Valencia repone su producción de Aida en el Palau de Les Arts bajo la regia de David McVicar y la batuta de Ramón Tebar con taquilla vendida todas las funciones.
En noviembre de 2010 se estrenaba esta coproducción entre las óperas de Valencia, Londres y Oslo con un éxito notable más por las voces y la batuta que por las ideas del regista. En aquella ocasión se dieron voces verdianas generosas, expresivas y adecuadas como las del tinerfeño Jorge de León en Radamés, Daniella Barcellona en su debut como Amneris e Indra Thomas en el rol homónimo de la obra y todos bajo la mágica batuta de un Maazel tristemente desaparecido.
David McVicar es uno de los registas más importantes y reconocidos en la actualidad del Reino Unido, del cual hemos podido ver en nuestro país diferentes producciones: Manon, Rigoletto, Alcina, Le nozze, Traviata, Agrippina y en su mayoría con grandes ideas y un gran trabajo de actores y de conjunto, pero esta Aida tendríamos que decir que no es el trabajo más redondo de su corpus creativo.
Romper con la tradición de lo que se espera de un título sólo se consigue a partir de la genialidad que en esta ópera ambientada en un Egipto desvirtuado no se ha conseguido.
Las razones son varias, donde el regista insinúa “monumental y abstracto” la gente lee “despiste e incongruencias”,donde su colaborador Puissant escribe “multietnográfico y memorial” el público percibe “mezcolanza y contradicción”
Nadie puede esperar hoy día una producción fidedigna de los tiempos del faraón Ramsés II, pero al menos que nos sitúe en el Egipto faraónico y no en un mix tribal entre africanos, samuráis, afganos, etc…que no conduce a un discurso fluido de la dramaturgia.
Hay momentos impactantes como la invocación en el templo de Vulcano con un sacrificio humano por parte de las vírgenes-asesinas del templo que ungen con la sangre de los hombres sacrificados el rostro y armadura samurái de Radamés.
Pero en la mayoría del tiempo esta producción carece sobretodo de sol, de luz, de facilidad del discurso dramatúrgico por intentar primar desde un ambiente claustrofóbico y oscuro unas ideas tribales pseudo-africanas y asiáticas muy alejadas de la ideas y mundo estético verdiano.
Estas mismas ideas las pudimos ver en el estreno de la producción hace un lustro pero quedaban disimuladas por unos muy buenos cantantes que aportaban la verosimilitud acústica que faltaba a la visual. En esta reposición no ha sido así. La aportación escasa de los intérpretes sólo subrayaba las carencias de la producción.
Maria José Siri no pasó de una correcta Aida con una gran proyección de su instrumento pero afeado por dificultades en dominarlo en los pianísimos que marca la partitura. No se puede decir lo mismo de su contrincante en el amor la Amneris de Marina Prudenskaya cuya prestación para este rol fue decepcionante ante la escasa audición de su instrumento que nos hizo darnos cuenta de la gran dificultad de este rol y de las grandes capacidades vocales que se han de poseer para enfrentarse al mismo. Lo más triste es que teniendo otras cantantes nacionales como Ana Ibarra capaces de hacerlo sin ningún problema se opte por cantantes rusas que al final no aportan nada más que decepción por sus carencias vocales y su mal entendido sentido de lo que es una hija de dioses en lo escénico.
En el ámbito masculino las cosas no mejoran mucho. El tenor puertoriqueño Rafael Dávila que debutaba en el Palau de Les Arts fue un Radamés de canto elegante desde su entrada con “Celeste Aida” realizando unos bellos fraseos y cuidados pianos, sin embargo la dureza del rol y la presencia orquestal le pasaron factura con momentos de una proyección escasa para este coliseo y de forzar la emisión más allá de lo recomendable.
Los bajos de la producción Riccardo Zanellato y Alejandro López no pasaron de una escasa corrección al no poseer ninguno de los dos la prestación verdiana requerida para los roles respectivos de Ramfís y Faraón.
Gabriele Viviani fue un interesante Amonasro que va demostrando como es una voz cada vez más interesante desde su debut en Oviedo hace tres años con un Germont excesivamente joven pero que cada vez va adquiriendo una redondez de voz para estos papeles de padre verdiano y que supo destacar en un elenco no muy interesante.
Nuevamente hay que felicitar a los efectivos de la casa, comenzando por los figurantes, esenciales en esta producción en su doble faceta de actores-bailarines.
Parece siempre repetitivo pero la contundencia, ductilidad y seguridad del Cor de la Generalitat nunca deja de asombrar, lo mismo que el sonido homogéneo y paleta de intensidad de la orquesta, los solos de oboe y flauta, la suavidad de la cuerda y la exactitud de emisión de los metales de la Orquesta de la Comunitat Valenciana fueron admirables.
Gran parte del mérito de lo que disfrutamos fue de estos colectivos y sobretodo de la batuta del maestro Tebar que cada vez se va asentando como un referente de la lírica en nuestro país. Sus tempis adecuados, su tensión bien repartida dieron un resultado orquestal muy interesante. Con su gesto preciso y amable consiguió el pathos adecuado orquestal a cada momento por encima de la respuesta de los cantantes.
Una sala llena que aplaudió a estos colectivos y al maestro por encima del cast escogido demuestra una vez más que el público también tiene un criterio cada vez más acertado y que a pesar de una propuesta escénica de dudoso acierto el público no se pierde un gran título.
Robert Benito
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