El rapto en el serrallo en Berlín

El rapto en el serrallo en Berlín
El rapto en el serrallo en Berlín. Foto: Thomas Aurin

Había bastante expectación en Berlín ante el estreno de esta nueva producción del Rapto en el Serrallo, ya que habían corrido informaciones relativas a la misma por los mentideros operísticos de la ciudad. Se hablaba de una producción iconoclasta, en la que el Bassa Selim no era tal, sino la Bassa Selim, con el consiguiente cambio de la relación amorosa en el Serrallo. A eso se añadía el anuncio de la Deutsche Oper de desaconsejar la asistencia a menores de 16 años. El resultado ha dejado bastante que desear, ya que de la ópera de Mozart no ha quedado sino su música. De modo que hemos asistido a una ópera que podría haberse titulado de cualquier otra manera.

El autor de esta nueva producción es el director de escena argentino Rodrigo García, que tiene una larga experiencia teatral en su país natal, así como en España y Francia, y que, si no falla mi información, hace su debut en el mundo de la ópera. Hay que decir que estamos suficientemente acostumbrados a producciones rompedoras como para que no nos llame la atención una más. En este caso, sin embargo, se dan unas circunstancias especiales, que hacen que el trabajo escénico de Rodrigo García resulte rechazable.

Para empezar, de la ópera El Rapto en el Serrallo no hay en esta producción sino la música de Mozart. Los diálogos desaparecen totalmente, al parecer por no ser del gusto del señor Garcia, y se sustituyen por unos breves diálogos en inglés, que llegan amplificados a la sala, y que son subidos de tono y poco edificantes en muchos casos. La trama, evidentemente, no es exactamente la que se contiene en la ópera de Mozart. Estamos en tiempos actuales y parece que Konstanze, Blonde y Pedrillo han sido abducidos por ovnis y llevados a un lugar desconocido, donde impera el amor libre (al que se entregan con buena dedicación los europeos abducidos) y dominado por una atractiva Bassa Selim, que los tiene más bien como invitados que como prisioneros. Belmonte, junto con dos jóvenes prostitutas, se monta en un coche rojo, que va encima de unas grandes ruedas de tractor, y aparece por los dominios de Selim, encargándose con Pedrillo de dirigir el laboratorio, en el que no parece que hacen otra cosa que drogas amorosas, a juzgar por los resultados en escena. La huida de los europeos, su subsiguiente captura y la liberación final no resulta entendible en este ambiente, terminando la obra -¡cómo no! ́- con la intervención de la señora Selim, que nos anuncia que en la próxima estación de servicio Konstanze abandonará a Belmonte y volverá en autostop, ya que con ella se vive mejor que con nadie.

El rapto en el serrallo en Berlín
El rapto en el serrallo en Berlín. Foto: Thomas Aurin

Aparte de la eliminación de los diálogos y del cambio de la trama, el afán de protagonismo por parte de Rodrigo García hace que asistamos a un bombardeo continuo de imágenes, unas más afortunadas que otras, y a que no haya manera de que podamos escuchar un aria sin que asistamos a movimiento permanente en escena. Pondré unos ejemplos. El aria de Belmonte en el primer acto está acompañada de proyecciones de imágenes suyas con las dos prostitutas en plena acción amatoria o lo que sea. Las dos arias principales de Konstanze las tiene que cantar mientras deambulan por el escenario unas doce figurantes, todas ellas atractivas, la mitad en ropa interior y la otra mitad sin ella, porque se la habían olvidado en los camerinos. El cuarteto de los europeos se convierte en una orgía con un grupo de figurantes escasamente vestidos, en la que todos y todas se entregan a todas y todos. Finalmente, el Bacus vivat de Osmín nos lo ofrecen con un grupo de cheerleaders a su alrededor, todas ellas desnudas, por supuesto.

La escenografía se debe al mismo Rodrigo García y a su colaborador Ramón Diago y ofrece un escenario vacío, en el que destaca el mencionado coche-tractor y una especie de gran globo, donde se proyectan las imágenes de videos. En la segunda parte parece que estamos en un laboratorio, aunque un poco cutre. El vestuario – o la falta del mismo, como quieran – es obra de Hussein Chalayan, mientras que la iluminación se debe a Carlos Marquerie, colaborador de muchos años en Madrid de Rodrigo García.

La dirección musical estuvo en manos del director de la Deutsche Oper, el escocés Donald Runnicles. A su dirección le faltó ligereza en la primera parte de la ópera (o lo que fuera aquello), aunque comprendo que no puede ser fácil dirigir la música de Mozart con lo que tenía delante de sus ojos. La Orquesta de la Deutsche Oper de Berlín me pareció poco adecuada para esta música, echándose en falta mayor flexibilidad por su parte. Cumplió el Coro de la Deutsche Oper en su breve intervención.

La protagonista de la ópera es indudablemente Konstanze, puesto que para ella escribió Mozart sus arias más importantes. Su intérprete fue la soprano americana Kathryn Lewek, cuya actuación me resultó claramente insuficiente. No se trata de que no lo haga bien, ya que la voz es atractiva y se mueve bien en escena. Simplemente, es una soprano ligera, bordeando la pura soubrette, y el personaje de Konstanze requiere un centro mucho más importante.

Belmonte fue interpretado por Matthew Newlin, que cumplió sin mucho brillo, En su aria del segundo acto pasó más bien desapercibido. Es un tenor lírico–ligero, que no tiene nada de excepcional.

El bajo Tobias Kehrer lo hizo bien en la parte de Osmín, con voz pastosa y atractiva, aunque el instrumento pierde calidad en la parte alta de la tesitura.

Blonde era la soprano australiana Siobhan Stagg, que mostró una voz adecuada al personaje, habiendo poco contraste entre su voz y la de Konstanze, aunque eso no es responsabilidad suya, sino de quien decidió que una soprano ligera cantara el rol de Konstanze.

Finalmente, Pedrillo fue el tenor James Kryshak, que ofreció una voz reducida y agradable con buena desenvoltura escénica.

La Deutsche Oper ofrecía una entrada de alrededor del 95 % de su aforo. El público aplaudió con fuerza a los artistas, especialmente a Kathryn Lewek. A pesar de ser el estreno de la producción, el equipo creativo no salió a saludar, lo que no impidió que, al caer el telón definitivamente, se escuchara un gran abucheo, lo que no dejó de llamarme la atención, ya que durante la representación eran evidentes la carcajadas que se escuchaban entre el público.

La representación comenzó puntualmente y tuvo una duración de 2 horas y 44 minutos, incluyendo un intermedio. Ocho minutos de aplausos.

Al ser función de estreno, los precios eran esta vez más altos. La entrada más cara costaba 172 euros, mientras que la más barata costaba 54 euros.

José M. Irurzun