No cabe duda de que la soprano rusa Anna Netrebko es una de las grandes figuras operísticas de la actualidad y de los últimos años, una de las pocas capaces de movilizar a los aficionados al conjuro de su nombre en cualquier teatro en el que se anuncia su presencia, sea ésta en representación escénica o en puro concierto.
En el caso del Teatro Real todavía se puede añadir algo más a la expectación que levantó el anuncio de su presencia, ya que han pasado 18 años de la última y única aparición de la diva rusa en este teatro. Era una visita que hacía el Teatro Mariinsky de San Petersburgo con su director Valery Gergiev a la cabeza, ofreciendo la gran ópera Guerra y Paz, en la que una entonces desconocida para el gran público Anna Netrebko era Natascha, la protagonista femenina de la ópera. Desde entonces no había vuelto al Teatro Real, aunque sí lo había hecho cantando ópera en el Liceu de Barcelona hace 6 años, cuando fue la protagonista de la Iolanta de Tchaikovsky.
No cabe duda de que la expectación estaba servida y así lo entendió también la dirección del Teatro Real, que decidió poner unos precios altísimos a las localidades, incluso superiores a los que se practican en este teatro en las primeras representaciones de las óperas.
El concierto estaba anunciado como de Anna Netreko y su marido, el tenor Yusif Evyazov, aunque no creo que a nadie le pueda caber duda de que la expectación y los precios no se debían a que actuara la pareja. La primera sorpresa, al llegar a la sala, es la de ver que hay un tercer cantante en el concierto, el barítono británico, Christopher Maltman, que por ningún medio había sido anunciado previamente.
Ya que el punto de atracción del concierto no era sino la presencia de Anna Netrebko, comenzaré por decir que se presentó en gran forma vocal en sus intervenciones, a la altura de las muy altas expectativas que todos tenemos para con ella, con el serio inconveniente (al menos para quien esto escribe) de que no fue un concierto de Anna Netrebko, sino de tres cantantes y una orquesta, todos con sus intervenciones individuales, lo que hizo que la actuación de la gran diva se me hiciera corta y hasta avara por su parte.
Efectivamente, Anna Netrebko nos ofreció únicamente tres arias a lo largo de todo el concierto, que en total apenas cubrieron 15 minutos de duración. A eso hay que sumar dos duetos con su marido y otros tantos con Maltman, aparte de un terceto con el que cerró la primera parte del concierto. En mi opinión, programa corto para las expectativas iniciales.
Si se hubiera hecho una encuesta a la entrada del teatro preguntando qué es lo que venían los espectadores a ver, no creo equivocarme al decir que prácticamente todos habrían contestado que venían a ver y escuchar a Anna Netrebko. Déjenme decirles que no hubo un protagonista del concierto sino 3, y hasta cuatro.
Efectivamente, las intervenciones individuales de Anna Netrebko no pasaron de los 15 minutos, sumando 14 minutos las de Yusif Eyvazov y 11 o 14 las de Christopher Maltman, dependiendo de que contemos o no la práctica repetición de su última aria por un accidente técnico ocurrido. Añadamos que la orquesta y su director, el ruso Denis Vlasenko ofrecieron nada menos que 3 oberturas, que cubrieron otros 20 minutos. No creo que esto fuera lo que los espectadores esperaban de antemano.
El programa era largo en su conjunto, lo que hizo que se decidiera cortarlo algo en la primera parte y no tuvieron mejor ocurrencia que cortar precisamente un aria que tenía que cantar Anna Netrebko. Me estoy refiriendo a la de Lady Macbeth La luce langue, bien conocida por sus grandes dificultades.
No quiere esto decir que el resultado del concierto fuera decepcionante, ya que puedo decir que asistimos a un concierto hasta brillante. Simplemente, no era lo que podíamos esperar.
Como digo más arriba, Anna Netrebko se exhibió en gran forma, con esa voz preciosa que Dios le ha dado, cantando de manera insuperable. En la primera parte nos ofreció una gran interpretación del aria de Elisabetta en Don Carlo, Tu che le vanità, mientras que en la segunda cantó estupendamente el aria Ebbene?Ne andrò lontana, de La Wally, terminando sus actuaciones individuales con el aria de Gianni Schicchi O, mio babbino caro, donde hizo una auténtica exhibición de fiato.
Se abrió el concierto con el dúo que cierra el primer acto de Otello, cantado con su marido, en el que no pasó de calentar su instrumento. En la primera parte del concierto cantó con Maltman el dúo de Macbeth, mientras que en la segunda cantó con gracia el dúo de La Viuda Alegre, terminando el concierto con el dúo final de Andrea Chenier, en el que brilló nuevamente.
Yusif Eyvazov es un tenor de voz de escasa calidad, al menos para mi gusto, aunque su instrumento corre bien y canta con cierto gusto. Cantó un aria en cada una de las partes del concierto. En la primera parte fue el aria de Rodolfo en Luisa Miller, donde lo hizo bien, aunque estamos acostumbrados a otro brillo vocal en esta preciosa página. En la segunda parte ofreció otras dos arias (en total tantas como la Netrebko), comenzando con el Addio a la Mamma de Cavalleria Rusticana, donde para mí ofreció lo mejor de sus intervenciones en el todo el concierto, terminando con E lucevan le stelle, de Tosca.
En cuanto a Christopher Maltman, hay que decir que ofreció su voz poderosa de barítono, aunque abusa de la misma en más de un momento y hay en su actuación exceso de vociferaciones. En sus actuaciones individuales ofreció el aria de Macbeth en la primera parte y Nemico della patria, de Andrea Chenier, en la segunda.
Los dos invitados – o coprotagonistas, como quieran – ofrecieron el dúo de Don Carlo y Don Alvaro en La Forza del Destino, en el que hubo exceso de vociferación para mi gusto por parte del barítono.
Los tres cerraron la primera parte del concierto con el terceto del primer acto de Il Trovatore.
No hubo sino una única propina, que fue O sole mio, cantada por los tres.
El concierto fue dirigido por Denis Vlasenko, que lo hizo bien, ofreciendo las oberturas de Nabucco y de I Vespri Siciliani en la primera parte y el Intermezzo de Cavalleria Rusticana en la segunda. A sus órdenes estuvo una nutrida Orquesta del Teatro Real, que tuvo una brillante actuación.
El Teatro Real ofrecía una entrada superior al 90 % de su aforo, pero sin agotar sus localidades, en lo que tuvo que ver sin duda el precio de las localidades. No seré yo quien critique esta política de precios altos, ya que el teatro ha cumplido con creces su objetivo de hacer caja con el concierto.
El concierto comenzó con 7 minutos de retraso y tuvo una duración de 2 horas y 37 minutos, incluyendo un intermedio. El público pedía más propinas con sus prolongados aplausos finales, pero no las hubo.
El precio de la localidad más cara era de 398 euros, habiendo butacas de platea desde 390 euros. La localidad más barata con visibilidad plena costaba 170 euros.
José M. Irurzun