Con opiniones diversas por parte del público pero aplauso general final ha subido a escena por segunda vez al Palau de les Arts el singspiel mozartiano Die Zauberflöte de manos del regista Graham Vick en su quinta producción de este mismo título en una visión política y social contemporánea con un reparto equilibrado y una buena dirección musical de Lothar Koenigs.
Una platea con eslóganes del 15M y de la realidad española/europea actual completaba una escenografía simple en el escenario con tres edificios representantes de los tres poderes facticos (Banca, Poder Tecnológico y Vaticano) para mostrarnos el conflicto y división social que Vick relle en la partitura mozartiana entre un grupo de privilegiados, los que ocupan estos tres edificios, recreación del templo masón y la mayoría del pueblo con vestuario pordiosero que subsisten precariamente alrededor de este triple templo con sus manifestaciones y pancartas.
La lectura puede resultar chocante, oportunista e incluso desagradable, pero no por ello se ha de dejar de reconocer que hay muchas ideas, intuiciones y planteamientos más cercanos a la idea original de entretenimiento en lo cómico y de reflexión en lo serio que muchas otras producciones más historicistas o de fantasía de cuento donde los personajes son tan previsibles como pobres.
Aquí el príncipe Tamino va en chándal y es engullido por una grúa que destruye y arrasa con la parte baja de la sociedad, el cazador de pájaros Papageno se convierte en un repartidos de pollo frito a domicilio, los tres muchachos que guían a Pamino en su viaje iniciático van en patinete eléctrico. Estas concesiones o visiones no dejan de ser guiños para algunos fáciles pero para el que esto firma es una propuesta que acerca una historia de cuento a nuestros días con unos subtemas bien llevados aunque en algunos momentos forzados.
Lo que sí es criticable desde el punto de vista ético profesional y dramatúrgico es el uso de personas no profesionales como figurantes y actores en este montaje. Así lo han denunciado diversas asociaciones de profesionales del espectáculo como intrusismo, y estamos de acuerdo, ya que la incorporación de personas no profesionales en montajes teatrales es loable pero no en este nivel y más allá de la poca corrección ética hay que decir que artísticamente no aportaban nada sus intervenciones más allá de ralentizar el montaje y la acción aunque económicamente haya sido más rentable.
Musicalmente toda la ópera se movió en un cierto interés y calidad donde brilló con diferencia la pareja protagonista del Tamino de Dmitry Korchak y la Pamina de Mariangela Sicilia. Ambos fueron en sus respectivas arias modelos de fraseo y musicalidad, sabiendo dosificar unos volúmenes adecuados con una técnica que les permitió mostrar su capacidad para los pianos más expresivos.
Igualmente estuvieron correctos aunque un poco más justos de prestaciones la Reina de la Noche de Tetiana Zhuravel y el Sarastro de Wilhelm Scwinghammer, quien además tuvo que combinar el alemán hablado con bastantes intervenciones gratuitas en castellano, algunas de las cuales forzando el texto original.
Felicitar por su profesionalidad y entrega a las tres damas y segundo sacerdote, todos pertenecientes al Centro Plácido Domingo con unos resultados muy dignos.
Destacar el Monóstatos de Moisés Marín así como la Papagena de Julia Farrés por su doble vertiente canora y actoral dando riqueza a unos personajes que no por secundarios son menos importantes.
Por último señalar al factótum Papageno de Mark Stone que superó con nota alta las altas exigencias de este rol en esta producción tan movida y tan exhausta para este personaje vestido literalmente de pollo.
Tanto el Coro de la Generalitat como la Orquesta titular del teatro volvieron a ser los más aplaudidos de la noche con unas prestaciones de gran nivel que reafirman su momento brillante que ya pudimos disfrutar en el concierto de zarzuela y música española de hace unas semanas de la mano del incombustible maestro Gómez Martínez.
Acabar señalando la gran batuta de Lothar Koenigs que supo guiar con mesura, entusiasmo y rigor los diferentes momentos de esta partitura y todos los colectivos que la hicieron posible con una lectura rica, apasionada y elegante.
No sabemos qué pensaría Mozart y Schikaneder de la versión de Vick, de lo que estoy seguro es que puede que se lo hubieran pasado tan bien como la mayoría de la gente que premió con aplausos una producción arriesgada, contemporánea y que deja por los suelos a los poderes fácticos de nuestro tiempo por una vez.
Robert Benito