Se inicia la Tetralogía bajo la dirección de Kirill Petrenko y, siendo éste el principal interés del viaje, bueno será comenzar por la dirección musical. Puedo decir que su dirección ha colmado todas las expectativas. Indudablemente, tiene un gran domino de la partitura, dirigiendo y concertando con una seguridad pasmosa. Salvadas todas las distancias, me ha pasado algo parecido a lo que me ocurrió con el Parsifal de Pierre Boulez. Aquella dirección me pareció mágica y luego caí en la cuenta de que era la más rápida que jamás había escuchado. Algo parecido me ha ocurrido con este Rheingold, ya que ha sido una de las versiones más rápidas que recuerdo. Por poner un ejemplo, diré que la dirección de Petrenko ha sido 16 minutos más rápida que la última de Kent Nagano en este teatro. Pocas veces he asistido a un Oro del Rhin que dure menos de dos horas y media. En cualquier caso, ha sido un prólogo al Anillo brillante y que ha hecho que las expectativas para la continuación todavía sean mayores. La Bayerisches Staatorchester tuvo una actuación magnífica de principio a fin. Es una gran orquesta y parece crecerse bajo la batuta de su director titular.
El reparto vocal fue bastante equilibrado, sin ofrecer individualidades rutilantes.
Wotan fue interpretado por el barítono Thomas Johannes Mayer. Se trata de un barítono solvente, aunque no sea nada excepcional. Puede funcionar aquí mejor que en Walküre, ya que se le echa en falta una mayor nobleza y mayores dosis de emoción.
Lo mejor de la representación fue la actuación del barítono polaco Tomasz Konieczny en la parte de Alberich. Él fue también Alberich en este teatro bajo la dirección de Kent Nagano, pero entre ambas actuaciones la diferencia es muy notable. Más de una vez me ha defraudado este cantante en repertorio italiano, mientras que aquí todo funciona mucho mejor. Tuvo poderío, expresividad y maldad suficientes como para ser un Alberich próximo al ideal.
En la anterior ocasión en Munich Stefan Margita hizo un Loge fantástico, difícil de olvidar. En esta ocasión su puesto ha estado cubierto por Burkhard Ulrich, cuya actuación ha sido buena, pero no me ha podido hacer olvidar la de su colega. Me pareció un Loge muy adecuado en todos los sentidos, dándome la impresión de llegar algo fatigado al final de la representación.
Elisabeth Kulman es siempre una garantía en cualquier personaje que encarne y no ha sido Fricka una excepción. Tiene una voz atractiva y canta dando mucho sentido a las palabras.
Los Gigantes fueron servidos mucho mejor que en ocasiones anteriores en Munich. Tanto Günther Groissböck (Fasolt) como Christof Fischesser (Fafner) ofrecieron voces muy adecuadas a los personajes y fueron estupendos intérpretes.
Okka Von Der Demerau estuvo bien en la parte de Erda, lo mismo que el incombustible Andreas Conrad en la parte de Mime. Aga Mikolaj cumplió bien como Freia. Sonoro el Donner de Levente Molnar y algo más justito el Froh de Dean Power. Intachables las Hijas del Rhin, especialmente Hanna-Elisabeth Müller (Woglinde). Sus hermanas eran Jennifer Johnston (Wellgund) y Nadine Weissmann (Flosshilde).
Sobre la producción de Andreas Kriegenburg poco hay que añadir a lo que he escrito en otras ocasiones. En gran parte, me repetiré.
La producción me recuerda mucho a los trabajos de La Fura dels Baus. No me refiero al que hicieron para el Anillo de Valencia, sino a muchos otros, en los que hacen uso de un numeroso grupo de “fureros”, que tanto sirven de figurantes, como de bailarines e incluso de elementos de atrezzo.
Al entrar en el teatro vemos el escenario ocupado por un centenar aproximado de jóvenes de ambos sexos, vestidos con ropas blancas, entre los que se ven también a tres personajes de verde, que no pueden ser sino las Hijas del Rhin. Poco antes de que el maestro ataque el famoso preludio con el acorde en MI bemol mayor, se escuchan por megafonía sonidos de agua, levantándose los figurantes, que se despojan de sus vestidos para quedar en ropa interior – color carne – y se pintan sus cuerpos de azul, para convertirse en el río.. Estos figurantes siguen formando parte de la escena en diversos momentos, particularmente en la aparición de Erda y en la entrada en el Walhala. La escenografía (Harald B.Thor) es muy simple, apenas unas paredes de madera y un techo, lo que facilita la proyección de las voces. El vestuario (Andrea Schraad) es un tanto intemporal, con los dioses siempre con pelucas rubias-platino. Muy buena la labor de iluminación de Stefan Bolliger, fundamental en una producción minimalista como la que nos ocupa.
La dirección escénica de Andreas Kriegenburg destaca en los movimientos de figurantes, resolviendo de manera imaginativa las transformaciones de Alberich, así como la aparición de Erda. Menos convincente es la personificación de los gigantes, mientras que de los momentos más conseguidos de la producción hay que señalar el apilamiento del oro. Menos convincente resulta la entrada de los dioses en el Walhala, muy poco espectacular.
El teatro estaba a rebosar con presencia de “Suche Karte” en los alrededores, a pesar de la nieve que caía inmisericorde. El público dedicó una recepción triunfal a los artistas, particularmente a Kirill Petrenko y a Tomasz Konieczny.
La representación comenzó con 5 minutos de retraso, bastante razonable en una ópera sin descansos. La duración musical fue de 2 horas y 16 minutos. Nueve minutos de aplausos.
La localidad más cara costaba 130 euros, habiendo butacas de platea desde 75 euros. La entrada más barata sentado era de 31 euros.
José M. Irurzun