La fiebre por el barroco que se ha vivido en Europa en tiempos recientes aún no ha hecho aparición en el Pacific Northwest de Estados Unidos. Por ello, conciertos como el que tuvo lugar el pasado viernes en Seattle, con obras de Rameau, Lully, Bach y Händel son sobrado motivo de regocijo y celebración para los aficionados a la música culta.
Pese lo interesante del repertorio escogido y la participación del contratenor americano Reginald Mobley, la afluencia de público fue apreciable aunque discreta. Ni siquiera el gancho de la cata de vinos del estado de Washington previa al evento logró llenar el auditorio Benaroya.
Los que tuvieron la suerte de asistir pudieron disfrutar de un programa presentado con aseo y rigor por el joven director de orquesta español Pablo Rus. Al frente de la SSO, Rus demostró su versatilidad técnica desde el comienzo. El concierto se abrió con la suite de la ópera Naïs, de Jean-Philippe Rameau, que sonó elegante, con prestancia y equilibrio instrumental. Destacó la deliciosa chacona, que despertó el aplauso seattlelino.
El contratenor Reginald Mobley interpretó posteriormente el aria Fammi combattere, del Orlando haendeliano. La voz del americano es mate, un tanto seca, enriquecida en la zona grave por sonidos de pecho, alejados de la técnica del contratenor al uso. En las agilidades, Mobley se muestra flexible y preciso, optando más por el control que por la espectacularidad. En su primera aria, el cantante sonó pujante y aguerrido, con recios ataques graves y escalas bien apuntadas. En la misma línea, Mobley interpretó Widertehe doch der Sünde, un página de la cantata Núm.52 de Bach. Aquí Pablo Rus le brindó un acompañamiento inmejorable, sobre el que Mobley sonó sobrio y asertivo. Descubrimos aquí su arma secreta, un fiato a prueba de bombas que le permiten navegar a placer las más turbulentas aguas del repertorio barroco. La voz de Mobley es algo pequeña, y no brilla en el registro agudo, pero tiene detalles de pellizco gracias al gusto en las dinámicas y los moduladores. La acariciadora y apasionada versión que ofreció antes del descanso del Agnus dei de la misa en Si menor de Bach dejó un buen sabor de boca por su conexión con Pablo Rus.
Después del descanso, la SSO interpretó la música de Le Bourgeois gentilhomme de Lully. Pese al empleo de instrumentos de la orquesta sinfónica clásica, la música sonó totalmente en estilo y dejó traslucir los sugerentes exotismos de la partitura como en la Canarie o en la Marche pour la Cérémonie des Turcs.
Tras ello, se unieron a los ya citados la soprano Christina Siemens, el barítono Martin Rothwell y la Coral de la SSO para cantar la Oda para el cumpleaños de la reina Ana de Händel. Ya en su lengua materna, Mobley deleitó con su perfecta prosodia, amén de unos cuidados trinos que sedujeron sobre el acompañamiento de la trompeta. Christina Siemens tiene una voz que es todo metal, y que por tanto combinó a la perfección con la del contratenor, si bien sonó poco cómoda en las agilidades, algo anquilosada. El barítono solista Martin Rothwell está aún en construcción. Ni su voz ni su arte soportaron la comparación con sus compañeros, pero su buena disposición contribuyó a que cuajara una interpretación aseada. El coro brilló al nivel que acostumbra. Perfecto en la dicción y perfectamente colocado en el flujo musical por Pablo Rus, que llevó a todos los músicos en volandas, hasta completar la obra con un finale luminoso.
Un nuevo éxito para la SSO, en un repertorio que frecuenta poco pero que está a su alcance. Y otra piedra de toque en la carrera de Pablo Rus Broseta, que cuenta sus intervenciones por éxitos y que tiene en el bolsillo a la afición de Seattle.
Carlos Javier López