I Puritani. Bellini. Bilbao

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Palacio Euskalduna de Bilbao. 5 Abril 2014.

Han pasado casi 19 años de la última vez que I Puritani se vio en Bilbao y tal como está el panorama en la ópera nada tendría de extraño que pasaran al menos otros tantos cuando vuelva a representarse. No es una situación aislada la de Bilbao, ya que son muy escasas las oportunidades que el aficionado tiene de ver esta ópera en los grandes teatros de ópera del mundo. No es fácil encontrar una pareja de protagonistas para esta ópera de Bellini, especialmente en lo que al personaje de Arturo se refiere, y de ahí la escasa popularidad del título hoy en día.

En esta ocasión comenzaré refiriéndome en primer lugar a los cantantes, no solo por ser la parte más importante en esta ópera, sino también por el hecho de que los aspectos musicales y escénicos (particularmente estos últimos) no han tenido interés. Sin embargo, la representación ha sido un éxito de público, lo que pone en evidencia por dónde van los gustos del aficionado.

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Hoy en día no hay sino un Arturo de referencia y es, precisamente, el que ha protagonizado la ópera en Bilbao. Me refiero al canario Celso Albelo, cuya primacía en el personaje podría ser discutida por Juan Diego Flórez, si el peruano vuelve a encontrarse cómodo en el personaje y decide convertirlo en caballo de batalla. Es incontestable que Celso Albelo ha vuelto a obtener un importante triunfo popular con su interpretación en Arturo, aunque no estará de más hacer algunas matizaciones.

El canario tiene una voz muy adecuada a las exigencias del personaje, además de un timbre atractivo y con anchura suficiente, destacando poderosamente su gran facilidad en las notas más altas. Los temibles REs (en esta ocasión no fue al FA en Ella è tremante, ella è spirante, lo que no puedo hacer sino aplaudir) fueron brillantemente emitidos, con facilidad y amplitud. Indudablemente, el personaje de Arturo tiene algo de circense, ya que todo el público espera los sobreagudos, como si de triples saltos mortales se tratara. No niego ni su dificultad ni el mérito que tiene emitirlos con la facilidad y limpieza con que lo hace Celso Albelo. A mi parecer el personaje de Arturo tiene otras exigencias que van más allá de los espectaculares agudos. Esta ópera es uno de los grandes referente del belcantismo y los protagonistas han de cantar con elegancia, excelente técnica y expresividad a lo largo de toda la ópera. El canto ha de ser emoción y eso no se consigue exclusivamente con sobreagudos. Estos sirven para impresionar, pero no para emocionar, lo que se tiene que conseguir por otros medios. Es aquí donde encuentro menos interesante a Celso Albelo, que me resulta un cantante un tanto superficial en su interpretación vocal, buscando la espectacularidad más que la profundidad.

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Si él no fuera hoy el Arturo de referencia, estos comentarios no tendrían sentido, pero creo que hay que exigir más al tenor canario. Bueno sería que se fijara más en su admirado compatriota Alfredo Kraus, que fue grande no por sus agudos, sino por ser un cantante excepcional. No pongo en tela de juicio su indiscutible y merecido triunfo, sino la manera en que está evolucionando en la composición de sus personajes, donde, a mi parecer, está primando últimamente la espectacularidad sobre la profundidad. Es una pena, porque Celso Albelo sabe cantar, como lo demostró en el largo recitativo del tercer acto, donde ofreció para mí lo mejor de su interpretación. Lamentablemente, el público no los reconoció así, por lo que uno acaba por entender, aunque me duela, la cierta deriva hacia la superficialidad de Celso Albelo. I Puritani no es únicamente ópera de tenor, ya que Elvira de hecho canta más que Arturo, aunque es verdad que es un personaje más fácil de cubrir por los teatros de ópera. Por una vez hemos tenido suerte en Bilbao con las sustituciones, o, si prefieren, ABAO ha acertado.

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Como Elvira estaba anunciada la soprano polaca Aleksandra Kurzak, quien finalmente canceló por su reciente maternidad. Su sustituta fue la rumana Elena Mosuc, que ya había triunfado en Bilbao esta misma temporada como Gilda. Reconozco que no pude hacer sino alegrarme de la cancelación y sustitución, ya que en mi valoración personal

Elena Mosuc es muy superior a Aleksandra Kurzak y más en este repertorio. El triunfo ha acompañado de nuevo a la soprano rumana en su vuelta a Bilbao. Para mí su canto fue lo mejor de toda la representación, una cantante auténticamente belcantista, que hizo una magnífica exhibición de técnica vocal, expresividad y también de facilidad en la estratosfera. No fue en absoluto ayudada por la producción, ya que le hizo cantar la primera parte de la escena de la locura (qui la voce sua soave) al fondo del escenario, lo cual es pecado mortal en el Euskalduna, a menos que se tenga una voz como la de Sondra Radvanovsky, lo que no es el caso de Elena Mosuc. Creo que el público captó perfectamente la diferencia entre canto y fuegos artificiales y para ella fueron las mejores ovaciones de la noche, por cierto del todo merecidas. Hoy no se me ocurre una Elvira superior a la suya, salvo que se trate de Diana Damrau.

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Gabriele Viviani fue lo más flojo del cuarteto protagonista. Su Riccardo me resultó decepcionante. La voz resulta atractiva en el centro, estrechándose por arriba y quedando corta por abajo. Lo que menos me gustó de su actuación fue la falta de expresividad y su excesiva monotonía.

Simón Orfila fue un adecuado Giorgio. Es éste un cantante que siempre cumple bien, al que únicamente le falta un timbre más atractivo para ser uno de los bajos punteros de la actualidad. No obstante, tan pronto como uno se acostumbra a su timbre, hay motivos suficientes para disfrutar con sus actuaciones. Cantó con gusto y expresividad toda la noche y a final de cuentas fue un buen Giorgio, aunque prefiero un auténtico bajo en el personaje.

En los personajes secundarios lo mejor vino de Giovanna Lanza como Enrichetta, aunque esperaba más de ella. Un tanto deficiente musicalmente Ferrnando Latorre (Lord Gualtiero) y de escasa entidad Alberto Nuñez (Sir Bruno).

Volvía al podio del Euskalduna José Miguel Pérez Sierra y su actuación no tuvo excesivo brillo, en una dirección un tanto rutinaria en la primera parte de la ópera, mejorando en la segunda. Estuvo siempre al servicio de los cantantes, lo que dio lugar a tiempos un tanto erráticos. A sus órdenes la Orquesta Sinfónica de Navarra ofreció una actuación no más que correcta. En cuanto al Coro de Ópera de Bilbao diré que creo que ésta ha sido una de las peores actuaciones que le recuerdo, La falta de empaste llamaba la atención de manera singular, especialmente en la parte masculina. Daba la impresión que la ópera no estaba debidamente ensayada en términos musicales.

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Sobre la producción escénica no merece la pena extenderse, ya que no pasa de ser un trabajo low cost, digno de un teatro de pueblo, en el que además la dirección de escena es inexistente, lo mismo que la dirección de actores. Normalmente, cuando se lleva la acción en la ópera a época distinta de la marcada por el libreto, se espera que el director de escena tenga algo interesante que ofrecer. Aquí se lleva la acción a la Primera Guerra Mundial y las incongruencias y el confusionismo están siempre presentes. Lo que no puedo aceptar es el protagonismo que asume el supuesto director de escena, Alfonso Romero, que no tiene mejor idea que cortar y cambiar el final de la ópera, aunque la mayor parte del público no se ha enterado. Aquí no hay final feliz, sino un fusilamiento de la pareja de enamorados, aunque el Parlamento inglés había declarado amnistía para los seguidores de los Estuardo. Claro que aquí se corta el mencionado mensaje y el dúo de felicidad subsiguiente de Elvira y Arturo. Esta barbaridad no se podría haber hecho sin la complicidad del director musical. Quosque tandem, Catilina, abutere patientia nostra? escribió Cicerón. Cambien Catilina por Romero o Pérez Sierra y la frase no puede tener mayor actualidad.

La ramplona escenografía (unas alambradas bélicas y unas camas de hospital de campaña) se deben a Corina Krisztian, mientras que el vestuario, ramplón y de escaso interés, es obra de Anselmo Gervoles. Finalmente, la iluminación de Eduardo Bravo no es lo que se puede esperar de él, resultando particularmente absurdo lo que hace para iluminar el dúo que cierra el segundo acto, es decir el conocido Suoni la tromba.

El Euskalduna ofrecía una ocupación algo superior al 90 % de aforo. El público aplaudió y braveo a escena abierta, especialmente las intervenciones de Elvira. En los saludos finales, el triunfo fue para Elena Mosuc y Celso Albelo, en este orden.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 3 horas y 14 minutos, incluyendo un intermedio. Duración musical de 2 horas y 38 minutos. Las mayores ovaciones a escena abierta fueron para la escena de la locura y para el dúo vieni fraqeste braccia. Siete minutos de aplausos finales, muy superiores a lo habitual en Bilbao.

El precio de la localidad más cara era de 190 euros. En los pisos superiores los precios oscilaban entre 158 y 135 euros. La entrada “menos cara” costaba 82 euros

José M. Irurzun