Lleno hasta la bandera, en la sala de ópera del Palau de les Arts para audicionar a Philippe Jaroussky, que volvía, creemos que por tercera vez (que son las veces que este comentarista le ha escuchado in situ) a Valencia. El público, entregado de salida en pro de cantante, se ve que andaba mayoritariamente resfriado porque las toses interrumpieron muchísimo más de lo correcto las interpretaciones del francés. Y si en cualquier concierto los golpes de tos molestan, en un recital que era todo tersura sonora y sutileza, pues muchísimo más. Nada, un concierto de contratenor y toses inconvenientes.
En esta ocasión Philippe Jaroussky, se olvidó de su habitual repertorio del barroco, operístico y litúrgico, para adentrarse en otro genuinamente romántico como son los lieds de Schubert. La verdad es que resultaba insólito, porque estas canciones del músico vienés no se escribieron para una voz como la suya. Un reto interesante que resolvió con propiedad y otorgó a sus lecturas una versión que si bien sonaba insólita no dejaba de tener cierto interés; con todo, quien esto escribe, se sigue decantando para este programa por las referenciales interpretaciones de Fischer Dieskau.
El contratenor (¿no sería mejor llamarle falsetista?) tiene una voz que corre bien por la sala con alguna desigualdad en la emisión cuando abandona la impostación de cabeza y desciende a la gola lo que camufla la pulcritud de su dicción y le resta brillo y cupa algo los armónicos. En su obsequio hay que decir que es elegante, inspirado y frasea muy bien. Sus mejores armas son la musicalidad y las medias voces con un inspirado manejo de los reguladores, concediendo siempre exquisitez a su canto. Se fija mucho en el relato del texto para concederle mayor propiedad a la melodía. Posee un bien administrado fiato que utiliza con sabiduría para acentuar, en muchos momentos, la pureza de la proyección. En otras palabras: cantante sí, artista más.
Lució elegante sensibilidad, buen manejo de los reguladores y un cuidado fraseo en «Im Frühling», precisos saltos de quinta en «Des Fischers Liebesglück», un cadencioso aire valseado en «An die Laute», un espíritu íntimo y doliente en «Die Götter Griechenlands» y una seductora galanura en «Wiedersehn». A medida que avanzaba el recital la voz fue acomodándose a la atmósfera de la sala y ganó en presencia y propiedad característica. El popular «An die musik» estuvo cuajado de efusiva delicadeza y predominó una remembranza evocadora cuajada de melancolía en «Erster Verlust», en la asimismo conocida «An Sylvia» mantuvo un relato muy cuidadoso y conmovedor, y una primorosa serenidad en el aún más acreditado «Du bist die Ruh», cerrando la primera parte con un vehemente «Gruppe aus dem Tartarus» de muy personal versión que encendió la sala en aplausos.
La segunda parte la inició «Sei mir gegrüsst» en la que lució un aliento cristalino, siguió con «Der Musensohn» en la que se descuadró levemente en la animada rítmica de índole popular. «Nacht und Träume» fue plácida y ensoñadora. Uno de los momentos más felices (y a fe que hubo muchos) de su recital, fue «Herbst» melancólica con un punto de elegía y en la misma línea doliente y elegíaca la «Litanei auf das Fest aller Seelen». Auf dem Wasser zu singen», valseado más que a ritmo de barcarola que suelen llevar muchos colegas en sus versiones. A la también muy interpretada «Im Abendrot», le confirió un talante oracional de preciada veneración y a «Die Sterne» un aliento poético en su rítmica cadencia. «Abendstern» fue un dechado de regulación del fraseo y control del aliento y «Nachtstück» un modelo de delicadeza singularmente en los compases finales.
El recital no hubiera sido el mismo sin la cooperación al piano de Jérôme Ducros, quien al margen de acompañar con sonido atmosférico, embeleso, esmerado cuido, eficiencia sonora e inspirada musicalidad, respirando siempre con el cantante desde el teclado, ofreció en solitario El «Klavierstückke» D946 con una primorosa elegancia de perlada articulación, contrastada con el vehemente segundo tema y el «Impromptu» D 899 en el que señor de los recursos interpretativos dio muestras de no solo de ser un excelente acompañante sino un esmerado concertista.
El respetable se volcó en sus ovaciones y el contratenor francés contentó más a la audiencia con esmeradas versiones de «Ständchen» (la popularísima serenata) y «Die forelle».
Antonio Gascó