Iglesia del Carmen 5 Agosto 2013.
Hay ocasiones en que un cantante puede hacer cambiar el rumbo de toda una programación en un teatro de ópera o en un festival, como es el caso que ahora nos ocupa. Algo de esto es lo que ha ocurrido con el resultado del recital de Piotr Beczala ayer noche en Perelada, donde el listón del triunfo subió a alturas insospechadas.
Mi estancia de 3 días por estos lares ofrecía el atractivo de ver la escasamente representada Das Liebesverbot, además de Norma con Sondra Radvanovsky. En medio, como una especie de atractivo complemento, estaba el recital de Piotr Beczala. A la vista del resultado no hay duda de que el tenor polaco se ha convertido en el gran referente del festival y muy grande tendrá que ser el éxito de Norma esta noche para no quedar en la sombra.
Piotr Beczala es uno de los grandes tenores de la actualidad, aunque no venga precedido por tambores mediáticos. Su bellísima voz de tenor puramente lírico, su homogeneidad de registros, su técnica de canto y su gran profesionalidad son atributos que muy pocos cantantes pueden ofrecer como él. En esta ocasión le he encontrado en una forma vocal espectacular, como nunca anteriormente, sin que se pudiera notar esa tendencia suya a que las notas altas se quedaran un tanto atrás. Magnífico de voz, de expresividad y sin el más mínimo problema a lo largo de todo un exigente programa, que quedará en el recuerdo de los afortunados espectadores que ayer pudimos disfrutar con su voz y con su arte.
El recital constó de tres partes muy distintas. La primera dedicada al lied, la segunda a la ópera y la tercera – las propinas – al puro lucimiento del cantante.
En el estado pletórico en el que Beczala se encuentra nada tiene de extraño que la segunda parte del programa – la dedicada a la ópera – hubiera sido un gran éxito, pero es que en la primera, donde lo que tenía que hacer es decir y cantar, estuvo inmejorable.
No hubo fuegos artificiales en la primera parte del programa, sino una colección de canciones magníficamente expuestas por Beczala, comenzando por Adelaide, de Beethoven, donde ya comenzaba uno a intuir que el resultado global podía ser espléndido. Las 8 canciones de Robert Schumann nos permitieron descubrir a un extraordinario liederista, que alcanzó su punto más álgido en las 5 canciones de su compatriota Mieczyslaw Karlowicz, donde estuvo insuperable. Terminó esta primera parte con 3 preciosos lieder de Richard Strauss, perfectamente interpretados.
La segunda parte tenía como hilo conductor la ópera y aquí es donde Beczala se mostró en una forma excepcional. Comenzó con dos arias de Verdi, en las que rayó a gran altura. Se trataba de Di tu se fedele, de Un Ballo in Maschera, y La mia letizia infondere, de I Lombardi, particularmente brillante en esta última. Siguió con el Lamento de Federico, de L’Arlesiana de Cilea, más en línea verista que en la edulcorada de Tagliavini. A continuación, nos ofreció la preciosa Canción India de la ópera Sadko, de Rimski-Korsakov, a la que siguió una excelente interpretación de E lucevan le stelle, de Tosca de Puccini. Antes de llegar al final, se recreó en la música de su país, en una magnífica interpretación de un aria de la ópera Janek, del Zelenski. Terminó con una espectacular interpretación de Dein ist mein ganzes Herz, de la ópereta Das Land des Lächelns, de Franz Lehar, en la que estuvo próximo a la interpretación inigualable para mí de Jussi Björling.
Como propinas nos ofreció una brillante interpretación de la canción napolitana Cuore ingrato, de Salvatore Cardillo, a la que siguió el aria de Romeo et Juliette, de Charles Gounod, Ah! Lève-toi, soleil, en la que estuvo insuperable. Terminó con la celebérrima canción napolitana O sole mio, de Eduardo di Capua, de la que hizo una versión espectacular y personalísima.
Hay que destacar también la buena labor de acompañamiento de Kristin Okerlund al piano.
La Iglesia del Carmen estaba casi llena en sus 400 localidades y el público dedicó a Beczala ovaciones y vítores continuos, terminando con la audiencia en pie. Un éxito grande popular y artístico.
El recital comenzó con 6 minutos de retraso y tuvo una duración total de 1 hora y 47 minutos, incluyendo un intermedio. El programa oficial tuvo una duración de 67 minutos, mientras que las propinas prolongaron el concierto otros 20 minutos adicionales.
El precio de la localidad más cara era de 50 euros, costando 30 euros las sillas más alejadas del altar, que era desde donde cantaba Beczala.
Terminaré diciendo que la voz llegaba con una extraña y algo molesta reverberación hasta que uno se acostumbraba a ella.
En resumidas cuentas, un gran recital con un Beczala exultante.
José M. Irurzun