Requiem. Dvorák. Madrid

Dvorak

22/12/2013. Teatro Monumental (Madrid). Temporada de la OCRTVE. Orquesta Sinfónica de RTVE, Coro de RTVE, Coro de la Comunidad de Madrid. Solistas: Svetla Krasteva (soprano), Alexandra Petersamer (mezzo), Gustavo Peña (tenor), Stephen Milling (bajo). Carlos Kalmar (director). Programa: Réquiem Op. 89 (Dvorák).

Un Dvorák de ultratumba

Cuando en un concierto se programa una única obra en programa, al espectador se le exige un grado de atención más elevado si cabe que en el caso de que lo conformaran varias obras independientes. Y máxime cuando se trata de una obra religiosa como es un Réquiem, donde el oyente continuamente es partícipe de ese cúmulo de emociones y sensaciones de carácter espiritual o místico que se experimentan durante la audición de una misa de difuntos, con la imagen de la muerte siempre presente, terrible o esperanzadora, según sea el prisma compositivo del autor.

El Réquiem que ha propuesto en esta temporada la Orquesta y Coro de RTVE, el del compositor checo Antonín Dvorák, es uno de los menos divulgados y por ende menos conocidos entre el gran público aficionado. Estrenado en 1891 en la ciudad inglesa de Birmingham, se trata de una obra densa y marmórea, imbuida de un halo dramático (aunque no tan teatral y operístico como en el caso del Réquiem verdiano) que en su escucha conjunta crea en el oyente la sensación de despojar a la muerte del consuelo con el que, por ejemplo, la había esperanzado Gabriel Fauré tres años antes en su propio Réquiem.

El Réquiem Op. 89 es una composición que posee muchos de los elementos rítmicos, armónicos e instrumentales que definen a la personalidad genuina del autor checo. Aunque en cierto modo sea ecléctica en estilo, la verdad es que sigue fielmente la tradición romántica alemana asociada a estas obras religiosas. Rasgos épicos y triunfales que la acercan por momentos a Bruckner en el uso de bases en ostinato y progresiones para acrecentar la tensión; un evidente reflejo en Verdi a la hora de abordar el terrorífico Dies irae, y otros instantes de suma contemplación que poseen un trazo más brahmsiano. Hasta se puede percibir un cierto academicismo heredado de Händel y Mozart en la escritura fugada del Offertorium. Al igual que en la música sacra de Bruckner, el empleo de los solistas vocales por Dvorák se subordina y es como una extensión de la absolutamente protagónica participación coral. Algo muy diferente de su obra sacra de juventud, algo más conocida, el Stabat Mater, su puesta en música del texto latino de Jacopone da Todi donde los cuatro solistas tienen partes mucho más desarrolladas y equilibradas con respecto al coro. Una obra que podríamos considerar como la hermana menor en la producción sacra del checo y que indudablemente guarda múltiples similitudes de estilo compositivo con el Réquiem, a pesar de que éste la supera en duración (más de hora y media de música) y en madurez expresiva a la hora de recrear el ambiente dramático.

La interpretación a la que asistimos estuvo generosamente cuidada en matices expresivos por la batuta de Carlos Kalmar a lo largo de todas y cada una de las secuencias que conforman esta monumental obra. Grandilocuencia y recogimiento (algo más subrayada aquélla) se aunaron gracias a la labor de una orquesta bien conducida que sacaba a relucir el detalle que desde el podio y con perfección milimétrica, el maestro uruguayo pretendía extraer de ella. Todo ello con el firme sostén y apoyo de una masa coral significativamente reforzada y en plenitud de facultades canoras como fueron el Coro de RTVE más el Coro de la Comunidad de Madrid, sabiamente preparados por Carlos Aransay y Pedro Teixeira, respectivamente, que demostraron su enorme valía a la hora de enfrentarse a una extensa obra que exige de ellos un esfuerzo mayúsculo y permanente, sin tregua al servir la contención espiritual (en muchas ocasiones a capella o con un austero acompañamiento instrumental) y la tensión dramática en sintonía con la orquesta.

La obra de Dvorák contaba con un equilibrado plantel de solistas vocales dominado por dos cantantes centroeuropeas (la soprano búlgara Svetla Krasteva y la mezzo alemana Alexandra Petersamer), el bajo danés Stephen Milling y la única presencia española del joven tenor canario Gustavo Peña (al cual le pudimos ver por última vez en los Teatros del Canal en su exitosa encarnación de Luis de Vargas de la ópera Pepita Jiménez de Albéniz). Con su cálido y seductor color vocal regaló a solo bellos y líricos momentos.

 

Germán García Tomás