Antes de su esperada reaparición en el Met como Radamés en la nueva producción de Aida de Verdi, el célebre tenor polaco Piotr Beczała, acompañado por el pianista Helmut Deutsch, ofreció un recital de lieder y piezas románticas en el que pudimos disfrutar de su buen estado vocal y artístico.

La unión de Piotr Beczała y Helmut Deutsch en el escenario del Carnegie Hall fue un feliz encuentro entre el arte vocal y la poesía musical, un éxito en que el público de Nueva York se reencontró con el divo polcao. En esta velada, Beczała no solo demostró su elegancia, sino también dio muestras de su inteligente técnica y su versatilidad estilística. Su conexión emocional con el texto de cada pieza reveló también su enorme capacidad interpretativa, que explica por qué el polaco es uno de los tenores más importantes de hoy.
La melancolía rusa: Chaikovski
La velada comenzó con un ciclo de canciones de Piotr Ilich Chaikovski. Beczała inauguró el recital con «Fue en los primeros días de la primavera», Op. 38, No. 2, algo superado por el lujoso piano de Deutsch. Su interpretación de «¿Por qué?», Op. 6, No. 5, fue un lamento contenido, con un fraseo cuidadoso que hizo justicia a la profundidad emocional del compositor. El tenor ya había asentado las bases estilísticas del recital, con una propuesta romántica e inflamada y una proyección valiente y segura, sin sus habituales titubeos en los ataques a media voz.
Durante «En medio del bullicio del baile», Op. 38, No. 3, Beczała capturó esa mezcla de nostalgia y desolación que caracteriza a la obra. Destacaron también «¿Y qué entonces?», Op. 16, No. 5, y «Quisiera en una sola palabra», piezas que Beczała interpretó con una clara articulación, y poderosos ataques al agudo que caldearon el ambiente. En «Entre días sombríos», Op. 73, No. 5, su voz adquirió un color más oscuro, mientras que en «El sol se ha puesto», Op. 73, No. 4, y la deliciosa «Las estrellas brillaban para nosotros», Op. 60, No. 12, la línea vocal parecía adelgazarse en el centro, pero el suave timbre Beczała y la nobleza del piano de Helmut Deutsch consiguieron culminar con belleza el ciclo de canciones de Tchaikovski.
La delicadeza nórdica de Grieg y la poesía de Karłowicz
La transición a las canciones de Edvard Grieg fue como entrar en un paisaje de cristalinas melodías y frescura nórdica. El ciclo se inició con una «Saludo», Op. 48, No. 1, algo deslavazada. Se resarció después con la conmovedora «Un sueño», Op. 48, No. 6, donde Beczała mostró su capacidad para adaptar su timbre a las sutiles exigencias de este repertorio. Su interpretación de «Te amo», Op. 5, No. 3 fue una romántica declaración de amor que flotó en el aire con una sinceridad desarmante e hizo suspirar a muchos de sus seguidores.
Las canciones del injustamente desconocido compositor polaco Mieczysław Karłowicz fueron de lo mejor del recital. Beczała brilló en «Sobre los campos se extiende», Op. 3, No. 3, y «En la calma de la tarde», Op. 3, No. 8, preciosa canción interpretada con amoroso descaro juvenil. Pero fue en «La princesa encantada», Op. 3, No. 10, donde alcanzó un nivel narrativo extraordinario, sobre un delicadísimo acompñamiento al piano. En «Recuerdo los días tranquilos», Op. 1, No. 5, el cantante pudo transmitir la belleza radiante del texto de Przerwa-Tetmajer, en una canción coronada con un larguísimo filado que fue premiado con una justa ovación.

El corazón romántico de Schumann y el desgarro ruso de Rachmaninoff
El núcleo más puro del romanticismo se hizo presente con las canciones de Robert Schumann. La fragancia de «El nogal», Op. 25, No. 3, y la delicada belleza de «La flor de loto», Op. 25, No. 7, encontraron en Beczała un intérprete respetuoso pero algo incómo en comparación con las piezas anteriores. Su «Dedicatoria», Op. 25, No. 1, fue el punto culminante de este segmento, cantada con más pasión que acierto, de modo que la expresividad contenida en las complejas texturas de Schumann quedó soslayada por una interpretación algo plana.
El recital se recondujo con las Seis Romanzas, Op. 4, de Serguéi Rachmaninoff, en las que el dúo exploró una gama de emociones que iba desde la desesperación hasta el éxtasis. Beczała acusaba por momentos el cansancio, y dejó interpretaciones bien trabajadas, aunque no exentas de agudos empujados y notas sin el bello centro vocal tan característico del cantante polaco.
Los bises, un epílogo generoso y personal
El recital no habría sido completo sin los generosos bises que Piotr Beczała y Helmut Deutsch ofrecieron al público, prolongando el disfrute de la velada. Cada una de estas piezas fue recibida con entusiasmo y fervor por la audiencia, ansiosa por prolongar la magia de un programa ya de por sí extenso.
El primero de los bises, «Un sueño», Op. 38, No. 5, de Serguéi Rachmaninoff, fue un regreso a la introspección del repertorio ruso. Beczała lo abordó con delicadeza pero sin ofrecer nada que no hubieramos presenciado antes, mientras Deutsch, como un pintor minucioso, dibujaba cada acorde con gran precisión poética.
A continuación, sorprendieron con «La hilandera» de Stanisław Moniuszko, una joya del repertorio polaco que el tenor interpretó con un encanto narrativo irresistible. Aquí, su voz se tornó juguetona y expresiva, transportándonos al ambiente bucólico y tradicional de esta pieza.

Con «Las aguas de la primavera», Op. 14, No. 11, también de Rachmaninoff, Beczała desató toda la potencia de su registro superior, transmitiendo la fuerza arrolladora y la euforia que emanan del renacimiento primaveral, muy seguro. Su interpretación fue tan vibrante que arrancó una ovación estruendosa, con el público aclamándolo de pie.
Como broche final, el dúo ofreció «Silenciosa como la noche» de Carl Bohm, una de las piezas más queridas del cantante que encapsuló toda la serenidad y la nostalgia acumuladas durante la velada. Fue un momento de calma reflexiva, casi como una despedida susurrada, dejando a los asistentes sumidos en un estado de sublime contemplación.
Cada pieza del recital, más allá del resultado particular, fue interpretada con una sensibilidad extraordinaria, generosidad y valentía, y con un ánimo evidente de agradar al auditorio. Fue una noche que dejó al público emocionado y agradecido, y aumentó el interés por la reaparición del cantante como protagonista en la Aida del Met.
Carnegie Hall de Nueva York, a 9 de diciembre de 2024. Piotr Beczała, tenor. Helmut Deutsch, piano.
Obras de Piotr Ilich Chaikovski, Edvard Grieg, Mieczysław Karłowicz, Robert Schumann, Stanisław Moniuszko, Sergei Rachmaninoff, Carl Bohm.