“No he hecho otra cosa que escribir nota tras nota, para mayor gloria de Dios…Ahora la partitura ya está acabada y me alegro de haberla escrito.” (Verdi a Piroli, 7 de marzo de 1874)
Giuseppe Verdi recibió un telegrama en Sant´Agata de su amiga la condesa Clara Maffei con la noticia de que Alessandro Manzoni, el gran escritor italiano, había fallecido el 22 de mayo de 1873. “Con él desaparece-respondió el compositor-la más pura, santa y elevada de nuestras glorias.” Después de una visita de a la tumba de Manzoni Verdi comunicó a Ricordi, su editor, que quería componer una Misa de Réquiem para el poeta. Una vasta obra que demandaría una gran orquesta, coro y algunas partes solistas; quería interpretarla en el primer aniversario de la muerte del escritor. Su determinación de escribir una misa resulta un tanto sorprendente, dado el hecho de que muchos le consideraban ateo. Se puso a trabajar en Paris y su residencia los meses siguientes y la concluyó a principios de marzo de 1874. Verdi podía relajarse sabiendo que la mayor parte del trabajo ya había concluido. Tal como decía hablando de si mismo sentía que con la Messa de Requiem se había convertido en un compositor serio: “Ya no soy un payaso que complace a un público dando palos a un tambor y gritando “¡Vamos, vamos¡ ¡Venid todos¡” La obra fue estrenada en una Iglesia como peleó hacerlo. Al año del fallecimiento de Manzoni en San Marco de Milán. (El interesado puede ampliar esta información, aquí muy sintetizada, en “VERDI. Una biografía” de la investigadora Mary Jane Phillips-Matz).
En la Sala Principal del Palacio de Bellas Artes de CDMX se presentó esta obra portentosa con gran dignidad. Una obra singular de música sacra, la música para los muertos cantada el Día de los Difuntos y en los funerales y días de aniversario. Escrita con el lenguaje propio del compositor algunos llegaron a llamarla “La mejor Ópera de Verdi”. Con el paso de los años ha llegado a convertirse en algo muy parecido a “Un tiempo al estilo del Infierno de Dante o semejante a la Capilla Sixtina de Miguel Ángel” como ha sido comparada por algunos estudiosos. Con sus partes I. Requiem y Kirie. II. Dies Irae. III. Offertorio. IV. Sanctus V. Agnus Dei. VI. Lux Aeterna VII. Libera me, fue presentada los días 22 y 25 de marzo con Matteo Pagliari, director concertador, Carlos Aranzay, director huésped del coro, Eugenia Alemán, soprano, Nina Keitel, mezzosoprano, Ernesto Ramírez, tenor, Noé Colín, bajo, Orquesta y Coro del Teatro de Bellas Artes.
Hay que decir que la ejecución de la Misa contó con cantantes solistas de prestigio y responsabilidad, un cuarteto profesional y muy solvente de mexicanos en su mayoría con la excepción de la mezzo finlandesa y el director musical italiano. Voces que lucieron en sus partes solistas destacando el Confutatis y Mors Stupevit del bajo Colín con voz oscura, poderosa, profunda y llena de fervor religioso. El Ingemisco del tenor Ramírez con esa súplica gimiente, sollozo amargamente de un doliente atribulado. El Liber Scriptus de la mezzosoprano Keitel o el final Libera me donde la soprano Alemán concluye la obra con un canto que pide la liberación de la muerte del sufriente universo. El Coro lució su preparación y riqueza de sonido con fuerza y entrega, matizando y estremeciendo en el Dies Irae una de las partes más impresionantes, el día de la cólera, donde también lucieron los metales y las percusiones, la gran caja tocada por una mujer espectacular que destacó grandemente, la maestra Andrea Yáñez y los timbales de José Antonio Fuentes. Tocó la orquesta con emoción bajo una batuta conocedora y elocuente.
Muy adecuado este programa ya muy cerca de la Semana Mayor que brinda una música que destaca como una obra importante independiente de las creencias de quienes tengan una fe religiosa pero también para los no creyentes, pues el tema de la muerte nos atañe a todos.
Manuel Yrízar