Petersen y Lademann Por Xavier Rivera
Concierto inaugural de la Schubertiada de Vilabertran (Girona)
El Empordà (Ampurdán), la región catalana que el pintor Salvador Dalí escogió como lugar de vida y creación, alberga una serie de importantes iniciativas musicales cuya repercusión nacional e internacional no está, en mi humilde opinión, a la altura de su calibre artístico. Me refiero a la orquesta y al concurso de dirección de Cadaqués, que ha dado a conocer nombres tan importantes como Lorenzo Viotti, Vasily Petrenko o Gianandrea Noseda. Este último sigue siendo titular de una orquesta tan maravillosa como improbable en una ciudad tan pequeña. O al Concurso Internacional de Canto Jaume Aragall, que tuvo su primera sede en Torroella de Montgrí, antes de trasladarse a la ciudad de Sabadell y acabar disuelto como consecuencia de las sucesivas crisis económicas y políticas. O al Festival de Peralada, que atrae a grandes nombres del mundo de la ópera y a un público tal vez más encopetado y atraído por los eventos que verdaderamente musical. Y al Festival de Torroella de Montgrí, nacido en 1981, cuyos programas son siempre sumamente atractivos y que alcanzará pronto su milésimo concierto. Petersen y Lademann
Pero lo que me parece el colmo de la improbabilidad es encontrarnos, en el pequeño enclave de la Colegiata de Vilabertran, con la trigésima edición de un festival dedicado casi únicamente al «Lied», para un entorno de público normalmente poco habituado a la lengua alemana, cuando en toda Europa apenas se pueden contar una decena de eventos dedicados exclusivamente a esta forma de arte tan especial y, todavía hoy, tan minoritaria. Cuando acompañar la voz con una guitarra, un laúd o un instrumento de teclado es una de las formas más sencillas de hacer buena música… Y, no contentos con haber alcanzado su tercera década, estos schubertianos han creado recientemente sucursales en el País Vasco, en Barcelona capital o en la costa cantábrica, además de un programa crucial para el descubrimiento de jóvenes liederistas (Lied the Future). En un principio, fue la apuesta personal de un médico y gran melómano, el Dr. Jordi Roch, responsable de las Juventudes Musicales catalanas durante muchos años, al cual el tiempo, la capacidad organizativa de su Asociación Schubert y el calibre artístico de los conciertos propuestos le han dado razón. También hay que decir que nombres como Alfred Brendel, Matthias Goerne y Wolfram Rieger (quien ha actuado ¡más de cuarenta veces aquí!) forman parte de los miembros honorarios… Petersen y Lademann
El concierto inaugural de este año, en una noche de estío de plenilunio canicular, correspondió a la soprano alemana Marlis Petersen, cuya reciente «Mariscala» en el Rosenkavalier de Múnich impresionó a la crítica por su suntuosa actuación en medio de la retirada de varios compañeros por Covid y otros accidentes. Bajo el título «Innenwelten» (Mundos interiores), ella y el pianista Stephan Mattias Lademann nos ofrecen un viaje que visita una serie de estados de ánimo en lugar de un catálogo de composiciones ordenadas más o menos cronológicamente o en ciclos, rompiendo así determinados hábitos. Aquí nos pasamos desenfadadamente de Brahms a Max Reger, de Wolf a Hans Sommer o de Mahler a Richard Rössler, permitiendo así el descubrimiento de pequeñas joyas poco conocidas. Petersen interviene a veces para expresar verbalmente las emociones que han motivado la elección de sus programas. Justifica su permanencia en torno a los compositores de finales del siglo XIX por la riqueza de sus juegos de tensión/relajación armónica que le permiten profundizar en las tensiones del cuerpo y la mente. Petersen y Lademann
Noches y sueños, Bewegung im Inner / Movimiento interior, Liberación y Retorno a las fuentes son los cuatro bloques que integran el recital. «Nacht und Träume » incluye piezas con una temática más bien contemplativa y nocturna. La versión alemana de «Movimientos interiores» incluye piezas sumamente dramáticas como «Schmied Schmerz» (dolor acerado) de Max Reger y «Ruhe, meine Seele» (descansa, alma mía) de R. Strauss, que marcaron los momentos más intensos de la velada, con un flujo estremecedor de ondas sonoras. En su versión francesa, “Mouvements intérieurs”, Petersen se pasea por melodías amorosas de Fauré, Duparc o Hahn con una dicción precisa y elegante y un fraseo libre, creativo y poco convencional. La «vuelta al redil» calma poco a poco nuestras emociones para terminar con las reconfortantes palabras del «Urlicht» mahleriano: Der Liebe Gott wird mir en Lichten geben (El Dios bondadoso me traerá un poco de luz…). La insistencia del público hizo que los artistas regresasen a ofrecernos, a modo de alfa/omega, un inolvidable «Träume» de los Wesendonck lieder de Wagner.
Petersen es una artista a la que me gustaría llamar «cantactriz», porque su compromiso con el contenido emocional de los textos sobrepasa todos los hábitos y moldea todo su recorrido interpretativo. Por supuesto, todo buen cantante de ópera es un verdadero actor, pero en el mundo del lied, los criterios de estilo han enmarcado a menudo a los intérpretes en una especie de relicario de elegancia que Petersen quiere romper en favor de un «leit motif», de una mirada que afronte nuestros miedos, a nuestras angustias o a nuestros momentos de felicidad, casi como un psicoanalista… En una reciente entrevista, le preguntaron por qué cantaba con Lademann. Su respuesta fue lapidaria: “Es un músico con el que puedes relacionarte sin usar palabras. Puede leer mi respiración, mi lenguaje corporal inmediatamente y, además, compartimos la idea musical en el mismo momento de su creación”. Es habitual encontrar pianistas muy implicados en el canto, que revisten la melodía con un rico tejido armónico y de colores, pero con Petersen, que tiene una amplia formación pianística, y Lademann, uno tiene la sensación de que una misma mente toca y canta a la vez. El gran Steinway de concierto estaba completamente abierto, lo que favorece la proyección conjunta de la voz con la armonía y la belleza del sonido del piano, pero exige que el pianista preste muchísima atención a los matices para no forzar nunca la voz. Su complicidad fue, en este sentido, perfecta. La forma en que Lademann dibuja las tensiones armónicas y las líneas de fuerza compositivas es sencillamente magistral, y su riqueza sonora, inagotable. Si uno quisiera ser puntilloso con una actuación de esta magnitud, lo sería con Reynaldo Hahn: esta música, hecha de gracia y ligereza, de ensueño y “duende”, encontró en el piano un subrayado excesivo que la pone más en jaque que en volandas. Se podría pasar rápidamente de lo sublime a lo caricatural… OW