El pasado 27 de febrero, en la Iglesia de las Mercedarias Góngoras de Madrid, Aeterna Musica ofreció un concierto a cargo del coro de cámara Gradualia, que dirige Simón Andueza.
Esta vez intervinieron la soprano Lore Agustín, la alto Sonia Gancedo, el tenor Diego Blázquez y como barítono el propio director. In Unum Deum. La unión europea renacentista: el latín. Polifonía renacentista en Europa durante los siglos xv y xvi es resultado de acercar al público la importancia del latín en el desarrollo de las ideas musicales y religiosas en la Europa del Renacimiento.
Aeterna Musica, dentro de la serie de conciertos Barroca Aeterna, volvió a deleitar a los aficionados el pasado 27 de febrero con un extraordinario concierto en la hermosísima iglesia de las Mercedarias Góngoras en Madrid, cuya excelente acústica y cuyo entorno estético propicia la interpretación de música renacentista y barroca de manera muy especial, creando una magnífica conjunción de la belleza de los sonidos y la de las artes plásticas.
El concierto, titulado In Unum Deum: La unión europea renacentista: el latín, fue interpretado por el coro de cámara Gradualia. Se trataba de un recorrido por la polifonía del siglo xvi, la forma musical predominante de la época, caracterizada por la combinación de diversas voces en ritmos y melodías distintas, sin que ninguna de ellas predomine sobre las demás, sino que se subordinan todas al conjunto.
Los fundamentales elementos de unión en la Europa de la época fueron sin duda la religión y el latín, que no solo era la lengua de la Iglesia, sino también lo era de las universidades y de la cultura, en general. La música religiosa en latín era comprensible en todo el continente y constituía un elemento cultural integrador de primer orden. Tras el Concilio de Trento (1545-1563) la Iglesia Romana se preocupó de aplicar cánones rígidos en la celebración de la misa. Con todo, y pese a sus esfuerzos normativos, el genio y el temperamento de los autores siguieron, por fortuna, imprimiendo rasgos personales en sus composiciones.
El grupo Gradualia, formado por la soprano Lore Agustí, la alto Sonia Gancedo, el tenor Diego Blázquez y el barítono Simón Andueza, que es, además, el director del conjunto, ofreció un programa muy sugestivo. En un intento de mostrar los elementos unificadores de la música de la época, al tiempo que los matices diferenciales propios de los diversos autores y países, configuraron una especie de “misa antológica”, compuesta de partes de misas de distintos lugares y músicos, que complementaron con otras piezas significativas de cada uno. El director del grupo fue glosando las diversas obras del programa con comentarios amenos y muy iluminadores para el público.
El programa comenzó con compositores de los Países Bajos. De Antoine Busnoys (1430-1492), que nació en Francia, pero que acabó sus días en la Iglesia de San Salvador de Brujas y compuso canciones profanas, además de misas, se eligieron un sobrio y potente Alleluia y un emocionado Verbum caro factum est (“y el verbo se hizo carne”). De Josquin des Prez (1440-1521), la figura más importante de la música flamenca de la época, se seleccionaron un lamentoso Kyrie de la Missa Pange Lingua y un pausado y recogido Ave Maria, propio de la época anterior a que se creara un texto canónico de la oración mariana, cuando aún era una especie de “madrigal a lo divino” en halago de la Virgen.
La aportación de la música francesa, menos solemne, más influida por la música profana de la época, comenzó por una obra de Jean Mouton (1459-1522), quien presenta algunas semejanzas con Des Prez, combinadas con claros influjos italianos. Se trataba de otro Ave Maria, una especie de “canción de amor en latín a la Virgen”, en palabras Simón Andueza. Acto seguido se interpretó un brillante y brioso Gloria de la Missa la Bataille (una curiosa pieza en que se encuentran ecos de los sonidos y eventos de una batalla). Su autor, Clément Janequin (1485-1558) fue un músico poco convencional, alejado de los puestos estables en cortes o catedrales. Cerraba la parte francesa del programa una sentida e íntima canción de amor al Creador, el Benedic anima mea Domino (“alaba, alma mía, al Señor”) de Claudin de Sermisy (1495-1562) otro notable autor de canciones profanas y de música religiosa, también influido por Desprez y por la música italiana.
De los compositores de Italia, como no podía ser de otro modo, el elegido fue Giovanni Pierluigi da Palestrina (1525-1594), quizá el compositor polifónico más célebre, junto con Tomás Luis de Victoria, y probablemente el autor que alcanza las mayores complejidades dentro esta forma de hacer música. Se interpretó un Ave Maria, que ya por entonces seguía el texto de la oración que se había convertido en canónico, si bien Palestrina se mostró siempre incómodo con las normas de música sacra emanadas de Trento. Lo siguió un magnífico Credo, de la Missa brevis, declaración de fe, manifestación de ortodoxia, muy serio, que, en consonancia con las frases del texto, alcanzó momentos de intensa concentración, otros de gran dramatismo (como la frase “fue crucificado”), o de contenida alegría (cuando se alude a la resurrección). Completó la selección de Palestrina el motete Ego sum panis vivus (“yo soy el pan vivo”), al que el canto más agudo de la soprano imprimió acentos casi celestiales.
Ya en la segunda parte, tuvieron cabida compositores españoles. Primero, el sevillano Francisco Guerrero (1528-1599), de quien se interpretó un contenido Ave Maria, luego, otro de los excelsos músicos de la época, el abulense Tomás Luis de Victoria (1548-1611), de quien se escogió el Sanctus de la Missa O quam gloriosum. En la magnífica pieza van contrastando la andadura serena y envolvente del casi melancólico Sanctus et benedictus, con los alegres y vivaces compases de los Hosanna. Completó el trío de grandes músicos españoles el también sevillano Cristóbal de Morales (1500-1553), quien dedicó casi toda su obra a la música sacra. De él se ofreció el sobrecogedor Inter vestibulum et altare, lleno de desgarradora contrición en su sencilla letra (“Entre el vestíbulo y el altar, lloren los sacerdotes, ministros del Señor, y digan: ¡Perdona, Señor, perdona a tu pueblo y no entregues tu heredad al escarnio, para que no seamos dominados por las naciones!”).
Cerraron el programa tres grandes autores ingleses, muestras de un estilo bastante diferente, que vivieron en los peligrosos tiempos de la reforma religiosa británica. Primero, Wylliam Bird (1543-1623), el compositor inglés más famoso de los últimos años de los Tudor y los primeros de los Estuardo. Se interpretó su himno eucarístico, elegantísimo y lleno de delicadeza, Ave verum corpus (“salve, cuerpo verdadero”), alusivo a la creencia católica en la transubstanciación, cuya letra se atribuía al Papa Inocencio VI. De Thomas Morley (1557-1602), que compartió su actividad en composiciones religiosas con arreglos musicales para versos de Shakespeare y otras formas de la música secular isabelina, se interpretó un melancólico y casi angelical Agnus Dei. Cerró el programa el inspirado y emocionante Sancte Deus de Thomas Tallis (1505-1585).
El coro Gradualia dio muestras durante todo el concierto de su extraordinaria calidad y su alto nivel interpretativo, lleno de entusiasmo, elegancia y belleza. Las cuatro voces fueron tejiendo limpia y emocionadamente los difíciles arabescos y combinaciones melódicas que se entrecruzan en la creación del complejo espacio sonoro polifónico. El empaste de sus voces era perfecto, y el tempo, exquisito. Ofrecieron una variada muestra de los infinitos matices de ese gran género musical y provocaron en los oyentes emociones profundas y diversas presididas por un intenso placer estético.
Alberto Bernabé
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