Regreso triunfal de la Filarmónica de Berlín al Carnegie Hall

Regreso de la Filarmónica de Berlín al Carnegie Hall

 Por Carlos Javier López Sánchez

La Filarmónica de Berlín vuelve a Nueva York para ofrecer tres conciertos en el Carnegie Hall de la mano de su titular Kirill Petrenko. En esta crónica revisamos última noche del conjunto en la ciudad, con la Sinfonía número 7 de Gustav Mahler como plato único en el programa. Regreso de la Filarmónica de Berlín al Carnegie Hall

Kirill Pretenko y la Filarmónica de Berlín. Foto: Chris Lee
Kirill Pretenko y la Filarmónica de Berlín. Foto: Chris Lee

Aunque la diáspora que dejó Nueva York vacía durante la pandemia hace tiempo que terminó, y son muchos los que han regresado a la ciudad de los rascacielos, está claro que la normalidad de 2019 no ha vuelto y que la ciudad es otra distinta, en muchos aspectos tributaria e inferior a la que fue. Pero nunca es buena idea apostar contra Nueva York. Las principales instituciones culturales han resistido y algunas incluso se han reforzado, como la Filarmónica de Nueva York. Regreso de la Filarmónica de Berlín al Carnegie Hall

El regreso de las grandes orquestas como la Filarmónica de Berlín a Nueva York marca un hito más en ese camino de retorno para recuperar el pulso frenético que había desaparecido, dejando durante demasiado tiempo adormecida a la ciudad que nunca duerme. Para los melómanos, es una noticia que les llena de alivio, pues ven que su ciudad vuelve progresivamente a ser el polo principal de la música culta a este lado del Atlántico.

Los profesores de la Filarmónica de Berlín fueron recibidos de manera muy calurosa por el público del Carnegie Hall, como tratando de compensar la ausencia y la distancia. El primer movimiento de la Séptima de Mahler se abrió como corresponde, solemne y marcial, con incitantes llamadas de las trompas. Desde el principio, la orquesta hizo gala de su legendarias precisión y elegancia, pero hasta el segundo movimiento, la primera Nachtmusik, no se vio clara la propuesta de Petrenko. Aquí, el director de orquesta ruso abrió la puerta al juego de contrastes, coloreando la línea con imaginación y dejando la música respirar más allá de la apabullante capacidad técnica de los músicos.

Y es que esta es una orquesta que tiende a desbordarse de sonido, y Petrenko debe controlar sus efluvios, sobre todo las cuerdas lideradas por el brillante y disciplinado concertino Daishin Kashimoto y el viola principal, un joven israelí llamado Amihai Grosz que concentró mucha de la atención de la tarde por su asertividad y energía, siempre colaborativo y atento a la batuta. Así se vio en el Scherzo, donde la orquesta interpretó esa danza misteriosa y cínica que propone Mahler. Petrenko no permite demasiado solaz en los pasajes más líricos, y marca el paso seguro y cadencioso, patético y asertivo del scherzo. El ruso plantea un balance entre finura y contraste, para conseguir textura y relieve orquestal. Todo encaja al milímetro, y en la cinta orquestal se descubre un mundo de pequeños detalles que afloran, con su perfume particular, de la partitura de Mahler.

En el cuarto movimiento, que es también la segunda Nachtmusik del programa sinfónico, al centro enamorado del violín de Kashimoto, secundado por su cuerda, le responden los acordes ensoñadores del oboe, salpicados por la gracia de la guitarra y la mandolina, en intervenciones más españolas que alemanas. El resto de la Filarmónica de Berlín se une después súbitamente, en respuesta a un gesto fugaz de Petrenko, y respira en oleadas de lacerante poesía musical. Para entonces, el público del Carnegie Hall ya se hallaba inmerso en un silencio incrédulo y reverencial. Regreso de la Filarmónica de Berlín al Carnegie Hall

Ese silencio, y la milagrosa acústica del Carnegie, permitieron disfrutar de la infinita delicadeza de Emmanuel Pahud, probablemente el mejor flautista sinfónico del mundo; y de las mañas inextricables de ese mago del pícolo que es el ruso Egor Egorkin. Y a la contemplación de estos detalles se le unió el deleite del unísono orquestal, tallado en mármol con la misma tersura en los tutti que en los pasajes más camerísticos. Aun no había llegado el rondó y el finale, pero la emoción de la sala era patente.

Kirill Petrenko. Foto:Carnegie Hall
Kirill Petrenko. Foto:Carnegie Hall

Petrenko dirige la orquesta con una sonrisa perenne, como si no fuera capaz de disimular la alegría de saberse tesorero de todo ese virtuosismo orquestal, o como si guardara una sorpresa postrera. El clímax final, esperado, necesario y catártico, levantó al público de sus asientos, en una ovación que se extendió más allá de los cinco minutos. Algo único en el público de Nueva York, que siempre sale con prisa de todos los eventos a la caza del primer taxi o del último tren. Regreso de la Filarmónica de Berlín al Carnegie Hall

El silencio continuaba a la salida del Carnegie Hall, donde no se escuchaba el habitual murmullo de comentarios, como si al público le costara desasirse de la impresión del concierto. Nueva York y su público continúan, noche tras noche, su camino seguro hasta recuperar lo que solo lo impensable les pudo arrebatar. Y es que no es aconsejable apostar contra Nueva York; ni contra la infalible Filarmónica de Berlín.

OW