Lisette Oropesa, la celebrada soprano de origen cubano-estadounidense, se presentó en la sala Zankel del Carnegie Hall de Nueva York junto al pianista Ken Noda con un programa ambicioso y bien presentado, en el que se entrelazaron piezas de inspiración hispánica de compositores franceses e italianos, y una segunda mitad dedicada a compositores cubanos. En manos de Oropesa, el recital fue una velada íntima y personal, técnicamente espectacular, con el adecuado balance entre profundidad y naturalidad que exige este repertorio.
La primera parte del programa abrió con el clásico “L’invito” de Rossini, un número breve pero lleno de espíritu juvenil. Oropesa resultó algo brusca y sobrevibrada si binen abordó esta pieza con su habitual agilidad y precisión en las coloraturas. Echamos en falta más espontaneidad en el llamado apasionado del protagonista. Rossini, al borde del bolero, exige una sutileza que evoque la danza y la seducción; aquí, sin embargo, la soprano apenas comenzaba a ajustar el canto con el piano de Noda.
Las piezas de Maurice Ravel, “Chanson espagnole” y “Vocalise-étude en forme de habanera,” muchas veces interpretadas por una mezzo, hicieron que Oropesa rebañara la sonoridad de pecho en el registro bajo para evocar una sensualidad latente. Oropesa navegó las complejidades armónicas de Ravel con notable precisión, especialmente en el “Vocalise-étude”, donde demostró un control técnico incuestionable al dominar cada portamento y trino. El exotismo seductor que Ravel, con sus idealizadas referencias a lo español, quedaron retratadas por una Oropesa creativa y en estilo, imaginativa dentro de una línea de canto elegante y cuidada.
Luego vino “Les filles de Cadix” de Léo Delibes, una obra llena de chispa y coquetería. Aquí, Oropesa mostró un destello de su arte, adronándose con gracia y adoptando un tono más ligero y juguetón. En su voz, la oba tuvo esa ligereza natural, esa cadencia que Delibes imprime al retratar a las jovencitas de Cádiz con un ritmo alegre y vibrante. La pieza fue celebrada con un gran aplauso con el que el público, por lo demás entregado a la soprano desde el inicio del concierto, estalló en una entusiasta celebración.
Las dos canciones de Jules Massenet, “Chanson andalouse” y “Sévillana”, a su vez, requieren poesía e intensidad líricas. En “Chanson andalouse”, donde la voz debe luchar contra el ritmo constante de la habanera en el piano para expresar la tensión emocional del personaje, Oropesa mantuvo una lucida prosodia, con una línea siempre elegante y expresiva, por momentos abandonada a lo sentimental. “Sévillana”, con su vivacidad, exige de las intérpretes un temperamento explosivo. Aquí, la destreza técnica de Oropesa quedó patente de nuevo, con un canto limpio y sobresaliente en el agudo, y con enorme control y dominio de las agilidades, o que le permitió resultar graciosa y gitana sobre el sustrato del piano de Noda, expresionista y vitalista.
El cierre de la primera mitad con “Merci, jeunes amies” de Les vêpres siciliennes de Verdi fue quizás uno de los momentos más logrados de la primera mitad de la velada. El aria requiere de un artista excelente en lo vocal y lo interpretativo, y son muchos los aficionados que tienen las versiones de cantantes legendarias del pasado como referencias acaso inalcanzables para los cantantes de hoy. No obtante, Oropesa demostró que es una de las mejores cantantes de hoy, supo mostrar la ambigüedad emocional del personaje de Hélène, y no perdonó sus famosos sobreagudos, trinos y grupettos. El resultado convenció plenamente al público de Nueva York.
Pero lo mejor estaba aún por venir. La segunda parte del programa presentaba obras de compositores cubanos, en una esperada transición hacia una sensibilidad más cercana a la temática hispana del programa. Los “20 cantos populares españoles” de Joaquín Nin abrieron esta sección, y fue aquí donde Oropesa mostró mayor conexión emocional con el repertorio, con un canto limpio, veráz que gravitaba entorno al significado del texto en español lujosamente inteligible.
En la “Romanza de María de la O” de Ernesto Lecuona, una pieza cargada de desamor y melancolía, Oropesa mostró un mayor rango emocional. La romanza tuvo la dosis necesaria de melancolía y vulnerabilidad. Oropesa flotó sobre el inspirado piano de Noda, en una línea de canto delicada, con emotivas y poéticas frases, y un límpido agudo final que enamoraron al Zanken Hall. “Tú” de Eduardo Sánchez de Fuentes, estilizada como habanera, recibió una interpretación plena de compromiso emocional y técnicamente inapelable.
Antes de cantar la “Flor de Yumurí” de Jorge Anckermann, Oropesa compartió con el público su entusiasmo por la pieza, una de sus favoritas. Con su estructura de danzón,la canción tuvo una ensoñadora atmósfera romántica, impregañada por la melancolía que da la añoranza de una Cuba feliz que hace mucho que no existe.
La “Entrada de Cecilia” de la zarzuela Cecilia Valdés de Gonzalo Roig, una pieza llena de carácter y con un profundo sentido de identidad cubana, apareció como la culminación del espléndido recital. Cecilia Valdés se presenta con el latiguillo, Mis amores son las flores, que precisamente es el título del último disco de la cantante, dedicado a este repertorio. Oropesa compensó la ligereza de la pieza con un canto aquilatado que hizo al público soslaar la esquemática línea del piano de Noda.
Tras una estruendosa ovación final, los bises nos llevaron de vuelta al terreno operístico, con una sorpresiva selección de “Robert, toi que j’aime” de Meyerbeer, un aria que Oropesa suele interpretar en sus recitales con enorme éxito, y que sirvió para constatar la incipiente madurez de su voz, además de para disfrutar de su delicado legato y emotiva presentación.
La famosa “Carceleras” de la Hijas del Zebedeo de Chapí, pieza emblemática de la zazuela expañola, fue interpretada con mucha agilidad por la soprano, que no perdió la musicalidad ni la claridad en la dicción.
El cierre inapelable, el aria “Casta diva” de Norma de Bellini, fue sin duda un despliegue técnico sobresaliente tras un programa largo. A la Norma de Lisette Oropesa aún le falta anchura y medios, pero estos van llegando poco a poco, y la cantante cada vez se muestra más convincente en estos papeles más pesados. La tersura en el agudo y la hipnótica sinuosidad del canto bastaron para hacer las delicias del público del Carnegie Hall, que salió el concierto plenamente satisfecho, tarareando la melodía de Casta Diva.
Carnegie Hall, a 24 de octubre de 2024. Lisette Oropesa, soprano. Ken Noda, piano.
Obras de Rossini, Ravel, Delibes, Massenet, Verdi, Nin, Lecuona, Sánchez de Fuentes, Anckermann, Roig, Meyerbeer, Chapí y Bellini.