Decir razón poética sugiere recordar a nuestra gran pensadora María Zambrano. Qué bellos instantes de lectura el recordar su extensa e importante obra, y qué emocionante recordar su alma y pensamiento en un concierto de canción junto con María José Montiel acompañada al piano por el gran Josep María Colom.
La revelación de la palabra y la música como totalidad de la realidad individual de cada uno de nosotros, y la percepción de la embriaguez propia de la filosofía, se desvelaron en este recital errantes y certeros. Por nuestro conocimiento discurren las partituras, la tenacidad de la técnica musical y del estudio, la abstracción de la realidad para sugerir la totalidad en su desarrollo histórico y musical… Frente a lo múltiple, el desgarro de la palabra cantada, que balbucea entre varias lenguas (alemán, español, francés y portugués) y sugiere una realidad incognoscible que surge de la penumbra, de lo errante, y camina a lo revelado.
Porque dos horas de recital de Montiel y Colom fueron tiempo maduro, íntimo y divino. La palabra es música para la mezzosoprano y el pianista, como la poesía es encuentro con la realidad trascendente; y, si no, que opinen los oyentes sobre la actuación de ambos… Sobre cómo la canción y su interpretación, casi rayando en una percepción escondida, puede ofrecernos la religión poética, la religión de amor y de belleza de las que tanto escribió nuestra María Zambrano.
Todo pleno, y bien entendido por el homenajeado don Carlos Gómez Amat –sin duda pensaba su vida de anciano y de recuerdo en el abrazo del recital–, Montiel y Colom estrenaron Empfänger unbekannt de Antoni Perera, bella obra magistralmente interpretada por la mezzosoprano desde lo trágico que implica la existencia individual a través de epístolas sin respuestas. Una obra inquietante, exquisitamente fraseada, con guiños y nostalgias de la tradición alemana, una manera de contar-en-música auténticamente sincera y vital. Creo que, en este sentido, nuestra mezzosoprano ha captado todo el arrojo que Perera ha querido sugerir en esta obra, todo ello presentado sobre una bandeja de piano cálido, hermoso y nostálgico (así escucho en el recuerdo el piano de Colom).
Julio Gómez brilló en los ojos de Montiel y la voz de esta en su propio hijo, Carlos Gómez Amat. La magistral interpretación de tres de los Seis poemas líricos de Juana de Ibarbourou se ahogó en suspiros de pura poesía de Zambrano… Oh vitalidad sin restricciones, sin discursos totalitarios, razonados. Se eleva nuestro ser entre el lino maduro que quiere tejer sábanas del lecho donde dormirá el amante… Qué se puede decir, sino ofrecer una luz a la penumbra y a la angustia, tras estas bellas frases cantadas que desprenden sutiles aromas de encuentros, indescriptibles, entre intérprete y oyente.
Las canciones de Montsalvatge, Villa-Lobos, Ovalle y Halffter fueron expresadas con infinidad de matices y perspectivas. Montiel las canta, en cada instante de su acción, con dinámicas sutiles, giros exquisitos y portamentos de lloro y roce. Colom también sugiere lágrimas conciliadora y pensamiento desde distancias lejanas, a las que responde la mezzosoprano, analítica, religiosa y divina —¿verdad, María?—, con una técnica muy madura, estudiada, que se abre con libertad y renuncia a la razón de la partitura, porque de ella parte. Qué platónica es en este sentido Montiel, y cómo se subleva a su vez contra el conocimiento total, como poetisa errante y certera que es, llena de inquietudes e inacabables encuentros.
«À Chloris» de Hahn, «Beau Soir» de Debussy y «Ouvre tes yeux bleus» de Massenet cerraron el recital con una manera de cantar a la que María José nos tiene acostumbrados. Versiones extremas, libres, yo diría que libertarias y transgresoras, donde la razón se establece en la historia y la universalidad del género de la canción, en el trabajo diario y en una técnica muy depurada de canto y piano… Pero donde la poesía y la música adquieren conciencia entre el ser y la existencia de los propios intérpretes, de don Carlos y de todo el público congregado.
Francisco Quirce