Tarde de verano en Madrid y 40º son los grados que he visto nítidos en el mapa televisivo. En cambio, aquí junto al Río de la Plata, el invierno nos depara una temperatura “fresca”, en el decir de los porteños que habitamos la capital argentina.
Es domingo y vuelven a mi memoria las funciones vespertinas del Teatro Colón. Tenía yo catorce años cuando fui por primera vez a la ópera. Daban Il prigioniero, de Dallapiccola. Regresé a mi casa envuelto en música, en una música dodecafonista. Recuerdo todavía a los cantantes, la escenografía, las luces de aquella ópera.
Pasaron los años y tuve ocasión de ir muchas veces al Colón. Allí nos reencontrábamos cada semana, jóvenes y menos jóvenes, en las alturas del teatro, en la llamada “delantera de paraíso”.
Hoy vuelvo la mirada a todo aquello, cuando OPERA WORLD me da ocasión de tomar contacto frecuentemente con lo que se hace en el mundo de la ópera, especialmente en Europa. Es cuando me asombro y no llego a comprender a algunos directores de escena contemporáneos. No mencionaré ahora títulos de obras sino que, desde un punto de vista de la interpretación musical, señalaré lo que me parece negativo.
Los personajes de ópera no son marionetas de un teatro de guiñol. Lo sé bien y para cantar los personajes es preciso poseer un conocimiento cabal de lo que se va encarnar. He dicho “encarnar” y no me arrepiento.
Años atrás, cuando estaba en la biblioteca de la School of Music de Washington D.C, se me acercó una cantante porque yo hablaba castellano. Debía presentarse en un concurso y cantar unas obras de cámara de un compositor de un país americano. Me acercó las partituras y me pidió que le leyera en voz alta las letras. Puse esfuerzo para hacerlo con claridad y, sin que pasara mucho tiempo, me dio las gracias y se marchó. Pensé enseguida para mis adentros: ¿Qué va a cantar esta señora si no sabe lo que interpretará? Uno de los versos endiablados decían: “Te vi anoche en la enramada/ agazapado y meditabundo…”
He podido comprobar que existen actualmente puestas en escena de óperas muy conocidas. Se versionan y se las ponen al día. Así, puede aparecer una escena en una oficina entre un rey y la princesa, su hija. El padre la amenaza, la maldice y la arroja al piso. ¿Por qué lo hace?
En otra obra, el director de escena marca a la protagonista que debe cantar su única aria, acostada en el piso. ¿Para qué? Ella, en cambio, debe hacer como un alto en el desarrollo de la obra para meditar sobre su vida. Por otra parte, me ha chocado que para que quedase clara la convivencia entre los protagonistas, se indica que ella ande a gatas junto a la cama mientras él canta un aria. También sé que a un tenor se le hace cantar su parte al oído de la soprano mientras duerme. Ella, en lo verdadero, no debe estar allí. Me viene a la cabeza, por contraste, aquel sucedido que en el momento en el cual le dicen a la soprano “bella come un’ aurora”, le acercan una vela…
Los lectores ya habrán reconocido sin duda, los títulos de las óperas aunque no los haya citado. De asombro en asombro, supe que un sencillo pueblo peninsular fue convertido en una producción con escenas superpuestas y chimeneas de industrias. La distancia entre lo que cantan los personajes y su inserción en la ópera es muy grande.
Los cantantes de ópera deben cantar lo que está en las partituras y no pueden adecuar sus movimientos a la dirección innovadora. No es lo mismo despedirse de una madre para ir a un duelo, que cantar ante una figura hierática, alejada por completo de todo.
Conservo los llamados Suggested projects – Trabajos sugeridos o Trabajos de campo- que realizamos en la School of Music. Trataba sobre una ópera del siglo XIX. Debíamos estudiar, entre otros temas, los siguientes: El mundo en el cual vivían los personajes. Los medios de comunicación habituales. Las cartas. Los entretenimientos. Las fiestas. El duelo. El alcohol y las drogas. El papel de la familia. La Iglesia Católica y la moral. El régimen de gobierno que regía en ese país. El vals en el siglo XIX. Cómo era desde el punto de vista arquitectónico la casa donde se desarrollaba la ópera. Tomar el libreto y estudiarlo a fondo. Lectura En voz alta del libreto, etc. Preguntas a cargo del profesor. Fidelidad al estilo de una ópera.
La gran Teresa Berganza dijo, en una ocasión, que las óperas son obras de arte y no pueden profanarse. Razón lleva y viene de buena mano. Por eso, no basta saber cantar sino que es preciso meterse en los personajes, conocerlos, convivir con ellos. Mérito grande ha tenido una cantante cuando se negó a encarnar un personaje. Lo hizo con dignidad y pudo decir: Lo siento, señores pero esto no es así.
Ahora se pide a los cantantes que sean artistas consumados en el escenario, como si fuesen aquella muñequilla que decía “sé bailar, sé cantar y siempre contenta estoy”. Alcancé a escuchar en el Teatro Colón a algunos grandes intérpretes. Cantaban en el escenario y, con la voz trasmitían a cada uno de los personajes. ¿Eran actrices y actores?
La respuesta es negativa aunque admito que los tiempos han cambiado.
Los directores de escena que han profundizado en el estudio de las óperas, son muchos y de gran valía. Ellos han tomado las óperas y descubrieron cosas inadvertidas por muchos. Así, pueden salir producciones espléndidas, respetuosas, que llegan a los públicos más diversos.
Roberto Sebastián Cava