momentos de gloria. Los metales estuvieron en todo momento al cien por cien, especialmente las trompetas y trompas, y su papel fue también de los más decisivos en toda la obra. Una vez más, la percusión volvió a estar a la altura como lo hizo en la primera parte, en especial los intérpretes de platos, timbales y caja, a pesar de su desliz al principio, a quienes Phelivanian les levantó individualmente antes de levantar a la sección entera en los aplausos. El público respondió con una gran ovación al acabar la explosión de victoria con la que finaliza la sinfonía después de que la orquesta creara una gran tensión durante todo el crescendo final de la obra hasta la última nota. Los aplausos duraron cerca de 10 minutos, haciendo que Phelivanian saliera a saludar hasta tres veces, una de ellas sumando a los músicos al aplauso del público.
Sin duda alguna, fue un concierto de aquellos que cabe tildar de “memorable” y que, resalta la importancia de apoyar a este tipo de formaciones jóvenes, que tocan con resultados equiparables a los que se pueden obtener en una orquesta profesional.
Miguel Calleja Rodríguez
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